Sin eufemismos: soy un
anciano, un anciano con perro. No un viejo, viejo puede ser un libro, o vieja
una consola o una receta. Soy un anciano y ni yo, el interesado, sabe del todo
cómo ha pasado. Dios mío, cómo ha podido sucederme esto, a mí. Bueno, sufrirlo en
primera persona no te da demasiadas ventajas, pero tengo una teoría. Veréis, la
vida es una estafa muy bien urdida, sin escapatoria. En realidad, es un robo. Aliada
con el tiempo, esa cosa que Einstein decía que lo mismo iba para adelante o
para atrás y que no era lo mismo aquí que allá ni deprisa o despacio. Pero el
tiempo no está tan aliado con el espacio como con la vida de todos y cada uno
de nosotros. Y es un puto robo. Ni el peor salteador de caminos, ni el bandido
más artero a la espera de la consabida diligencia, ni el navajero tras la
esquina. A esos especializados trabajadores sólo les interesa tu dinero, si son
verdaderos profesionales. Y si eres sensato y dócil y se lo entregas sin lucha
y sin hacerte del héroe, te perdonaran lo demás, que es lo que de verdad
importa: la vida, la memoria, el corazón, el pito. Pero esos otros desalmados
—la vida y su aliado el tiempo, a cual peor— viene de puntillas y se lo lleva
todo: la memoria (cómo se llamaba aquella tía que…), el corazón, el oído (cómo
dices…) y el colgajo de ahí abajo. Sin seleccionar nada, ni reloj ni cartera ni
anillo, agarra lo primero que ve. Y encima se cachondea de ti. Vuelve pellejos
tus pechos, las nalgas macilentas, te arquea la espalda (y duele), te cae el
pelo, pero a cambio te hace salir pelos en las orejas y en la nariz y te esparce
verrugas y manchas por manos y cara, te hace balbucear sandeces o enmudecer
chocho y senil después de vaciarte los bolsillos de palabras. Hijo de puta: Llámalo
tiempo, vida, vejez, da lo mismo, son la misma banda. Idéntica escoria. Mostrándose
educado al principio, robando dentro de unos límites, deslizándose como un
carterista, sin que te des cuenta, arramblando con cositas, un botón, un
calcetín, un pinchazo leve arriba a la izquierda, otro en la rodilla, dos dioptrías…
cómo se llamaba aquella, sí, hombre, la que…