miércoles, 14 de junio de 2023

El gran ladrón

 

Sin eufemismos: soy un anciano, un anciano con perro. No un viejo, viejo puede ser un libro, o vieja una consola o una receta. Soy un anciano y ni yo, el interesado, sabe del todo cómo ha pasado. Dios mío, cómo ha podido sucederme esto, a mí. Bueno, sufrirlo en primera persona no te da demasiadas ventajas, pero tengo una teoría. Veréis, la vida es una estafa muy bien urdida, sin escapatoria. En realidad, es un robo. Aliada con el tiempo, esa cosa que Einstein decía que lo mismo iba para adelante o para atrás y que no era lo mismo aquí que allá ni deprisa o despacio. Pero el tiempo no está tan aliado con el espacio como con la vida de todos y cada uno de nosotros. Y es un puto robo. Ni el peor salteador de caminos, ni el bandido más artero a la espera de la consabida diligencia, ni el navajero tras la esquina. A esos especializados trabajadores sólo les interesa tu dinero, si son verdaderos profesionales. Y si eres sensato y dócil y se lo entregas sin lucha y sin hacerte del héroe, te perdonaran lo demás, que es lo que de verdad importa: la vida, la memoria, el corazón, el pito. Pero esos otros desalmados —la vida y su aliado el tiempo, a cual peor— viene de puntillas y se lo lleva todo: la memoria (cómo se llamaba aquella tía que…), el corazón, el oído (cómo dices…) y el colgajo de ahí abajo. Sin seleccionar nada, ni reloj ni cartera ni anillo, agarra lo primero que ve. Y encima se cachondea de ti. Vuelve pellejos tus pechos, las nalgas macilentas, te arquea la espalda (y duele), te cae el pelo, pero a cambio te hace salir pelos en las orejas y en la nariz y te esparce verrugas y manchas por manos y cara, te hace balbucear sandeces o enmudecer chocho y senil después de vaciarte los bolsillos de palabras. Hijo de puta: Llámalo tiempo, vida, vejez, da lo mismo, son la misma banda. Idéntica escoria. Mostrándose educado al principio, robando dentro de unos límites, deslizándose como un carterista, sin que te des cuenta, arramblando con cositas, un botón, un calcetín, un pinchazo leve arriba a la izquierda, otro en la rodilla, dos dioptrías… cómo se llamaba aquella, sí, hombre, la que…