La moda del “nature writing” (aún no tenemos una traducción unánimemente
aceptada en castellano) tiene de bueno, aunque parezca lo contrario, el que es una
moda, y tiene de malo también que es una moda. Lo bueno que tiene esa moda es que significa que
se está revalorizando, haciéndose presente, emergiendo, sobre todo desde el
mundo anglosajón, una interesante literatura mezcla de ciencia (historia natural),
filosofía (no siempre pedestre), autobiografía y ensayo, por tanto ajena a la
ficción (Non Fiction), que aspira a vincular emocionalmente al lector con los
paisajes y los entornos naturales, incidiendo en su valor y la necesidad de su
conservación. Genera, en los mejores casos, una suerte de 'Garcías Lorcas' de la
naturaleza y en los peores de unos ñoños 'Corín Tellado'. En España hemos tenido ejemplos
de los dos, en el primer caso, excelso y pionero, el novelista Miguel Delibes, en el segundo, varios que me
callo. De la emoción al empalago hay la misma distancia que entre el talento y
la chuminez, o sea, cuidado. Tengo dicho ya que hay un ecologismo, yo creo que
lamentablemente predominante, que apela al sentimiento sin pasar por el
conocimiento: salvar las ballenas sin saber nada de ellas, y que eso para mí no
conduce a una mayor sensibilidad sino a la sensiblería, a poner el carro
delante de los bueyes en la necesaria de tarea de concienciar a la gente sobre
la necesidad de la preservación de los espacios y especies naturales. Para amar hay primero que conocer. Dejemos las adoraciones a las religiones.
Pero la parte mala de toda moda es que por definición pasa de moda. Espero que no sea este el caso. Desde luego los maestros del género son los anglosajones, sobre todo ingleses y estadounidenses, y desde hace mucho. Es curioso, porque Inglaterra es muy rural pero carente de espacios silvestres verdaderamente salvajes o vírgenes, mientras que los Estados Unidos, por haber sido ocupados muy tardíamente, hasta finales del siglo XIX, por humanos con gran capacidad tecnológica, conserva muchos de esos espacios vírgenes y de hecho, la idea de los Parques Nacionales, como paradigma de la conservación de la naturaleza, se originó allí precisamente en esa época de la mano de pioneros como Muir alarmados por la veloz desaparición de esos parajes. En el caso de Inglaterra, donde casi uno de cada dos jubilados es ornitólogo aficionado, herborista o geólogo ocasional, es justo por lo contrario, por la convicción de que, por un lado, lo poco que queda es un tesoro, y por otro, que, al contrario que en América, la larga interacción secular entre el hombre, sus cultivos y ganados y la naturaleza original han creado un armonioso mosaico, como los famosos setos vivos, que permite nadar y guardar la ropa, un dificil equilibrio entre conservación y producción, entre los petirrojos y la cebada, para abreviar, y el resultado es maravilloso: paisajes donde no hay árboles milenarios ni osos o pumas, donde se percibe la huella humana, pero delicada y armónica: campesina.
Entre los pioneros estadounidenses está John Muir, un escocés que emigró a Estados Unidos en el siglo XIX y murió en California a comienzos del siglos XX. Su libro más conocido en español es Cuaderno de Montaña. Aunque curso estudios universitarios de geología y botánica, su interés por Yosemite, uno de los grandes espacios vírgenes de su nación de acogida, le hizo instalarse en una cabaña en ese valle mientras su fama y su mensaje conservacionista crecía entre el público. Consiguió que el presidente Theodore Roosevelt le acompañara al lugar y le convenció de crear una reserva intocada, se trata del primer Parque Nacional; modelo que se exportó a Europa no siempre con acierto.
Aldo Leopoold fue otro pionero ambientalista en la misma época que Muir. Agrónomo, silvicultor, guardabosques, activista (uno de los abuelos del ecologismo actual) y escritor, su obra más conocida es el delicioso dietario donde recoge sus observaciones durante un año: A Sand County Almanac, traducido a veces como Un año en Sand County, en una zona de Wisconsin. Ha marcado un estilo que se prolonga hasta los autores más recientes. Está considerado el fundador de la ciencia de la conservación.
Ahora mismo ya existen numerosas ediciones de este género, incluso hay colecciones editoriales exclusivamente dedicadas a él. Solo voy a mencionar dos autores que me gustan mucho; uno joven, Robert Macfarlane y otro que es ya un clásico en vida, Wendell Berry. Berry era profesor de la Universidad de Nueva York donde se había desplazado desde su Kentucky natal para iniciar su carrera de escritor, pero abandonó todo y volvió a Kentucky para dedicarse toda su vida a proclamar una filosofía de austeridad en contacto con la naturaleza. En una época en la que se sentía vivamente la alargada forma de la modernidad, el huyó de la gran metrópolis porque se dio cuenta de que las historias que él quería contar no estaban allí, donde ya había suficientes plumíferos que lo hacían adecuadamente y no quiso ser una desarraigado cronista de su propio desarraigo. En Estados Unidos es un referente absoluto que desafía tanto las ideologías rapaces de las derechas, como el cosmopolitismo individualista de las izquierdas, y nos habla de autosuficiencia en estos tiempos globalizados, del placer del trabajo de la tierra, de la sobriedad. Pero sobre todo es un magnífico escritor que marca una senda sin conformismo, conformarse con menos consumo y menos despilfarro; de una cultura de la sobriedad feliz de ir más despacio, de prestar más atención al entorno, de disfrutar. Muchos le están descubriendo ahora, su mensaje está muy de moda, pero lleva seis décadas hablando de este modo. Sólo conozco un libro suyo, una recopilación de artículos, recientemente traducido, El fuego del fin del mundo.
Macfarlane es un inglés nacido en 1976 que tiene ya una gran obra a sus espaldas y ha sido además abundantemente traducido en España: Bajo tierra, las montañas de la mente y sobre todo mi favorito: Los viejos caminos. Ha ganado numerosos premios y es toda una figura popular en Reino Unido y adorado por montañeros, espeleólogos y senderistas.
Es inevitable, como en toda moda, que muchos sólo retengan la parte más superficial y glamurosa, más 'guai', de estos autores, pero otros quizás descubran una forma de ver la vida diferente aunque no apta para ser seguida sin renuncias; unas formas de activismo inteligente y no sectarias y, sobre todo, una literatura estimulante y de gran calidad si sabemos elegir a los autores más valiosos.