miércoles, 20 de febrero de 2019

Follando con uno mismo



Aupados a esa devastadora plaga moderna del turismo de masas, entre las muchas cosas que en este ridículo mundo moderno me dan vergüenza ajena están los cada vez más numerosos practicantes  de los llamados selfies, sobre todo si van auxiliados con esos palitos prolongadores. Hacerse un selfie, esa manía narcisista, es similar semánticamente, y no sólo, a follar con uno mismo, a masturbarse en público, es decir, a exacerbada autoestima según un conocido chiste.

En inglés, la autofecundación en numerosas plantas se denomina selfing síndrome y los vegetales que lo practican, autógamos (sexo consigo mismo). Es similar a la partenogénesis en animales y al hermafroditismo, puesto que las flores autógamas deben poseer como condición previa y lógica los órganos masculinos y femeninos simultáneamente. Pues bien, a sus practicantes no les incomoda hacerlo en público, de ahí lo de la vergüenza ajena; la propia no existe. La peor secuela, sin embargo, no es el ridículo, sino la endogamia, la falta de diversidad genética que implica, el riesgo de volverse tontos o degenerar, aunque éstos, sospecho, ya eran bobos previamente. Como los faraones que se casaban con sus divinas hermanas o, en otro orden, como los consortes reales que se mandaban amañados y favorecedores retratos para sus convenios matrimoniales. Pero en el caso que nos ocupa se los mandan a sí mismos. Puro y duro exhibicionismo.

miércoles, 13 de febrero de 2019

El testículo del almirante




No conozco suficientemente el caso de otros países; puede que en esto tampoco nos diferenciemos de aquellos, pero tengo comprobado que España es un país de envidiosos. Por lo tanto la admiración, la altruista capacidad intelectual de reconocer y alabar el talento ajeno, escasea.


El londinense William Hogarth fue un genial dibujante, grabador y pintor satírico dieciochesco, un pionero de la viñeta y la historieta, del cómic, vaya, sobre todo en las series englobadas bajo el título genérico de Costumbres morales modernas (La vida de un libertino, La carrera de una prostituta, La campaña electoral y mis favoritas, La calle de la ginebra y La calle de la cerveza) en las que se burla despiadadamente de sus contemporáneos y en especial de los políticos. No le hubiera faltado trabajo en la prensa actual. Pero aquí y ahora me interesa un dibujo que explica la expresión del Huevo de Colón, que como es sabido no alude al testículo del almirante, sino a un hecho que podría resultar obvio pero que hay que descubrir y que deriva de una anécdota probablemente apócrifa., deliciosamente inventada, que relató Girolamo Benzoni en su Historia del Nuevo Mundo editada en Venecia en 1565  que dice así:


“Estando Cristóbal Colón a la mesa con muchos nobles españoles, uno de ellos le dijo: 'Sr. Colón, incluso si vuestra merced no hubiera encontrado las Indias, no nos habría faltado una persona que hubiese emprendido una aventura similar a la suya, aquí, en España que es tierra pródiga en grandes hombres muy entendidos en cosmografía y literatura'. Colón no respondió a estas palabras pero, habiendo solicitado que le trajeran un huevo, lo colocó sobre la mesa y dijo: 'Señores, apuesto con cualquiera de ustedes a que no serán capaces de poner este huevo de pie como yo lo haré, desnudo y sin ayuda ninguna'. Todos lo intentaron sin éxito. Cuando el huevo volvió a Colón, este lo golpeó sutilmente contra la mesa aplastando la curvatura de su base, lo que permitió dejarlo de pie. Todos los presentes quedaron confundidos y entendieron lo que quería decirles: que después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.”
Aunque no está claro que fuera Colón el primer hombre que puso un huevo de pie (al igual que tampoco fue el primer hombre que puso el pie en America, y no hablo de los vikingos, sino de sus previos habitantes sin más) ya que existe otra anécdota con igual probabilidad apócrifa que señala esa prioridad en un artista quince años antes. La cuenta Giorgio Vasari, en su famosa Vidas de los pintores, escultores y arquitectos (Florencia, 1550) y se la atribuye al arquitecto Filippo Brunleschi que había diseñado la enorme y pesada cúpula (duomo) de Santa María del Fiore;

“los gobernantes de la ciudad pidieron que se les enseñara el modelo. Él se negó, proponiendo en su lugar que quien lograra poner un huevo de pie sobre una mesa de mármol construyera la cúpula, porque de esa manera se descubriría el talento de cada cual. Todos los maestros lo intentaron pero ninguno lo consiguió, y cuando le llegó el turno a Filippo, este golpeó delicadamente el huevo contra el mármol dañando un poco la curvatura de su base, y consiguió dejarlo en pie. Los demás protestaron diciendo que ellos podían haber hecho lo mismo, y Filippo contestó riendo que también habrían podido construir la cúpula si hubieran visto el modelo o el diseño.”


El huevo de Colón ("cosa que aparenta tener mucha dificultad pero resulta ser fácil al conocer su artificio", señala el diccionario de la RAE) es la metáfora que mejor refleja la frustración de tantos envidiosos que cuando contemplan cualquier hallazgo o inventiva se lamentan de que no se les haya ocurrido antes a ellos. Carentes de esa virtud intelectual altruista que es la simple admiración hacia el talento ajeno. 


La pintura figurativa de un Rembrandt o un Velázquez me produce la admiración nacida del convencimiento de carecer de la mínima posibilidad de imitarlos. En cambio, la pintura de un Pollock o Rothko, de un expresionista abstracto, me fascina no exactamente por lo contrario, pero me sugiere, erradamente a poco que me pare a meditarlo, que eso también podría hacerlo yo.  

En su casa, en privado, repiten el truco del huevo y, me divierte imaginarlo, sin tiento ni sutileza, éste se les rompe y se pringan de clara y de yema.

viernes, 1 de febrero de 2019

Juicios y prejuicios: ¿mi trato envejece a mis amigos?




La mayoría de mis amigos son mayores. Antes se decía con más acierto y menos piedad viejos. De ahí se podría deducir (porque la deducción inevitablemente también la practican los idiotas y no solo Sherlock Holmes o Darwin) que el trato más o menos frecuente y amistoso conmigo es tan tóxico que provoca el envejecimiento. Ya, ya: no son viejos porque sean mis amigos —ni causalidad ni casualidad—, sino que mis amigos suelen ser de mi edad más o menos, aunque no tan guapos; viejos como yo.

Vale, es un ejemplo ramplón, patatero para diferenciar una correlación de una causa-efecto, una causalidad. Sin embargo, las manifestaciones de numerosos políticos de este malhablado país —malhablado no porque blasfeme mucho o se suelten tacos, que también, sino por lo mal que hablan tantos de nuestros personajes públicos y especialmente los políticos— no hacen esa distinción, en unos casos por ignorancia, en otros por interés partidista o incluso por ambos.  Así que en lugar de mi banal ejemplo inicial (tranquilos, amigos, vais a seguir envejeciendo con un poco de suerte, me tratéis o no) pondré el de los inmigrantes. Entre nuestros políticos de derechas es muy usual señalarlos como causas y causantes de muchos efectos indeseables; cuando esos efectos y la propia inmigración están correlacionados, claro, porque vivimos en un mundo de mierda, pero unos sitios son más mierda que este nuestro que tantos no quieren compartir. Los prejuicios, ya se sabe, son lo opuesto de los juicios y del buen juicio.