lunes, 27 de febrero de 2017

Marx sigue vigente, 1





“Las luchas colectivas de las sociedades humanas han sido motivadas ante todo por la esperanza de acceder a dos objetivos estrechamente asociados: la libertad y la igualdad.” Josep Fontana
“En pocas palabras, Marx nunca afirmó haber descubierto “la ley del desarrollo de la historia humana” como proclamaba Engels en El socialismo utópico y científico”. Ronaldo Munck

Este año hará un siglo que la revolución de octubre en Rusia dio origen a la Unión Soviética y generó un mundo en dos bloques enfrentados, pero para mí hay otra efemérides menos llamativa pero muy relevante: se cumplen 150 años de la publicación del primer volumen de El Capital de Marx. Hace ya diez años, en 2007, la última crisis capitalista puso en solfa un sistema considerado el único posible, autosostenible y capaz de expansión infinita (en un mundo finito) y con él se derrumbó como un castillo de naipes los supuestos teóricos del neoliberalismo. ¿Qué diría Marx de esta última crisis? Creo que tendría mucho que decir.

Al igual que Marx, y modestia aparte, yo tampoco soy ni he sido nunca marxista. Es decir, al igual que Marx nunca he aceptado que su pensamiento se convirtiera en un dogma teológico. Jamás he aceptado la supuesta continuidad entre Marx y Lenin, Stalin y los demás ‘herederos’, no digamos los de la simplista síntesis confuciana maoista que tan sorprendente seducción tuvo entre tantos compañeros míos de generación. No creo en sus ‘verdades’ como no creo en las del resto de las religiones. Creo en cambio en la metodología de Marx, que considero tan incompleta como clarividente, y creo en su capacidad explicativa de las crisis actuales, pese a que Marx, al contrario que Engels, nunca presumió de profeta. Es evidente que tampoco creo que tenga mucho que ver el marxismo con los campos de exterminio de Siberia. El marxismo que me interesa es un pensamiento abierto fundado por un genio, Karl Marx que puede generar o no compromisos políticos, pero que ofrece explicaciones a lo que pasa, siempre en diálogo con otras corrientes de pensamiento como el ecologismo, el feminismo y el propio liberalismo político original.

Ni el colapso de la Unión soviética, ni la desaparición del muro de Berlín, ni el descredito de las ideologías supuestamente marxistas en el Tercer Mundo han devaluado ni un ápice en mi opinión al marxismo. Como  se temía Marx, al marxismo lo han desacreditado los marxistas de la misma forma que al cristianismo lo han devaluado tantos autodenominados cristianos.

Pero es cierto que desde el punto de vista convencionalmente político el marxismo, retirado a los confines del Este y del Sur geopolíticos se ha visto aún más confinado y hasta erróneamente considerado superado. El marxismo acartonado utilizado como dogma de fe nació ya muerto, pero el marxismo abierto e interpretativo sigue siendo un sistema de gran poder explicativo. Los comunismos oficiales ni me interesaron ni me interesan salvo como caricaturas sociopolíticas. Quizás ahora que parecen haber desaparecido los partidos marxistas, salvo los implantados por ley, podríamos recurrir al marxismo de una vez por todas. Ahora que a la ‘magia del mercado’ se le ha visto la tramoya tramposa. Ahora que la globalización ha puesto en evidencia que el capitalismo global no puede perpetuarse ad infinitum. Ahora, esas contradicciones del capitalismo parece que pueden ser entendidas precisamente a partir de las ideas prematuramente enterradas, o banalmente utilizadas, de Marx, porque ‘amigos’ y ‘enemigos’ todos se han orinado en Marx, pero Marx no está oxidado.

La historia del mundo no es la de un progreso suave e infalible (el fin de la historia) hacia un futuro libre de conflictos, sino la de un desarrollo desigual a escala mundial, la de las guerras entre estados y naciones y entre clases sociales y grupos éticos y de otros tipos. Y Marx jamás contrapuso el desarrollo y la evolución del liberalismo económico y político a la magia de la revolución, sino que aspiró a proponer herramientas de análisis crítico de las contradicciones y la tendencias emergentes. La historia del marxismo después de Marx me interesa en este sentido muy poco. En todo caso cuentan con más simpatías por mi parte, las corrientes utópicas, como me desagradan las corrientes fundamentalistas de fórmulas y mantras mágicos que pretenden que la tozuda realidad encaje en ellas y no a la inversa. Y puestos a elegir, prefiero al primer Marx humanista y hegeliano que no se avergüenza de su utopismo que al 'científico' que trata de leyes de la historia como si lo fueran de la física. No me interesa el marxismo profético ni el que tiene todas las respuestas, sino el que formuló las mejores preguntas.

Insisto en compartir las severas reticencias de Marx hacia los marxistas. La mayoría de ellos se han dedicado a expurgar en sus escritos para buscar eslóganes convenientes, como si fueran publicistas. Un solo ejemplo, la famosa frase de la religión como opio del pueblo, venía precedida por esta: “[la religión era] el suspiro de la criatura oprimida en un mundo sin corazón”.

Los posmodernistas parecen haber asumido el papel de enterradores del pensamiento marxista; sin embargo, un posmoderno como Jacques Derrida señalo que “no hay futuro sin Marx, sin la memoria y la herencia de Marx” (1995). Seguir leyendo a Marx no como un autor del pasado, ni siquiera un clásico, sino como un contemporáneo del siglo XXI es esencial. Pero se precisan ciertas cautelas con todo lo que ha llovido y la cantidad de simplificaciones y hasta apropiaciones indebidas.

Marx no fue marxista desde el momento que asumió que sus tesis de derrumbe del capitalismo no se cumplieron. Fue entonces cuando emprendió el estudió de los secretos ocultos de ese capitalismo, de ese modo de producción y de su dinamismo y sus contradicciones. Estoy hablando de ese primer volumen de El Capital de 1867. Desde el punto de vista exclusivamente económico, ha habido autores que han considerado a Marx un postricardiano no del todo esencial, pero la lectura política de El Capital le da otra dimensión que la de la mera teoría económica. De hecho, el discurso de Marx se hizo más abierto, menos determinista y más político. Es decir, reconoció que la idea de un progreso inexorable desde el capitalismo al comunismo se había visto contradicho por… los hechos.

Durante la década que Engels sobrevivió a Marx y la creación  del Instituto Marx-Engels es cuando se simplificaron sus ideas, se convirtieron en catecismos y en dogmas que Marx jamás había aceptado como el del materialismo dialéctico y el materialismo histórico como supuestas ciencias inexorables. En realidad fue otro ‘teórico’, Stalin, en su opúsculo El materialismo histórico y dialectico el que en 1938 consagró esas simplezas. Lo siento, pero no soy partidario de que los padres asuman los pecados de los hijos, así que debo afirmar una vez más que la religión marxista-leninista no es en absoluto herencia de Marx, como no lo son los gulags estalinistas. como no lo es de Darwin el reaccionario darwinismo social ni lo es de Jesús el cristianismo de los renacidos norteamericanos. Marx siempre pisó un terreno más firme como hábil crítico del capitalismo que como creador de una nueva sociedad. 


(La moderna capacidad explicativa de Marx a veces nos hace olvidar que su mundo fue el de tranvías tirados por caballos, calles adoquinadas y farolas de gas, organilleros, vendedores de periódicos y salchichas; los primeros grandes almacenes como verdaderos palacios, cafés con violinistas, restaurantes con camareros de frac, damas con manguitos y pechos erguidos por corsé, caballeros con trajes Stresemann, cerveza de trigo y bandas militares más briosas que armónicas)

Seguiré informando hasta llegar a nuestros días.




sábado, 25 de febrero de 2017

El viaje a ninguna parte (2)






Soledad. Recuerdo las palabras de Thomas Wolfe. ¿Dónde reposará el que se haya cansado? ¿Qué puertas se abren para el vagabundo? ¿Y quién de nosotros encontrará a su padre y conocerá su rostro? ¿En qué lugar? ¿En qué época? ¿En qué tierras?

Vivir sedentario desactiva la capacidad de asombro, pero los últimos robinsones anclados en el desierto celtíbero no son sedentarios; nada más levantarse se mueven, viajan al horizonte y regresan de él. Crean su mundo en cada amanecer. Reparan una cerca, abren el paso a un regato, recogen una cuerda y la guardan en el bolsillo. Guardianes de sus mundos. Sin guardianes, sin habitantes, el paisaje es una mortaja de una civilización desaparecida: la cultura campesina.

Es cierto, hay dos Españas, pero no son las que se suelen mencionar. Una es la España actual, moderna y urbana, que equipara Madrid con Ámsterdam o Milán; la otra es esta España rural ajena al momento que se supone de todos.

¿A quién pertenece la tierra? ¿La queríamos para poder vagar siempre por ella? ¿La necesitábamos para no estar nunca en reposo? Aquel que necesita la tierra tendrá la tierra: permanecerá tranquilo en ella, descansará en un pequeño lugar y habitará su reducido espacio para siempre.