domingo, 26 de enero de 2020

Amor a los elefantes con pijama




En una escena de Sopa de ganso el inefable Groucho Marx dice “Una vez maté a un elefante en pijama. Como consiguió ponerse un pijama es algo que jamás sabré”. El lenguaje nunca es unívoco, y esa es una de las bases de los chistes, pero el que escucha sabe desentrañar el propósito, unívoco, del que habla por medio del contexto. En Internet se pierde ese contexto y el apoyo visual del que habla que puede convertir lo que podría parecer un insulto en una broma amigable, ‘so cabrón’. El caso más extremo es el que propicia la obligada concisión en las redes sociales; por eso, pese a mi ejemplo anterior y junto al anonimato, es lo que en parte explica el imperio de las invectivas, las groserías y los insultos. Al igual que al piloto de un bombardero le es más fácil matar a distancia a cientos de personas que a una sola en persona, también es más sencillo insultar desde lejos y a cubierto desde una red social que cara a cara.


El ser humano es un animal social, pero eso tiene dos caras, porque se es social con el propio grupo pero esa sociabilidad se afirma también rechazando a los del exterior de ese mismo grupo. Las religiones, por ejemplo supremo, implican un factor de socialización entre sus devotos y practicantes, pero inevitablemente un rechazo a los que no pertenecen a ella o practican otras distintas. Las fronteras no son sino la expresión de ese rechazo y el patriotismo, último refugio de los canallas, no es sino el rechazo al otro. Maqueto, charnego, sudaca, negrata, payo, gitano, judío, gentil, infiel, ecologista, feminista, rohinyá, bantú, tamil, meteco… todas estas expresiones lo son del rechazo de otros grupos mayoritarios. No es lo mismo ser judío en la época de la Alemania nazi que en el Jerusalén actual. Ni ecologista en Holanda que en Brasil o feminista en Berkeley que en Arabia Saudí. Para sentir la segregación hay que ser maqueto en el País Vasco, no en Andalucía, donde carece de sentido. Por eso las peores fronteras son las interiores, y por eso la calidad de una democracia se aprecia mejor de sus fronteras hacia afuera, en especial hacia los que aguardan para entrar. Todos ellos son, somos, elefantes que se han puesto un pijama, nadie sabe cómo, y lo que es peor, a  casi nadie le importa cómo, y, por tanto, disponibles para ser rechazados.


En ecología lo más interesante ocurre en las fronteras, entre el mar y la orilla, entre el bosque y el cultivo. En las sociedades humanas también, lo nuevo surge en lo ´marginal’. Pero lo marginal siempre es relativo, a lo general y aceptado. Para un hombre culto y maduro el rap le puede parecer horrible. Exactamente igual que la música de cámara para un rapero. Sólo hay una forma de no caer en esa socialización exclusivista, mediante la cultura amplia y la tolerancia y el respeto, cuando vemos a maqueto, al extranjero como un ciudadano de un orden superior al de la ciudadanía al uso, como alguien que nos enriquece no que nos empobrece. Hay que prestar atención agradecida a los elefantes con pijama.

Nacionalismos... disputas de cientos de años con poca visión de futuro.



jueves, 9 de enero de 2020

Al habla un negacionista (rarito) del ‘Cambio’ Climático



En estos tiempos de unanimidades exigidas, de estás conmigo o contra mí, puede que a mi algunos me consideren un ‘negacionista’ del mal llamado cambio climático (1). Y entrecomillo negacionista porque ese término acuñado para definir a los que niegan un hecho histórico, el Holocausto nazi de millones de judíos, gitanos, gais y demás, no me parece que pueda extenderse, por mucho ánimo peyorativo que se destile, a las teorías e hipótesis científicas, en cuya esencia va incluida la falsabilidad. Existe obviamente un calentamiento global del que es responsable ‘en gran parte’ el incremento de gases de efecto invernadero (un efecto en principio benéfico que permite la existencia de agua en sus tres estados en la Tierra y, por ende, de la Vida) y en especial de CO2; como es bastante obvio que ese incremento se debe ‘en gran parte’ a la quema de combustibles fósiles por parte de la actual Humanidad. Pero hay muchas incertidumbres, sobre todo a la hora de regionalizar los modelos y consiguientes pronósticos, y de atribuir la función de otros factores, como la propia actividad solar que parece que se está incrementando.


Los mal llamados negacionistas son gentes poderosas y con poderosos intereses en mantener el status quo actual y después de ellos, nunca mejor dicho, el diluvio. Los Donald Trump y demás. Puede que haya además mucha ignorancia convertida en desdén (quizás más como pose). De igual forma que disimulan la codicia como laboriosidad. Pero la gentuza que cree que el ocio el jugar al golf y hacer en tanto esos negocios que ellos llaman ‘operaciones’ como si de cirujanos se tratasen, son sólo depredadores a su más ínfimo nivel, el del parásito. 

Si el ecologismo no ha tenido aún el consenso del feminismo se debe a su inmadurez. La mayoría de los ecologistas no son como las sandias, verdes por fuera y rojos por dentro, como alertaba un derechoso político bávaro de los ochenta del pasado siglo. Ojalá. De hecho deberían (deberíamos) ser como los tomates, verdes al inicio y rojos al madurar, porque el destructor del medio ambiente (otra dichosa redundancia) y el apropiador de la plusvalía del trabajo de los más es el mismo agente social. El ecologismo debe dejar de ser un asunto sentimental y no poner la carreta delante de los bueyes, sino al revés, el conocimiento, los bueyes, delante de la acción, el ecologismo. Y más en asuntos tan intrínsecamente complejos como el del calentamiento global.


Aprender consiste en esencia en terminar considerando lo extraño como familiar, pero aún más interesante es aprender a considerar lo familiar como extraño, como hacen los buenos artistas o los poetas. Nadie parece reparar en que lo que es norma en nuestras tierras mediterráneas, que en el verano coincidan las altas temperaturas con las escasas precipitaciones —y a eso se le llama clima mediterráneo— no es lo general en otras latitudes. Pero ese clima mediterráneo no es exclusivo de las tierras ribereñas de este mar, sino también, por ejemplo no casual, del occidente australiano donde se están produciendo los presentes y pavorosos incendios en este su verano austral.


El mundo es complejo y todos los problemas relevantes también. Por ello me siento disidente de tanta simplificación unánime, del laminado de matices, de la eliminación de la creativa duda sistemática, de las respuestas simplistas, de las soluciones sencillitas, de las nuevas juanitas del arco, que nada me enseñan (aunque a muchos puede que sí), salvo el afán de las masas por crear ídolos a los que aclamar. A mí la complejidad y mi incurable curiosidad me animan a instalarme en la disidencia. Y no olvidemos que las élites, o si se prefiere, El Poder, no quieren compartir en conocimiento real y que el capitalismo conspira contra ese conocimiento, contra la auténtica educación y, en consecuencia, contra la igualdad.


Mientras aguardo a que maduren el común de los ecologistas y se den cuenta que la lucha por defender las condiciones de vida de las futuras generaciones, esa solidaridad temporal, pasa por la lucha por las desigualdades geopolíticas y sociales presentes, por esa solidaridad espacial, porque son la misma lucha. Lo demás es simple y lamentablemente abrir nuevos mercados y oportunidades de negocio a lo verde, desde el consumo a los mercados de carbono, como bien sabe ese desfachatado sinvergüenza de Al Gore (La administración Clinton-Gore se negó a firmar el protocolo de Kioto).


De momento lo que detecto son los intentos de retrasar la industrialización de las nuevas potencias emergentes y así mantener la hegemonía de Occidente unas décadas más; cambiar el modelo energético global para alterar las relaciones geopolíticas y conseguir que nuevos actores se hagan fuertes en uno de los mayores mercados mundiales y… ganar fortunas con el mercado de bonos del carbono. Finalmente, como siempre, convencernos de que lo mejor, lo que hay que conservar es lo que ya tenemos y que no hay nada más peligroso (para los de arriba) que el cambio. Y si queremos hablar de cifras y de que los más perjudicados por el calentamiento ya lo son por el hambre consuetudinaria, aquí va esta: los 500 millones más ricos del mundo —ese siete por ciento de la población— produce el 50 por ciento del CO2. Y el 50 por ciento más pobre —esos 3.500 millones de los que no habla Greta Thumberg— producen… el 7 por ciento.


Por cierto y último, el tiempo siempre estuvo loco, como saben los viejos campesinos, así que llamar cambio climático es como llamar gordas a las ballenas o a las pobres vacas y sus pedos. Existe, por supuesto, una forma de luchar eficazmente contra el calentamiento global, reduciendo drásticamente las emisiones del efecto invernadero: cambiar radicalmente nuestras formas de vida, de producción (ilimitada en un planeta finito, vaya forma de echar cuentas la de la mayoría de los economistas que venden ideología disfrazada de ciencia) y consumo, primero en los países ricos y a continuación en los demás. Pero es que nos hemos acostumbrado a pensar que el capitalismo es tan inevitable como la gravedad o, mejor aún, como la expansión del Universo.



(1). En 2002 un experto en comunicación política, Frank Lunz escribió unas recomendaciones sobre el tema entonces emergente para la Administración Bush y sugirió que debería dejar de hablarse de calentamiento global, que suena muy mal, y cambiarlo al más inocuo de ‘cambio climático’, “porque suena mucho menos catastrófico y aterrador”