martes, 25 de junio de 2019

Mi pesimismo




A la memoria de mi amiga Rocío, a la que echaré de menos siempre
“ἓν οδα τι οδν οδα, hèn oîda hóti oudèn oîda”. Yo sólo sé que no sé nada, en griego clásico. La famosa frase de Sócrates es quizás una leve exageración, algo impostada. El filósofo sabía bastante más que eso, pero deseaba señalar que tener consciencia de la propia ignorancia era el único comienzo para conocer algo. En nuestros tiempos esa máxima la tienen presente no sólo los filósofos, sino la mayoría de los científicos. No así, me parece, la inmensa mayoría de la gente común. Sin ir más lejos, hoy en día no sabemos cómo sonaba o se pronunciaba la frase inicial griega, porque ignoramos el sonido de esa lengua aunque no su lenguaje escrito. Hay demasiada gente que no sabe pero cree saber. Hay conocimientos conocidos: hay cosas de las que sabemos que las conocemos. Hay desconocimientos conocidos: es decir, hay cosas de las que ahora sabemos que no las conocemos. Pero también hay desconocimientos que están por conocer: hay cosas de las que no sabemos que las desconocemos. Y cada año descubrimos algunos más de esos desconocimientos por conocer. La ciencia es una forma de conocimiento (no la única, pero sí la más exitosa indudablemente) que mantiene la falsación como sistema; todo debe ser corroborado por sus pares, pero además la ciencia va abriendo nuevos interrogantes conforme va encontrando soluciones. Por eso la ciencia tiene quizás más esencia en sus preguntas que en las meras respuestas.



Otro error es confundir la Información con el Conocimiento y éste a su vez con la Sabiduría. Nunca en la historia del mundo hemos tenido más información sobre todo, pero si esa información no se organiza y articula, obteniendo conclusiones refutables o verificables, sólo serán datos sin más. A su vez el conocimiento no siempre permite el paso a la sabiduría, es decir, a la aplicación de ese conocimiento a nuestra vida. Eso se aprecia perfectamente en la actual crisis del calentamiento global del planeta, el mal llamado cambio climático.



La sociedad actual está organizada en torno a la abundancia de información y el subsiguiente conocimiento, pero cualquiera puede darse cuenta que de ahí no se deriva una sociedad más sabia, sino en algunos aspectos incluso francamente suicida. Nuestra forma de explotar los recursos del planeta y de relacionarnos con el resto de la Biosfera, incluidos nuestros semejantes así lo evidencia. Porque los destructores de ese deseable equilibrio ecológico que pone en peligro la sostenibilidad de nuestras sociedades y los codiciosos apropiadores de la plusvalía que se enriquecen empobreciéndonos a todos los demás, son los mismos agentes sociales. Por eso los ‘verdes’ no deben ser simplemente como las sandías: verdes por fuera y rojos por dentro, sino como los tomates, verdes desde el comienzo y rojos cuando maduran. La mezcla de codicia (apropiación sin medida de la plusvalía) e ignorancia (confundir la información con el conocimiento, no ser conscientes de lo que desconocemos y no aplicar lo que conocemos sensatamente) es lo que nos lleva por un peligroso camino.



Sin las bacterias, que en sus múltiples variantes pueden ingresar en la biosfera el flujo energético desde el Sol y pueden cerrar el ciclo de la materia, no se puede entender la biosfera, pero también hoy por hoy sin los humanos que transforman el territorio y esos flujos de manera drástica. Quizás nuestra forma de explotar y habitar la Tierra no sea más que otra de las muchas maneras en que un planeta vive y muere. La especie humana no es un parásito, como algunos misántropos bienintencionados señalan. Porque el parasitismo es una forma de vida obligada, los parásitos no tienen otra opción que esa forma de depredación sibilina, como los leones al cazar gacelas. Somos una plaga. Una plaga lo puede ser casi cualquier organismo que no se autorregula, por ejemplo los nobilísimos elefantes si prosperan demasiado en un área confinada y acaban con toda la vegetación de esa zona y y especialmente sus árboles. Una plaga como la humana puede ser consciente de sí misma y autorregularse: no está obligada al suicidio. Ese es mi precario optimismo.



Decía Alejandro Zambra que leer es aprender a estar solo. Lleva razón, y añado que estar permanentemente conectado a los teléfonos inteligentes y las redes sociales es justo lo opuesto. Y no sólo leer. Mirar de verdad (cosa que las pantallas omnipresentes evitan) es aprender a estar solo; reflexionar es aprender  a estar solo; escribir es aprender a estar solo y amar es prepararse para acabar solo. Aprender a estar solos es el aprendizaje más difícil. Esa es mi convicción, un optimismo informado, es decir, un pesimismo. Mi pesimismo. No tengo ni idea de cómo va acabar todo esto. De momento tiene mala pinta. Corto y cierro.