Ursula K. Le Guin, una de mis escritoras favoritas en cualquier género, aunque a ella la han encasillado en el de la Ciencia Ficción y la Fantasía, —lo que es tan absurdo como decir que el Mío Cid es bélico o El Quijote un libro de caballerías— escribió “Prefiero escribir a hacer cualquier otra cosa”; lo cual es muy fuerte si tenemos encuenta que existe el sexo, la buena comida o el sol. Pero a continuación matizó que escribir es una tarea ardua que no sume al cuerpo en una actividad satisfactoria ni un alivio. Lo que pasa es que para algunas personas, entre las que modestamente me cuento, no escribir es aún peor. Es como el viejo chiste del tipo que dice que le gusta mucho jugar al póker y perder. Dirás ganar, le contesta uno; bueno, eso tiene que ser ya la hostia, replica. Podría decir que lo hago porque es lo que mejor sé hacer, pero no estoy seguro de que sea cierto. Lo cierto es que yo necesito escribir y lo suelo hacer todos los días. Comencé a escribir de encargo para viejas revistas hoy desparecidas de naturaleza, me pagaban, descubrí que me gustaba y completaba mis ingresos entonces exiguos de profe no numerario (PNN el argot de entonces). Al principio escribía a mano y mi ex mujer me lo pasaba a máquina con una copia al carbón. Un día se plantó y entonces yo empecé a escribir con dos dedos a máquina. Fue satisfactorio. Luego llegó el ordenador, y el portátil, y llevar pequeños cuadernos donde apuntar ideas y observaciones.
Hace décadas que no publico un libro, pero casi siempre escribo uno en la cabeza y muchos fragmentos de otros. Este blog es una vía de escape, como una válvula de una olla a presión. Otro de mis escritores favoritos, este no encasillado salvo en lo de ser un autor para lectores cultos y de culto, Robert Walser, escribía sus famosos microgramas en pequeños billetitos de papel de liar tabaco que muchas veces perdía o tiraba (y yo me imagino siguiendo esas preciosas miguitas detrás de él), auténticos papeles volanderos como los que recogía Cervantes en las calles para satisfacer su pasión lectora. A veces lo que leo me sirve para escribir; a veces lo que escribo me sirve para leer, para buscar un dato o para confirmarme o refutarme. Hay una simetría. A veces escribo para no leer. A veces, claro, leo para no escribir. Escribo para escapar, para aclararme, para aprender, para remediar. Y sé que la verdadera creación, de la que estoy lastimosamente alejado, es más satisfactoria que todo lo que conozco, salvo leer algo realmente bueno.
Así que cuando no tengo nada que escribir no tengo donde
escapar, ningún remedio, ninguna satisfacción. Por eso escribo. Y, como decía
García Márquez, para que mis amigos me quiéran, me digan, oye qué bueno y tal. Escribo
y atravieso horas y días, el laberinto de los años. En tiempos escribí poemas,
que no poesía. Vidrios rotos y nalgas en la noche. Era malísimo. A favor de mi
criterio lector debo decir que notaba de inmediato lo malos que eran. Algunos afamados narradores son pésimos columnistas, y a la inversa, así que dar con el tipo de escritura no es solo cuestión de estilo, sino de lugar, de sitio literario. No tengo
talento tampoco para la narrativa, para idear personajes ni urdir historias,
algo más para los ambientes y los paisajes, pero con eso no basta. Bastante tengo
con vivir día y noche en mí mismo como para poder hacerlo dentro de un
personaje, ni me lo creo ni lo creo (ambigua semántica). Soy demasiado
consciente de mi cuerpo para serlo de otros que ni siquiera llegarán a existir.
Norman Mailer decía que hacía falta huevos para ser escritor; pues los míos sólo
me bastan para ser yo. Y además Virginia
Woolf decía lo contrario, que lo importante sucede con independencia del
género, como demuestra su Orlando, y lo siento por algunas feministas. Yo creo
que el reduccionismo sexual, como el científico, no es buena cosa. Como los
ensayos, o lo que sea lo que yo hago, no tienen cuerpo como las historias, y
residen en la cabeza, no tengo ese problema y con o sin huevos persisto en
escribir. Y también me resulta más fácil escribir contra algo que a favor,
aunque finalmente he descubierto que en ambos casos escribo a favor de algo. Cuando
me bloqueo, rara vez, es como cuando me estriño o no puedo orinar, atragantado,
me añusgo (bonita palabra en desuso). Es lógico que lo considere una limpieza. Y
lo maravilloso de la escritura es su versatilidad. Si escribo: “ahora mismo no
estoy escribiendo”, estoy escribiendo, estoy mintiendo, pero también estoy diciendo
la verdad. Pués eso.