jueves, 25 de febrero de 2021

¿Qué quiere de mí Victoria Abril?

 

Es evidente que bulos han existido siempre, aunque ahora se les llame fake news, si no no necesitaríamos a los historiadores. También es evidente que las redes sociales son mucho más eficientes para divulgarlos que el boca a oreja medieval o los panfletos anónimos, como lo es que los teléfonos actuales no estén enganchados a las paredes y hagan muchas más cosas que telefonear y recibir llamadas, dos funciones, por otra parte, bastante molestas. Por otra parte como biólogo sé que el engaño ha tenido un papel fundamental en la evolución; las presas, por la cuenta que les trae, intentan engañar a sus depredadores y viceversa. El mimetismo: imitar a otra especie no alimenticia por tóxica o peligrosa, confundirse con una ramita como hacen un grupo de insectos, los fásmidos, o con una hoja, como algunas mariposas, moscas que se confunden con avispas y el colmo de los colmos, ciertas especies de pececillos en los que algunos machos imitan a hembras para camuflarse entre ellas, eludir a los machos rivales y fecundar las puestas de las verdaderas hembras. O sin ir tan lejos, esos matones de patio de colegio, agresivos e intimidantes que en realidad suelen estar muertos de miedo.

El engaño sin embargo no resulta gratis, tiene costes, conlleva esfuerzos y el riesgo de ser descubierto. Por eso me fascina sobre todo el autoengaño. Todos esos conspiranoicos y sus ideas y teorías delirantes suelen tener una cosa en común: se creen sus propias mentiras. Ahora acaba de salir una actriz española a la que siempre admiré y considero inteligente, a la estela de un cantante hoy de capa caída, diciendo que todas esas muertes, que no es fácil ignorar, son debidas a otras causas, incluidas las naturales, y no por el covid. Consecuentemente las vacunas son experimentos masivos no sé sabe bien para qué, pero no para inmunizarnos de ningún virus. Bien. La he visto en la tele; resultaba convincente, se lo creía vamos, por muy buena actriz que sea, se lo creía, creía lo que decía.

¿Por qué nos autoengañamos? Para engañar mejor a los demás. Si reorganizamos internamente la información de mil maneras improbables y además lo hacemos inconscientemente en gran medida resultaremos muy convincentes. Por eso la función primordial del autoengaño, a la inversa que mis ejemplos zoológicos anteriores, es ofensiva, se mide por su capacidad de engatusar a otros. Hay un biólogo de Harvard, Robert Trivers, que ha estudiado este fenómeno y considera que es un fenómeno evolutivo que por consiguiente se puede medir por los efectos positivos en la supervivencia y el número de descendientes viables. No debemos olvidar lo que señala la moderna neurociencia, que la mente consciente es una suerte de observador que contempla los hechos consumados, mientras que el comportamiento mismo se inicia por lo común de manera inconsciente.

Un género de autoengaño extendido está vinculado a las narrativas históricas, que hasta han desempeñado un papel crucial en las guerras insensatas (suponiendo que haya guerras sensatas), en las nacionalistas y las de religión. Cuanto más “social” o menos “dura” es una ciencia o disciplina mayor facilidad para el autoengaño. Los delirios, digamos prehistóricos, desde los vascos en España a los galos en Francia son buenos ejemplos, o los medievales y más tardíos entre los nacionalistas catalanes. Todos los que se lo creen se lo creen sin dudas. Además las mentiras se propagan mucho más rápido que la verdad. Alguien dejó dicho acerca de los rumores que la mentira ya ha dado media vuelta al mundo antes que la verdad comience a propalarse.

Algunos filósofos sostienen que el vocablo “autoengaño” es un oxímoron que entraña una contradicción intrínseca, porque ¿cómo puede ser que el yo engañe al yo? Sería necesario que el yo conociera lo que no conoce. Esta contradicción se soslaya cuando se mantiene el yo consciente en la oscuridad. O si se prefiere, la información verdadera se guarda en el inconsciente y la falsa en la consciente. Pero confieso que me interesan menos esas disquisiciones de los amigos filósofos que las de mis colegas que investigan a los pececillos travestis. De hecho yo tuve un amigo en mi juventud que se hacía pasar por gay (entonces se decía marica) para ligar…con chicas.

No hay que darle más vueltas —aunque el tema es fascinante—, mientras el autoengaño funcione, es decir, engañe a los demás, seguirá existiendo. A mí, en las raras ocasiones personales en que se me han hecho confidencias sobre alguna teoría alternativa delirante, siempre pregunto dos cosas: “ a ti que te pasa”, y también “qué quieres de mí?”. A ver, Victoria Abril, ¿qué quieres de mí,chata?

sábado, 20 de febrero de 2021

La libertad contra la verdad

 

Nadie ha sujetado el cigarrillo en la comisura de la boca como Albert Camus, Humphrei Bogart (aunque sospecho que lo imita) y Julio Cortázar (que es inimitable). Cigarrillo, boca y ojos entrecerrados por el humo forman un humano completo, expresivo y suficiente. Me gustan las cosas que están hechas de partes que encajan. No hablo de los puzles especialmente, sino de la Tabla Periódica, de la Rayuela de Cortázar (quiero tanto a Julio), de las bibliotecas, pero no me gusta que descompongan en partes lo que siempre debe ser un todo, como la libertad, porque estoy en contra de las libertades. Últimamente se cometen barbaridades en nombre de las libertades, lo que se compadece con el egocentrismo de hablar tanto de derechos y tan poco de deberes. Esto está muy bien contado —mejor que aquí— en un excelente artículo de Rocco Rochi titulado Metafísica del populismo, que se publicó en la revista Doppiozero en el 2018 y que yo descubrí gracias al novelista Sandro Veronesi. Ahí se refleja el conflicto nada sorprendente, entre verdad y libertad (en realidad libertades). En cualquier caso, es una guerra feroz entre verdad y libertad. La libertad se ha convertido, mira tú, en un concepto hostil, cerril, chirriante, lamentablemente plural, una cebra desmembrada por manadas de hienas en trozos sin unirse en un todo. La libertad de escoger lo que prefiramos, la libertad de rechazar toda autoridad, la libertad de no someternos a las leyes que no nos gusten (¿verdad, próceres catalanes?), la libertad de no respetar los valores de otros, la libertad de no respetar los acuerdos del pasado, las instituciones, el pacto social, la libertad de no rendirnos a la evidencia (la verdad), la libertad de sublevarnos contra la cultura, contra el arte, contra la ciencia (panda de pagafantas), la libertad de no vacunar, no usar antibióticos, la libertad de no creer en los hechos probados (y a la inversa: la libertad de creer en las noticias falsas, y la libertad de inventarlas), la libertad de contaminar, de extinguir animales y plantas, de ser los hombres sexistas y las mujeres machistas, la libertad de disparar al que invada nuestra propiedad, la libertad de rechazar y expulsar a los refugiados, de encerrarlos en campos de concentración, de dejar que los náufragos se ahoguen, la libertad de odiar a los que rezan a otros dioses, se visten de otra forma, comen otras cosas, hablan lenguas distintas, la libertad de odiar a los vegetarianos o a los que comen carne, libertad para cazar elefantes y ballenas, libertad de ser crueles, de ser maleducados, la libertad de ser ignorante, homófobo, antisemita, negacionista, fascista, nazi, la libertad de decir (y gritar) negro, gitano, sudaca, charnego, maketo, subnormal, mongolo, maricón. La libertad, en suma, ahí es nada, de hacer únicamente nuestra voluntad y perseguir nuestro interés, de equivocarnos sabiéndolo, porque es esa santa voluntad y no la Constitución el garante de la libertad. La libertad de elevar a héroe a un mediocre enfurecido que no sabe cantar ni mucho menos hacer poesía. Todas esas metástasis de la libertad pululan y envenenan las redes sociales y las manifestaciones callejeras.

Y luego está la verdad. Y también la libertad. Dos nombres de un poco lo mismo.

jueves, 18 de febrero de 2021

Ser tonto no es delito

 

Puede parecer paradójico, pero el pasado, en cierto modo o bajo cierta perspectiva, es más impredecible que el presente y hasta que el futuro inmediato. Porque el pasado cambia. Lo hace a medida que vamos sabiendo más cosas de él; se producen nuevos descubrimientos o se modifica, ampliándola o profundizando, la perspectiva. Se buscan nuevos ángulos y de la lista de reyes y batallas se pasa a indagar en las vidas de las gentes corrientes. Y además el pasado cambia porque cambia nuestro presente y este condiciona nuestra mirada. En tiempos optimistas y benévolos se contempla el pasado como una oscura barbarie. En tiempos pesimistas y de crisis podemos ver ese mismo pasado como un anuncio del presente. Y luego está el mito del eterno retorno y la circularidad de la historia, ideas más orientales y hasta budistas que de estos lares. Tras la derrota de los fascismos parecía haber surgido una cesura con ese tremendo pasado inmediato, pero ahora regímenes autoritarios y xenófobos vuelven a surgir en esta misma Europa, tan optimista hace escasas décadas. Y como en la Alemania de Hitler, personajes y partidos impresentables hace poco empiezan a ganar democráticas elecciones. Hay todo un subgénero de ensayos de politólogos que estudian, esa sí, paradoja.

Que el hombre sea el único animal que tropieza en la misma piedra (lo que no es cierto pero tiene algo de cierto) puede resultar hasta entrañable a la hora de contemplar a nuestra especie, pero que lo hagan sociedades enteras ahora que tanto se habla de memoria histórica, absolutamente desmemoriadas es pavoroso. Da miedo. Ahora no hay golpes militares pacíficos, como la bienaventurada Revolución de los claveles de Portugal de abril de 1974, y en cambio hay movilizaciones civiles de protesta absolutamente violentas, aunque esa violencia la protagonice una minoría de vándalos (seguro que ellos se consideran vanguardia activa frente a tantos borregos con pancartas), como la más reciente a favor de la libertad de un mediocre rapero de Lérida y de paso de la libertad de expresión. Y expresivos sí que lo son.

Ese héroe cabreado de la libertad de expresión es el que le dijo a un testigo en contra en un juicio anterior “ya de pillaré, hijo de puta”. Pero aquí no conviene confundir medios y fines. Los fines son loables: defender esa libertad esencial, pero algunos medios violentos, arrasando ciudades y comercios y enfrentándose a la policía, no lo son. Nuevamente hay que insistir en la vieja pamema de que los fines no justifican los medios. Y no sólo eso, algunos medios desacreditan los fines por loables que estos sean. ¿O acaso no estamos hablando de la violencia de las manifestaciones y no de los legítimos motivos de la protesta? Claro que para esos violentos el fin es esa violencia y el motivo de la manifestación sólo un pretexto. Hay bandas rivales de violentos que se citan para darse de hostias con palos y puños y hasta cuchillos. Otros o los mismos prefieren cualquier manifestación ciudadana —¡cívica!— para enfrentarse a la policía. Simplemente.

Yo no quiero que el rapero ese vaya a la cárcel. No considero que la estupidez y la falta de talento, incluso la mala follá como dicen los andaluces, sea delito. En cuanto a la libertad de expresión y su defensa también lo tengo claro: no creo que deban existir los delitos de opinión, sólo los de odio, los que incitan a masacrar o perseguir a otros, siempre más débiles. Los Borbones, con los que se metía el rapero, no son precisamente débiles y a mí en concreto la institución que representan me parece ociosa (nuca menor dicho), prescindible y, por qué no, odiosa, al igual que esa familia. Y repito ser tonto, feo y sin talento no es delito, pero destrozar una ciudad y atacar a los que se supone que la sociedad ha dado el monopolio de la violencia (controlada y proporcional) precisamente para que el resto social no la tenga que ejercer sí lo es.

martes, 9 de febrero de 2021

Leer y comer potaje

 

Como Los protocolos de los sabios de Sión que demostraban la conjura judía, yo tengo un documento que demuestra que la inmensa mayoría de los profesores de lengua y literatura de educación secundaria están secretamente subvencionados por la industria de los videojuegos y las plataformas de streming. El objetivo es conseguir que niños y adolescentes aborrezcan la literatura y consideren el acto de leer algo más largo que un twit como una perversión sin fundamento. Eso explica que a los alumnos les obliguen a leer El Quijote, Madame de Bovary o Moby Dick. Como el potaje de adviento, son alimentos que el paladar inocente detesta y sólo más tarde el adulto pervertido puede degustar con fruición.

Si al final del bachillerato se ha conseguido que el alumno no lea nunca más ni un simple manual de instrucciones o el prospecto de un medicamento la tarea educativa se habrá cumplido. Pero al igual que hay ancianos que se siguen masturbando, hay individuos que leen el resto de sus vidas. Con esos, con los ancianos pajilleros y con los lectores empecinados, no hay nada que hacer. Aún así no se ha descubierto un medio más efectivo que las lecturas obligatorias para terminar desdeñando ese vicio solitario y egotista que es la lectura. Nótese que lectura y obligatoria es asunto que no casa, de ahí su eficacia, como los medicamentos amargos. Hay que desenseñar a leer a palos. No hay otra. Lo dice Nicanor Parra, mi improbable primo, los profesores están ahí para volvernos locos a preguntas que no vienen al caso. También ayuda que no haya libros en casa, aunque eso no es suficiente garantía mientras existan las bibliotecas públicas, aunque poco a poco los esfuerzos coordinados de las administraciones las vayan cerrando o despojando de fondos.

No digamos del placer no ya de leer, de encontrar placentero tal contradios, sino del supremo, según algunos, placer de releer. El placer de la relectura es un combate entre el que leyó y el que lee, que ya no es el mismo. Lo que te pareció, críptico, maravillosamente ingenioso o prometedor, ahora te parece esnob, ingenuo, insoportable. O bien, lo contrario; en este último caso el yo que lee se da cuenta de que aquel lector aún no estaba listo para comerse el potaje.

Los que hayan sobrevivido a esos esos esforzados profesores, que, como dice Zambra, hicieron todo lo posible para demostrarnos que leer era la cosa más aburrida del mundo, esos, no tenemos remedio. El placer de la lectura es asunto personal, una desviación del honrado gusto popular. Los profes no gastaban saliva en señalar ese placer, porque ellos nunca lo habían experimentado, buenos alumnos de buenos profesores de manual.

 

                                                           

lunes, 8 de febrero de 2021

'América' me debe una explicación

 


Me deben una explicación (pero me la tengo que buscar yo). Me la deben esas decenas de millones que votaron a Trump en las últimas elecciones estadounidenses. No hablo de payasos profesionales con cuernos de bisonte que atacaron el Congreso. Hablo de los que depositaron su voto a favor de un obvio sociópata que además empeoró objetivamente sus vidas ya precarias. De acuerdo, a Trump le voto esa mitad del país ignorante y receloso de las élites estadounidenses, un país dentro de otro país marginado y ‘marginal’. Cuesta entenderlo porque no es buena ni lógica forma de recelar de las élites votar por un multimillonario. Cuesta entenderlo pero lo voy a hacer.

La historia que se cuenta de Estados Unidos es una historia absolutamente falsa. Es la historia edulcorada de los peregrinos del Mayflower, de Pocahontas y John Smith, de la conquista del Oeste y del destino manifiesto, de los hombres hechos a sí mismos y del ascenso social, de la democracia plena y la búsqueda de la felicidad escrita en sus escritos fundacionales, la Declaración de Independencia y la Constitución; de senadores y no de lores (se supone que el Senado no es la Cámara de los Lores, aunque aquellos tengan más prebendas en EEUU que estos en el Reino Unido). De las cabañas de troncos y los pioneros de tricornio, jubón y calzas y largos rifles de avancarga. Y sobre todo, un país sin clases, o que oculta sus clases, o en la que la inmensa mayoría son de clase media (¿con relación a qué?). Es un país de triunfadores, de antiguos libertarios religiosos, de emprendedores liberales, de implacables hombres de acción forjadores de imperios. De la roca de Plimouth y la Pensilvania de William Penn.

En realidad Inglaterra consideró a las colonias del Nuevo Mundo como un erial sin dueño que había que explotar y repoblar con su propia escoria sobrante de delincuentes y prostitutas, apenas siervos desprovistos de la única legitimidad, la posesión de tierras, que utilizaban como arrendatarios de administradores de los lejanos inversores de la metrópoli que jamás pusieron el pie allí. Recomiendo no creer nada de la historia de Estados Unidos que se enseña a los escolares norteamericanos. Y no sólo por las omisiones al genocidio indígena, sino porque se omite la raíz inicial de esos americanos de segunda categoría (la tercera son los esclavos negros) que son algo más ínfimo todavía que el proletariado europeo de la época, puesto que se consideraban como el mal ganado, con hijos defectuosos desde su nacimiento. Esa clase social, por llamarla lo que es, sigue existiendo y es la base social de los votantes de Trump y esa subcultura anómala, como si de una tribu de caníbales se tratase, que contrasta con la de las excelentes universidades elitistas de Estados Unidos. Dos países en uno, irreconciliables, irreconocibles. Invisibles o visibles, despreciados o reclamados como los auténticos americanos; son la prueba de que la sociedad estadounidense le obsesionan las etiquetas mutantes que asignamos a los vecinos que deseamos ignorar. La escoria blanca es el hilo narrativo de la historia de este magnífico país que integra el núcleo de su verdadero relato nacional. Una parte fundamental de su historia.

Pero es el país más desigual del mundo, con pobres muy pobres (el Cuarto Mundo) en el país más rico del mundo abandonados a su suerte, pero rodeados de riqueza, y especuladores riquísimos e intocables. Y esa desigualdad se remonta a sus orígenes, al siglo XVI y XVII y las primeras colonias inglesas. Es muy significativo que en un país que se dice una república que no heredó las rígidas clases sociales inglesas, haya tantos términos para distinguir a los marginados rurales, el más conocido es el de ‘basura blanca’, White Trash, pero hay muchos más; clay-eater (comearcillas), cracker o corncracker (mascamazorcas), hillbilly (rústico, cateto, pueblerino), lubber (patán, palurdo), mudsill (pies embarrados), piney (morador de pinares, montañés), redneck (destripaterrones), rubbish (basura), sandhiller (habitantes de los pantanos), tar-heel (talón de brea), tráiler trash (que viven en caravanas), waste people (morralla humana), waste (desecho). En definitiva perdedores (losers), bribones, zarrapastrosos, catetos, paletos, palurdos, gañanes, destripaterrones, basura, morralla, escoria… Eso sí: blancos; los negros es otro asunto, un asunto que para su autoestima está, se supone por debajo de ellos, aunque algunos sean titulados por Yale o Harward y alguno haya llegado a presidente.

Sin embargo, hay que tener cuidado con la baqueteada saga de razas inferiores (pero blancas) estadounidenses. Benjamin Franklin (nada menos), Thomas Jefferson, Davy Crocquett, Theodore Roosevelt, Erskine Caldwll, James Agee, Elvis Presley, Lyndon B.Johnson, Billy Carter, Bill Clinton, Sarah Palin y Dolly Parton pertenecieron a esa clase, aunque a unos se les note más que a otros. Por mi parte, y con permiso del excelso cine europeo, mis directores favoritos son estadounidenses, aunque emigrados; mi música favorita es el Jazz en todas sus épocas, incluido el esotérico Be-Bop, el primer rockanroll y el blues, dejemos aparte mis adorados Bach y Mozart; algunos de mis escritores favoritos de ahora y de antes son o eran estadounidenses y como naturalista Estados Unidos me parece un paraíso paisajístico y en su biodiversidad, con diez veces más especies de árboles que Europa, que en comparación parece un solar vacío con algunas plantitas. Mi cine favorito es el western de la época dorada y el cine negro de los cincuenta; mi socialista favorito, con permiso de Olof Palme, es Franklin D. Roosevelt. Por gustarme Estados Unidos, donde nunca viviría pero adonde siempre iría, debo decir que hasta me hace gracia, tomando el todo por la parte, figura retórica abusiva donde las haya, llamen a su República como a todo el continente, América, y a sí mismos, simplemente, ‘americanos’. Lo demás son los extraños vecinos del norte y su patio trasero, en el que se entrometen cuando quieren.