jueves, 30 de diciembre de 2021

Dónde no quiero estar y con quien no quiero estar

 

Es un experimento muy sencillo, si colocáis unas pocas bacterias en una placa petri (esa especie de vaso de sidra sumamente aplanado) con una solución azucarada, las bacterias crecerán rápidamente como una esplendorosa colonia, pero más tarde, si no reponéis el alimento, empezarán a disminuir igual de rápidamente, asfixiadas también por sus propios desechos. Lo mismo con los humanos y proporcionalmente igual de rápido, puesto que nuestras generaciones son miles de veces más prolongadas. Yo a eso lo llamo morir de éxito. Otros gustan de metáforas belicistas y lo llaman la explosión demográfica o directamente la bomba de población, y los más ignorantes la destrucción del planeta (al planeta, como a la placa petri le da exactamente igual con o sin baterías, con o sin nosotros, aunque por supuesto cambiará sin bacterias y sin nosotros, respectivamente). Las otras dos grandes P además de la Población, esto es, la Polución o contaminación en todos sus aspectos, en la atmósfera, en las aguas, en los suelos y hasta en la grasa de los osos (que contienen pesticidas como el DDT), y la Pobreza, entendida no sólo la de la desigualdad escandalosa entre rentas de individuos y entre países, sino la extinción de especies, la desaparición de hábitats, todas pobrezas en suma, no son independientes en absoluto entre sí y con la primera. Por ejemplo, los humanos del Primer Mundo o desarrollado (consumistamente desarrollado, mejor decir, hipertrofiado) consumimos varios cientos de veces más recursos y producimos varios cientos de veces más residuos que los eufemísticamente llamados países en vías de desarrollo, o sea, no los pobres, sino los empobrecidos (por los primeros). Por tanto, es ese consumo de recursos y expulsión de desechos per capita lo que cuenta, nunca mejor dicho, y en ese sentido un wasp (blanco, anglosajón y protestante) estadounidense “pesa” (o tiene una 'huella' sobre el planeta) varios cientos de veces mayor que la de un etíope, salvo si es el presidente de la OMS que curiosamente también es etíope, pero hablamos de etíopes de la calle, corrientes, o esrilandeses (antes ceilandeses), malienses, haitianos…

Puestos a salvar el Planeta, como dicen los abundantes igualmente ignorantes, sería sensato controlar la población, pero especialmente la de los que consumen y ensucian, esto es, los ciudadanos del Primer Mundo desarrollado que, mira por donde, ya tienen tasas de crecimiento bajas, al revés que los del empobrecido mundo por desarrollar, subdesarrollado o expoliado.

A mí con la gente me pasa algo muy numérico. Cuantitativo, si queréis. Para mi menos es más, o mejor con menos, sin duda alguna. En cualquier comunidad humana de este planeta, cualquier individuo de la susodicha comunidad tomado igualmente al azar, será raro que no tenga cierto interés, a menudo mucho, y por separado será equilibrado, interesante, reflexivo, divertido, profundo, mordaz. Pero en bloque, en asociación, son decepcionantes; los alemanes y los seguidores del Celta de Vigo. La desesperante y aterradora masa, que decía Elias Canetti. Por eso para mí la patria, que es el biotopo de esas masas, es justo el sitio donde nunca querré estar. Y más concretamente tomando las uvas en noche vieja en la Puerta del Sol de Madrid.

 


miércoles, 22 de diciembre de 2021

Como convertirse en un marciano en una sola lección

 “Creo que puedo decir con seguridad que nadie entiende la mecánica cuántica”. Richard Feynman

Podría decir que cada vez entiendo menos este mundo, pero eso no expresaría bien el asunto. No me refiero al proceso inexorable, al envejecer, en el que, junto a los achaques de la decrepitud, se siente uno más marciano en los mundos de la gente joven. Me parece inevitable. Eso sí, uno puede decidir no convertirse en un viejo irascible, eso es, alguien a quien esos mundos que no entiende le cabrean.

Tampoco me refiero a no entender… yo que sé, la física cuántica, porque como dijo Richard Feynman, los que dicen entenderla son una prueba palpablede que no se han enterado de nada.

Así que no me refiero a la brecha generacional. Ni a la incomprensión de los vertiginosos y acelerados descubrimientos científicos. Me refiero a que no entiendo, ni siquiera en lo básico, a la mayoría de la gente que me rodea (hasta cierto puento: ahora lo explico) independientemente de su edad y de su formación o nivel cultural. Hasta que me he tropezado con una asombrosamente sencilla ley que me lo explica claramente. Una ley social, claro, no física. Es la ley Barry Manilow, promulgada por Clive James y difundida por Martin Amis y ahora modestamente por mí. Sirve para explicar lo inexplicable, como toda buena ley; para explicar la popularidad de los nefastos populares (y no estoy aludiendo a los miembros de ningún partido político concreto). Se llamen (para mí, ahora lo aclararé). Donald Trump, Boris Johnson, Jail Bolsonaro; o más próximos, Abascal, Díaz Ayuso o lo lo que se tercie. Individuos para mí detestables por las que yo considero poderosas razones pero que no se puede ignorar que son aclamados por una abrumadora cantidad de seguidores.

La ley que este misterio aclara, esa bendita ley de Barry Manilow, postula: “Toda la gente que conoces piensa que Barry Manilow es absolutamente horrible. Pero toda la gente que no conoces piensa que es genial.”

Como toda buena ley tiene un corolario igual de explicativo: ten en cuenta que la gente que conoces es astronómicamente menos numerosa que la gente que no conoces…

Pero si fuera poco, hay que considerar que esos fans incomprensibles para mí, de Barry Manilow no pueden hacer que aumente mi exposición a Barry Manilow, pero los de Donald Trump, los de Díaz Ayuso, aliados con los omnipresentes medios de comunucación de masas y especialmente las redes sociales…, me hacen oír, prestar atención a Donald, a Isabel a Jose María, quiera o no quiera… ¡Oh, Dios mío!

Y lo mismo con los toros, el fútbol y la Navidad. Así que procuro leer menos prensa escrita, menos prensa digital, ver menos televisión y oír menos radio. Y sí, me estoy convirtiendo en un autentico marciano.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Yo no quiero salvar el Planeta

Ni los zorros ni las mofetas, animales emblemática y justificadamente malolientes, se cagan en sus propias madrigueras. Nosotros sí. Y en ese sentido el futuro, nuestro futuro, está cargado de incertidumbres. O de indeseadas certidumbres para algunos pesimistas.

¿A dónde vamos? (El diablo se rie burlón, apoyado contra la puerta que da a este universo plano, más plano que el de los terraplanistas. O más bien aplanado).

Ni idea

Este es el primer principio de incertidumbre, y no el de Heisenberg. Y contradictorio, porque el futuro por definición no está escrito, pero tiene muy mala pinta.

Sin embargo, podríamos empezar por sentir curiosidad (por la pregunta y por todo), en lugar de miedo, en un extremo, o de satisfecha indiferencia (después de mí, el diluvio), en el otro.

Así que no estaría de más expresarse correctamente. Qué coño (perdón, es homenaje ambiguo al enigma femenino) es eso de “¡Salvad el planeta!”. Insectos oportunistas (cucarachas, no bellas mariposas) y bacterias lo aguantan todo, hasta a nosotros, incluso viven de nosotros, y muchos otros organismos mejor sin nosotros, así que el planeta se salva solo y mejor sin nosotros. Los que nos tenemos que salvar, al menos como sociedad, somos los humanos, aunque también nos acompañan en nuestro previsible declive, anticipándose, numerosas otras especies singulares, como tigres, osos, ballenas, scuoyas y un preocupante y crecientemente largo etcétera ¿Culpa de todos nosotros, del ser humano en su locura, etc…? No, sólo de algunos, los que realmente deciden. Al resto consumista con suerte de nosotros (los pobres pobres no cuentan) se le suministran cosas, por consiguiente las "necesitan". Ya está bien de repartir la responsabilidad entre todos, pero los beneficios de tanta locura suicida sólo entre los pocos avispados. Si quieren lo pueden llamar el Mercado o el Capitalismo, aunque la economía planificada del pasado comunista también hacía lo mismo de forma algo distinta, de modo que el Lago Baikal y el de Michigan terminan contaminados con las mismas pertinaces porquerías.

En fin, después de mi formación académica en biología y ecología que me ha hecho durante décadas sobresaltarme, cuando no enfurecerme, por las simplificaciones de cierto ecologismo, me doy cuenta de cuál es el calificativo que me cuadra. Soy un anti-antiecologista, como soy un anti-anticomunista y como soy un anti-antitaurino. O sea, que no soy ecologista, pero menos aún lo contrario, al igual que el anticomunismo me hace sentir próximo a esos honestos militantes comunistas que no tiraron la toalla ni siquiera cuando el Gran Bigote superó cuantitativamente en víctimas a Pequeño Bigote.

Volviendo a los zorros y mofetas, que no son especialmente guarros pero nos huelen mal (como a mí me huele mal cuando cojo el ascensor después de la perfumada vecina del quinto), los chicos que hacen botellón en el parque y tiran bolsas y botellas al suelo a escasos centímetros de las papeleras, se justifican diciendo que así dan trabajo a los barrenderos. Con la misma lógica de reducción al absurdo, podriamos ir matando gente por la calle para dar trabajo a los enterradores. Y lo cierto es que nos estamos enterrando. Lo que explica el entusiasmo empresarial de tantas políticas medioambientales, descarbonizadoras y demás.  

Pero, por favor, dejad de decir eso de salvad el Planeta y pongámonos a salvarnos nosotros. Si es que aún tenemos a mano suficientes papeleras.