lunes, 26 de octubre de 2020

Los pobres no sólo (también) lloran, sino que dan asquito

 



Los hay que dan limosna y los que no, pero los ricos siempre quieren mantener lejos a los pobres. Este es un hecho universal. Esta segregación se mantiene a todos los niveles: entre las familias, con el caso arquetípico del pariente pobre; en las ciudades, entre barrios pobres y ricos; entre regiones dentro de los países, como el caso de Cataluña con relación al resto de España, el de la Padania con relación al resto de Italia o el —consumado— de Chequia con relación a Eslovaquia, ya separados de la antigua Checoslovaquia. Por supuesto esa segregación reviste muchos grados y se adorna de muchas razones que a menudo son solo pretextos, tergiversaciones de la historia o simple racismo, xenofobia, finalmente aporofobia. En las ciudades de España de hace unas décadas  se daba una segregación menos violenta, digamos más amable: en el mismo edificio; en el principal, como su nombre indica se asentaba la familia burguesa, el notario o el médico de prestigio; en los demás pisos los demás y en las buhardillas los más menesterosos o las criadas y el servicio del resto de inquilinos. Esa discriminación vertical y concentrada explotó y se expandió a una discriminación horizontal extensiva. Por citar el caso de Madrid, que es el que mejor conozco, la que existe entre Puerta de Hierro, los Jerónimos o el Barrio de Salamanca, frente al Pan Bendito, Usera o Puente de Vallecas, que curiosamente repite a escala urbana la geopolítica global del Norte frente al Sur.

Este es un país muy predispuesto a esa moderna servidumbre voluntaria que es la de recibir ese esquilmante turismo de masas, que consume recursos y servicios que sostenemos el resto de ciudadanos y nos condena a ser un país de servicios baratos, camareros y las ‘kelis’ (las que limpian las habitaciones de hotel) mientras que la parte del león se los llevan los grandes tour operadores y cadenas a menudo radicadas fuera del país. Y este mismo país es cada vez más xenófobo con los que llegar a buscarse la vida, sea como refugiados o como simples inmigrantes expulsados por motivos climáticos y de simple pobreza. Sería interesante y no me consta que se haya hecho, que alguien hiciera un análisis comparado serio de coste beneficio de turistas frente a inmigrantes. Sería sorprendente comprobar, como sospecho, que los turistas 'cuestan' más al ciudadano medio de lo que le aportan, y a la inversa el trabajador foráneo, que al fin y al cabo pagará nuestras pensiones futuras y reavivará nuestra senil demografía.

Ya se nos ha olvidado cuando este era un país de emigrantes no receptor de inmigrantes. Y a los europeos se les han olvidado los enormes desplazamientos demográficos que sufrieron durante la primera mitad del siglo pasado a tenor no sólo de las dos guerras mundiales, sino de otros fenómenos y genocidios, como el intercambio de ciudadanos entre Grecia y Turquía en 1923, el genocidio de los armenios o la revolución y las guerras civiles rusas. El record absoluto de gentes desplazadas lo marcó la Segunda Guerra Mundial, primero como resultado de la invasión nazi y luego como resultado de su derrota. Entre el estallido de la guerra y 1943 más de 30 millones de europeos, padres y abuelos de los olvidadizos del presente, se vieron obligados a cambiar de país, deportados o simplemente dispersados; y de 1943 a 1948 otros 20 millones. Según un autor que ha estudiado el fenómenos en detalle 55 millones de personas, recalquemos: europeos, fueron obligados a moverse, desplazados a la fuerza, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto por la derrota alemana. Posteriormente al final de la guerra otros 12,5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a esa Alemania devastada y lógicamente no fueron bien recibidos.

Entonces no eran africanos en precarias pateras o del Cercano Oriente en frágiles esquifes, sino europeítos con carros atiborrados por sus enseres, serones enrollados o una simple y patética maleta, o unos hatillos. Hay fotos

Es pura y dura aporofobia, odio y desdén al pobre, aliñada con xenofobia patriotera la de tanto político, normalmente de derechas, aunque también los hay de izquierdas abducidos más que seducidos por dichas fobias, los que rechazan una tras otra todas las políticas sociales que pretenden paliar esas desigualdades. Porque consideran que tales desigualdades son normales, leyes de la naturaleza, y además porque no han nacido aquí, en este paraíso de egoismo. Ya sé que me repito, ilusionado como estoy con la ley de la competencia política: dar patadas hacia abajo, codazos a los lados y lamer culos hacia arriba; norte, sur y ecuador. Yo creo que el político no nace, sino que se hace, aunque determinadas condiciones socioambientales lo puedan propiciar: que tus papas ya estén en ese “oficio”, por ejemplo; o por el contrario que tus papas sean fugitivos políticos; que hayas estudiado en el Colegio del Pilar madrileño  en lugar de en el Insti de tu barrio (o en el dichoso Eton británico en Reino Unido), yo que sé. Como decía Cary Grant en Sospecha y recordaba alguien "el secreto del éxito es empezar desde arriba".

Pero lo que me interesa ‘aquí’, en este país de chuzos con clavos sustituyendo a los argumentos y a la santa retórica, y ‘ahora’, en mitad de una pandemia en la que se funciona (se gestiona, les gusta decir a ‘ellos’) como si nada, lo que me interesa es comprender cómo se fabrica (si lo hacen otros) o cómo se hace (si es una autoconstrucción) un político experto en crear problemas (en provecho propio y de su partido) y no en solucionarlos. Y los hay muy pero que muy hábiles en eso. Supongo que es algo parecido a la esgrima o a jugar al ajedrez: un mundo en sí mismo, ajeno al mundo real que lo contiene, con sus propias reglas. El hecho de jugar al ajedrez o practicar la esgrima no sólo no es malo, sino que es estupendo, enriquecedor, complementario y tal. El problema es cuando se quiere solucionar el déficit  de la Seguridad Social o la precariedad de la ciencia en España, pongamos por casos, aplicando las reglas del ajedrez o del florete. No pasa, supongo, aunque de todo hay, pero lo que sí se hace desgraciadamente es representar el teatrillo de que se resuelven tan tremendos problemones pero no aplicando las políticas gestoras más  o menos adecuadas a cada ideología, sino ese juego particular de la política que consiste en crear problemas en provecho propio, y que por tanto no soluciona ningún problema. 

El otro enfoque, complementario, es ver los problemas como 'oportunidad de negocio', sea la sanidad, la asistencia a ancianos o la vivienda. A eso unos lo llamamos privatizar para saquear y los otros pasar a la gestión eficaz de lo privado. El medio ambiente será considerado de interés cuando se convierta en una oportunidad de negocio, ya lo está siendo. Y así todo. Capitalismo, que rima con abismo.

sábado, 10 de octubre de 2020

Los zorros, los erizos y los virus

 


Nadie sabe qué es la inteligencia. Ni los psicólogos ni los neurólogos ni los neurocientíficos. Pero yo, sin ir más lejos, sé lo que no es; por ejemplo, no es lo que miden los test de inteligencia. También sé reconocer a alguien inteligente y a alguien que no lo es. En ese sentido la inteligencia es como el fenómeno biológico de la vida, tan difícil de definir, pero tan fácil de reconocer lo que está o no está vivo (salvo los virus, por supuesto, que viven, ¿viven?, en una borrosa zona intermedia). La inteligencia puede ser, nuevamente por ejemplo, el arte de saber encontrar los pequeños resquicios por los que escapar de las situaciones que nos tienen atrapados.

Los virus no son nada sin la vida. Sólo son genes, trozos de ácidos nucléicos que deben utilizar a las células que infectan para secuestrar su metabolismo y reproducirse. La célula que utilicen es lo de menos; puede ser una bacteria sin núcleo, como en el caso de los fagos (bacteriófagos: comedores de bacterias) o puede ser las células epiteliales de un pato o las mucosas de un profesor de piano, como en los virus SARS.

Ahora con la pandemia del coronavirus necesitamos la inteligencia colectiva de la ciencia para buscar los resquicios del virus. Pero eso no basta, porque necesitamos la inteligencia también colectiva, en este caso ciudadana, para aplicar esos remedios sensata, racionalmente y escapar de los políticos y sus egoístas cálculos de corto plazo (resumiendo: cuántos votos pierdo y cuantos gano haciendo tal y tal cosa). Por proseguir con la famosa metáfora fabulística del erizo y el zorro de Isaac Berlin, los políticos, en su inmensa mayoría, son erizos: sólo saben hacer una cosa: enrollarse sobre sí mismos y ofrecer su muralla de pinchos a los erizos rivales (los de enfrente) y también a los erizos adversarios (los del mismo bando), o quizás es al revés lo de adversarios y rivales. Y como erizos son listísimos, saben hacer esa única cosa, lo que hacen, muy bien. Otra cosa es que eso tenga la menor utilidad para los ciudadanos. Y eso explica porqué tantos políticos crean problemas (porque les resulta útil a su listeza de erizos) y porqué tan pocos se dedican a solucionar problemas (suelen ser difíciles de resolver, todo hay que decirlo). No son inteligentes, versátiles, buscadores de resquicios, como los zorros que siempre encuentran el hueco para allanar el alambrado gallinero.

En una guerra verdaderamente homérica, la inteligencia colectiva de la comunidad científica dará con la vacuna, con muchas vacunas, a las que se opondrá la versatilidad de los virus, tan fácilmente mutables. Pero dudo de la inteligencia colectiva de nuestros políticos y, esto es más triste, dudo de la inteligencia colectiva de la ciudanía que los hemos puesto ahí. Dudo, claro está, de mi inteligencia, y encima ni siquiera soy listo como un político.

Y ahora dejemos a erizos y zorros; concentrémonos en los chacales que dirigen la economía global. No hablo de ministros de sanidad, esos sólo son políticos, erizos en suma, hablo de los capitostes, los amos de cotarro global, de las multinacionales farmacéuticas sin ir más lejos. Por desgracia, las pandemias gripales no son un destino que podamos evitar. Hemos (o mejor, los que mandan ‘han’) configurado un mundo que las  propicia: urbanización masiva, sobre todo en el Tercer Mundo, revoluciones ganaderas (como las granjas masivas de patos, gansos y gallinas de los Países Bajos, ahora que sabemos que son un vector intermedio de los virus gripales que nos llegan a nosotros) y otros cuantos que aceleran y transforman de un modo fundamental la ecología de las gripes. Senderos abiertos para que terminemos llegando a una catástrofe como la de 1918, la llamada gripe española que mató más gente que los cuatro años inmediatos de la Primera Guerra Mundial. 

Echar un vistazo a los múltiples tipos y subtipos de H7 y H9 además del H5N1 y este angelito (de la muerte) que nos atosiga ahora, el SARS-CoV-2 (coronavirus tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave, más conocido como COVID-19 (acrónimo de coronavirus disease: enfermedad del coronavirus), y otros más que andan por ahí, como su hermano mayor, el SARS-CoV, que ya había dado un buen susto. O su iteración mortal, el MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio). Y la gripe del pollo de hace pocos años, y otras gripes aviares, o la gripe de todos los años, siempre la misma y siempre distinta. Por no hablar del Ébola o del Zika.

La H es de hemaglutininas y la N de neuraminidasas. Las primeras, específicas de cada especie, son las llaves únicas que utilizan los virus para abrir las células del huésped, y las segundas son las maestras de las fugas que ayudan a los nuevos virus replicados a desprenderse de la célula infectada para lograr su propagación. Ambas son lipoproteinas que envuelven como una cáscara al ácido nucléico del virus, ese gen parasito. Por cierto, todo lo que aprendí en la carrera de biología no me sirve para nada a la hora de entender todo esto, pero eso no tiene que ver con la inteligencia, sino con el conocimiento. Por eso es tan fundamental seguir leyendo y ponerse al día en cualquier disciplina por muchos años que uno vaya cumpliendo. "Aún aprendo" es la leyenda de un grabado de Goya de un viejo barbudo con bastón, y mi divisa (porque disfruto aprendiendo, claro, si no no lo haría). Pero hasta yo comprendo que los virus de la gripe, como la gripe original, la cepa H5N1, o sus hermanos aviares más letales —H7N9 y H9N2— disponen de un vasto repertorio silencioso en las aves acuáticas, millones, silvestres y domesticas, y su erradicación es imposible, al revés que la mortífera, en otras épocas,  viruela, hoy erradicada.

No, las pandemias virales no son un destino que podamos evitar. Pero lo que sí podemos evitar es que las multinacionales poseedoras de las patentes de vacunas y antivirales dicten su ley del máximo enriquecimiento y estos medicamentos esenciales lleguen a todos, pobres y ricos. El problema es que no veo a los erizos políticos capaces ni a  muchos de los erizos ciudadanos partidarios de las conspiraciones sui generis, cuando la única conspiración es la que se llama capitalismo. O se llama Roche y cosas parecidas, que es lo mismo.

viernes, 9 de octubre de 2020

El PP es leninista

 

Para mí tengo que entre los políticos hay una distinción aún más relevante  que la que existe entre corruptos y honrados, y es la que hay entre los que resuelven problemas y los que los crean. Da lo mismo que hablemos de Cataluña o de Madrid. Lo cierto es que, en estos tiempos tan locos, y no todos por culpa del virus —aunque éste es un buen líquido revelador o papel de tornasol para resaltar problemas preexistentes de fondo—, es probable que el Palacio de Invierno que se intente asaltar, que se esté ya asaltando, sea el de la Moncloa.

Es curioso, un curioso e interesado desenfoque, que parezca una imposición del gobierno de España la adopción de medidas contra la pandemia en Madrid, pasando por encima de la autoridad autonómica y como si le importase a alguien la salud de los madrileños. Y lo es porque quién se ha excedido y persistentemente ha sido más bien el gobierno autonómico, que no autónomo, de Madrid. Se ha excedido porque ha decidido convertir sus atribuciones administrativas y de gestión, como la sanidad, en una confrontación total y continua con el gobierno de España, es decir, Madrid es ahora mismo el ring (de la patochada de pressing catch, no del noble arte del pugilismo) entre el PP y el PSOE, aunque es una forma injusta de verlo como una equidistancia de responsabilidades. El PP gobierna en otras comunidades autónomas y no ha suscitado ese enfrentamiento más que en Madrid. Madrid es la plaza fuerte del PP en España, para desgracia de los madrileños, y representa para ciertos estrategas tácticos de visión corta la oportunidad de enfrentar al gobierno de Pedro Sánchez.

Aquí han confluido dos hechos desgraciados. El primero es la existencia de una franquicia de Calígula —porque yo estoy convencido que es una desequilibrada a la que habría que inhabilitar como a ese hipotético abuelito que intenta quemar la casa mientras duerme el resto de su familia— que se llama Díaz Ayuso.

El segundo hecho, que puede parecer sorprendente, o al menos mi calificación, es que el PP se ha convertido en un partido leninista; más que Podemos incluso. Lenin y los bolcheviques rusos entendían la política (desde primera hora: no hacía falta aguardar a Stalin) como un campo de batalla contra enemigos internos y externos. No combatían sólo a sus enemigos de clase, (hoy serían para ese PP leninista, por ejemplo, las clases populares de los barrios obreros del sur de Madrid), sino que también usaban medios de coerción (policiacos y militares en el caso de Lenin) para hostigar al resto de la población a la que supuestamente representaban y por quienes se suponía que habían hecho la revolución. Vale, con esta perspectiva y en el momento y lugar inoportunos, yo estaría siendo un fusilado de primera hora, como tantos…mencheviques.

Claro que esta puede ser una forma extraña de ver las cosas, lo admito. Pero es que hay que entender que yo no soy ni un conservador en el sentido usual del término (sí un conservacionista, que es otra cosa) ni un revolucionario, sino un rebelde. Un rebelde que se rebela contra el hecho incuestionable de que hayan tomado a una población civil de varios millones, la madrileña, como rehén de una lucha política.

sábado, 3 de octubre de 2020

Tontos o malvados ( o lo que a mí me da miedo)

 

¿Qué es más dañina, la maldad o la estupidez? Esto no es una encuesta, esa forma a veces valida pero ahora utilizada para rellenar telediarios, así que no tenéis que responder, y menos optar por la combinación de ambas. Es un debate viejo: un politólogo de hace siglos, cuando la palabra para mencionar la disciplina no estaba inventada, se decidió por la estupidez ya que esta se ejerce de continuo, mientras que aquella sólo cuando le conviene al malvado. Pero Maquiavelo hablaba en el contexto del ejercicio del poder, del Príncipe, y un príncipe estúpido es más peligroso que uno malvado  —que como los relojes parados que dan al menos la hora exacta dos veces al día, a veces aciertan—; el estúpido siempre se apañará, con una extraña habilidad inversa, a no hacerlo nunca. Pero sin poder el estúpido si no inocuo —eso nunca— será dañino limitadamente, para sus empleados, para sus hijos, para su mujer, su vecino o su perro. Por tanto, lo que hace peligrosamente dañina la estupidez, que ya de entrada os digo que es una forma habitual de maldad, es estar en disposición de hacer daño, de tener poder. 

Gran obviedad. Los viejos anarquistas, en su ingenuidad certera hablaban de que el poder corrompe. Corrompe el poder y corrompe el tránsito para alcanzarlo. Pero además aísla del común de las personas, en una suerte de autismo no disculpable. Quizás nos podríamos haber ahorrado elecciones en otras épocas más bucólicas, por ejemplo para elegir alcaldes al menos en pueblos pequeños (pueblos pequeños, infiernos grandes), detectando cuál de los vecinos era menos útil o más prescindible para las tareas del campo, y elegirlo a él. Pero puede que salieran electos los mismos individuos (e individuas) que nos atormentan ahora; pongamos que hablo de Madrid.

Bien, aclarado ese marco, habría que preguntarse no por qué los estúpidos/malvados —disculpad la redundancia— son malvados, o por qué son estúpidos: falta de imaginación, de empatía, de compasión, de escrúpulos, avidez carroñera, avaricia, complejos, enfermedad mental… cada una de esas cosas y más. No, la verdadera pregunta para mí es cómo esas personas, obviamente mediocres pero a la vez hábiles en maniobrar para conseguir puestos de poder con una nada sutil regla de oro social: dar patadas hacia abajo, lamer culos hacia arriba y codazos a los lados, han podido llegar a esas posiciones de poder que les permiten disponer de la vida y las haciendas a veces de millones de personas. Vale, me he respondido yo solito. En una sociedad supuestamente meritocrática los Aznar, Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán, Putin, Díaz Ayuso, Erdogan, Lukashenko y un lamentablemente largo etcétera (con lista de espera, como Vox y sus nada menos 52 diputados, sin ir más lejos) no podrían hacernos daño porque no podrían haber llegado a alcanzar esa posición. Pero llegaron. La regla de oro les funcionó. Frecuentemente con el sacrosanto aval de los votos de muchos, a menudo de millones. Y eso, y no ellos, pobres gilipollas, es lo verdaderamente terrorífico. Lo cuenta muy bien un dicho argentino: los boludos son jodidos no por boludos, sino porque son muchos. Por eso otro argentino, reaccionario pero talentoso y no mala gente, decía que la democracia es un abuso de la estadística.