Como los yogures, cada nueva ley de educación no solo lleva la fecha de entrada en vigor en el BOE, sino también la de caducidad aunque no figure.
Pero antes, cuidado a que colegio le lleva. Le puede salir el niño
polimata, francófono, pedagogo, filósofo, músico, botánico, naturalista, ilustrado heterodoxo, prerromántico y hasta
suizo. Qué va a hacer con un niño así, qué va a ser de él.
Si no te llamas Emilio ni crees en la bondad natural (¡So buenista!) estás aviado. Una educación basada en la naturaleza (¿medioambiental?, no hombre, más y menos que eso) y en la experiencia, sin prejuicios ni caminos preconcebidos ni rutinas tediosas, pensada para una sociedad concreta. Vamos hombre, como si no nos hubiéramos cargado de una bendita vez (nunca mejor dicho) la malvada Institución Libre de Enseñanza, aquel nido de rojos tan viajados como poco españoles
¿Dónde va a poner la carcundia clerical el grito ante la nueva ley de educación? En el cielo, claro, dónde si no. Les gusta que sus hijos vayan a colegios de curas, donde va la gente bien, pero además quieren que se lo paguemos entre todos. Quizás no sepan que algunos de los mejores ateos, ateos convencidos, ateos practicantes, que no proselitistas como los clericales, hemos salido de colegios de curas. La educación cuando se convierte en adoctrinamiento es lo que tiene: te puede salir el tiro por la culata, en un cierto porcentaje.
La educación no es un problema de contenidos, sino de
instrumentos. No hablo de ordenadores. Hablo de los instrumentos que nos
permiten instruirnos a nosotros mismos, ya que en el fondo, y a menudo en la
superficie, todos en mayor o menor medida somos autodidactas. No digo que los
contenidos no sean importantes, sino que no son lo más importante. Por supuesto
que ahora a veces se ha pasado al lado contrario y los niños saben una
geografía localista, estrambótica, conocen —es un decir— el río de su comarca,
pero no saben dónde está el Nilo. O una educación ambiental, ecologista que está
muy bien, pero que es otro adoctrinamiento de signo opuesto: amar lo que se
desconoce por decreto biempensante, no conocer primero para después amar y respetar, o
sea, poner el carro delante de los bueyes. Cuidar el planeta. Valiente idiotez
que al planeta se la suda. Cuidar nuestro futuro, de eso se trata, y That is
the Question. Poco Hamlet y pocas nueces.
La religión no cuenta para la nota. Y cuando se habla de religión no se refieren a la budista, la musulmana o la zoroastrista, ni siquiera a esa tremenda variedad cristiana que va de los calvinistas o los luteranos a los anabaptistas, los presbiterianos, aquellos entrañables hugonotes y vaya usted a saber. Se refieren naturalmente a la católica, apostólica y romana, la nuestra, la verdadera vaya. Y tampoco cuenta la educación sexual. Eso no entra para el examen. No se da y punto. Los embarazos juveniles son un mal menor y además para educarse ya está la pornografía tan accesible hoy. Que es un sexo sin amor y sin ternura, a menudo brutal, quizás no consentido. Bueno, pero es sexo, ¿no? Un gozo: como jugar al póker y perder. Dirás ganar. Bueno eso tiene que ser ya la hostia: como el sexo con amor. Y en cualquier caso y con la venia, si disfrutan todos los participantes basta y sobra.
Instrumentos para conocer por nuestra cuenta, para entender que educarse es una tarea personal y de por vida, que nos hará libres, si lo hacemos bien, o siervos de manipuladores—y hay tantos— si no. Así, ese ex ministro de Interior parpadeante y meapilas que se defiende de pertenecer a una fétida red parapolicial afirmando que el no escribe con k, porque piensa como los chicos alternativos de barrio que eso es marginal y poco español. Maleducado, ignora que la k es española, como es latina y griega. ¿Cuándo empezó a maleducarse el mentado exministro?, y ¿cómo se fabrica una Díaz Ayuso? Porque las Diáz Ayuso nacen y se hacen, en determinadas familias y en determinados colegios de pago. ¿Cómo se extirpa la empatía y se desarrollan los anticuerpos de los escrúpulos? ¿Cómo se llega a ser un necio (nes cius: sin ciencia), un necio además ufano de serlo. Cuando yo era un chaval menos educado que ahora, porque he seguido mal que bien educándome, se contaba un chiste brutal: “señora, si tiene un aborto no lo tire, puede llegar a ministro”. O a presidenta de una Comunidad autónoma. De momento a esperar que se carguen esta ley de educación. Y ya llevamos nueve. Mientras tanto la religión no será ya el opio del pueblo, para eso ahora están las redes sociales; pero la educación seguirá siendo un negocio de curas.