jueves, 17 de octubre de 2019

Noche, hojas, Cataluña y España






















La ley fue propiedad de los poderosos en la inmensa mayoría del pasado histórico de la humanidad. Más recientemente, en esos mismos términos históricos, las leyes se vieron afectadas por la reacción de los que las padecen, y eso es lo que muchos llaman democracia. Finalmente los tumultos pueden alterar ambos términos, en el sentido de ampliar esos derechos de los más o por el contrario de incrementar la reacción del poder restringiendo esos derechos. Hay que dar paso al que disiente sin menoscabar los derechos de los conformes ¿Es eso posible o es algo inviable?, pero en eso debería basarse el tan invocado diálogo, ¿no? Difícil. 


El precario Estado de bienestar del que gozamos en Europa se consiguió con tumultos que obligaron a concesiones desde el poder a los de abajo. Sin embargo, no entiendo que un tumulto, independientemente de los resultados que se obtengan con él, reclame cambios para unos pocos (¿la mitad menos uno de los ciudadanos de Cataluña?) y olvide a esa otra mitad y de paso al resto del territorio no catalán. Hace poco, en una transitada calle comercial de Madrid, me vi sorprendido por al cachivache de gomaespuma de una televisión autonómica plantado ante mis narices. La periodista me preguntó qué opinaba del llamado ‘proces’. Contesté que me parecía una muestra de egoísmo. Y no sólo por la falta de solidaridad con el resto de España, sino por pedir la república sólo para ellos.


El que vive para la dominación sufrirá porque ya no se le obedece. Pero el que vende humo, el que vive para la apariencia pierde toda apariencia. Claro que existe esa cuarta dimensión, el tiempo. Y el tiempo es el tonel donde fermentan los mitos.



Las hojas caídas son al otoño y al invierno lo que los tumultos a las divisiones políticas: efectos y causas. No se puede detener al invierno cuando toca, sólo se pueden retirar las hojas. Pero el invierno seguirá.