domingo, 21 de abril de 2019

“Resiganarse” y los viejos doblemente gilipollas



Con el tiempo y un poco de suerte casi todos acabamos siendo ancianos. Un destino que solemos tener poco previsto al comienzo de nuestras vidas. Para entender el mundo la diferencia entre un joven idiota y un viejo imbécil es esencial ya que lo que ambos tienen en común es obvio. Esto que sigue solo son opiniones avaladas mínimamente por una experiencia limitada estadísticamente pero muy directa porque es la mía. 

Creo que lo que mejor define a la vejez no son, o  no son sólo, la decrepitud física y mental, la desaparición del atractivo físico —si se ha tenido como es mi modesto caso—, el dolor de las articulaciones o la pérdida de la memoria inmediata (aunque ahí reside una de las  claves de lo que sigue) frente a la remota. Ni las arrugas ni la artrosis ni las enfermedades degenerativas ni la cercanía a la muerte. Lo que define a la vejez, contra la que debemos estar prevenidos, viejos y jóvenes, es la convicción (falsa) de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que en realidad refleja algo bien simple: que cuando uno es joven la vida suele ser mejor para ti, pero no para todos.

Ser sabio es saber envejecer. Pero ¿qué es saber envejecer? No es resignarse. Más bien “resiganarse” si se me permite (y me lo permito) el neologismo sin patentar. Es saber que eres viejo y que, al igual que cuando eras joven y te creías el rey del mambo y que lo sabías todo, cuando llegas a viejo, a los aledaños de esa segunda muerte, ya que la primera es dejar de ser joven, la obvia y definitiva, te crees tan listo, tan de vuelta de todo, que eres, por un lado, incapaz de aprender, como los perros viejos que no aprenden trucos nuevos, y por otra y más importante parte, que sólo sabes mirar para atrás con esa viciada añoranza suprema que te impide disfrutar más aún que la artrosis de lo que te queda de vida.

Cualquier tiempo pasado fue mejor porque en aquellos momentos tú eras joven. También, cómo no, porque muchos de los males de esta época que te pilla tan desmejorado —y hay muchos, desde la mejor conservación de muchas cosas hoy deterioradas o desaparecidas desde el sexo a la comida o el estado de la biosfera—, no estaban presentes de forma tan vivida. Pero si eso te impide apreciar lo que ha mejorado y vivir y disfrutar de lo que hay, eso te sitúa anticipadamente,  antes de la segunda e inminente muerte, fuera ya de la vida. Te has muerto ya, tío, antes de que te expidan el último de tus documentos oficiales, el certificado de defunción. Este te lo certifico yo. Es porque eres un puto viejo amargado que no ha aprendido lo esencial de la vida y no la has sabido disfrutar. Y lo único peor de un disculpable joven tonto es un viejo bobo. Por eso me indignan tanto los cronológicamente jóvenes que son mentalmente viejos. No sólo van por mal camino, que quizás les conduzca a eso que ellos creen el éxito, sino que son doblemente gilipollas. Este blog ya no lo lee ni dios, pero yo, cabezón, me resigano, porque me divierte. Soy gilipollas, pero no doblemente.