martes, 30 de marzo de 2021

Mear fuera del tiesto y reyes del mambo: el progreso

 

¿Existe el progreso? La pregunta no es ociosa y la respuesta no es tan obvia como podría parecer. Existe desde luego el progreso tecnológico, aunque a menudo con un proceso simultáneo de suma cero, de inconvenientes imprevistos y no previstos por ausencia del principio de cautela. Y existe el progreso en la ciencia pura. La física de Einstein no invalidó la de Newton, simplemente la extendió incluyéndola. Progreso. Pero  aunque admitamos también un progreso en la Historia, con atroces retrocesos, la noción de progreso tiene la mala tendencia de querer extenderse a campos más discutibles. Como dijo una vez Jorge Wagensberg, físico director del Museo de la ciencia de Barcelona, nadie puede negar que entre una bacteria y Shakespeare ha pasado algo. Y sin embargo, la direccionalidad de la Evolución biológica no existe, no hay un mejoramiento paulatino; la bacteria y el humano son perfectos en sí mismos y no se puede demostrar que una conduzca al otro. Se impone la fragilidad de lo azaroso, el proceso selectivo ciego y olvidarse de ingenuidades hasta considerar en esos casos abusivos de extensión del concepto de marras, como un espejismo, incluso un indeseado fruto de nuestra ideología etnocéntrica, tan arraigada y grata. En cualquier caso, la evolución no es un proceso finalista ni tiene un propósito, en este caso la aparición de nuestra especie, que podría perfectamente no haber sucedido.

Progreso es el avance a lo largo de un camino hacia una meta prefijada. Eso, insisto no existe en la Evolución biológica, pero ¿y en ecología?

En ecología existe el proceso conocido como Sucesión Ecológica, que a menudo se ha mixtificado considerándolo una finalidad y no eso, un proceso. A lo largo del tiempo en los ecosistemas se van sucediendo especies que sustituyen a otras y establecen lazos estrechos, coevolución, como la que se da entre plantas con flores e insectos. Aumenta la biomasa (B) y aumenta la producción (P), es decir, el exceso de biomasa, pero esta última en menor grado que la primera de modo que el cociente P/B disminuye, como si ese excedente se reinvirtiera en el propio sistema hasta alcanzar una ‘madurez’ o climax sin excedentes. Precisamente la explotación humana consiste en acciones para rejuvenecer ese sistema y obtener esos excedentes en un camino que va desde el bosque maduro o la selva al campo de cultivo. Se puede entender que este proceso, en el que también aumenta la diversidad, esto es, el número de especies, y la información, el número de interrelaciones entre sus elementos, verdadero objeto de estudio de la ecología, es también un progreso. De ahí la mitificación del ecologismo de esos sistemas maduros, climácicos, que no denota sino un antropocentrismo a la inversa de eso que se ha dado en llamar con majestuosas mayúsculas la Naturaleza. En realidad, considerarlo como progreso no aporta nada.

Pero la especie humana es una especie extendida, y eso sí que es relevante. Me explicaré. Richard Dawkins aporto el concepto de fenotipo extendido para incluir no solo los caracteres somáticos de una especie sino sus contribuciones y modificaciones al entorno. Digamos que son el castor con sus presas y embalses además, los pajaros y sus nidos y así mismo sus comportamientos. Obviamente el fenotipo extendido humano es un salto no solo cuantitativo sino cualitativo que incluye la radical transformación del planeta entero, sus carreteras, sus ingenios, sus megaciudades.

Ese fenotipo humano extendido no hubiera sido posible sin el uso desaforado de la energía externa o exosomática. Todos los organismos utilizan energía interna que obtienen de los alimentos, pero los humanos además utilizamos esa energía exosomática, primero a través del uso de otros animales auxiliares de tiro y de fuerza, del fuego y la quema de vegetación leñosa, luego del carbón y el petróleo que no son sino los excedentes conservados y reducidos de biosferas del pasado que nosotros oxidamos, quemamos, los combustibles fósiles.

La energía exosomática y el fenotipo extendido humanos son la esencia de eso que llamamos progreso. Un progreso que no es gratuito, tiene inconvenientes, a veces muy graves, como el actual y mal llamado Cambio Climático. El ser humano no es muy proclive a respetar el Principio de Cautela que hace que cualquier herbívoro se aproxime con extremo cuidado al borde del agua para beber, asegurándose que no haya depredadores acechando. Nosotros bebemos como si el planeta fuera barra libre y además nos meamos en el agua potable. ¿Progreso?

No obstante sí veo progreso, entendido en su sentido ético, en cambios culturales de alcance como Los Derechos Humanos o el feminismo, y eso equilibra el pesimismo de mi inteligencia y el optimismo de mi voluntad. Pero seguimos meando fuera del tiesto y la propia noción de progreso es un ejemplo. Hemos inventado el mambo (la cultura, otro fenotipo extendido), pero de ahí a que seamos "los reyes del mambo" y de paso de todo lo demás hay un abismo, al que nos asomamos por cierto.

domingo, 21 de marzo de 2021

Releer

 

Está esa leyenda de la Antigüedad en la que un joven atleta asciende una ladera cargando un ternero recién nacido. Todos los días repite la ascensión cargando el mismo animal con la idea de que a medida que el ternero crezca él también crecerá y se convertirá en un hombre muy fuerte, capaz de ascender una montaña con un buey al hombro. Esa y no otra es la tarea del autodidacta, del conocimiento. No importa todo lo que he olvidado; importa que he aprendido, lo que sea, aunque lo olvide luego. No se trata de mera acumulación: la memoria no es que sea limitada, es que es sabia al olvidar. Se trata de crecer, y todo crecimiento es desarrollo, transformación y evolución. Hay eruditos estúpidos, como hay analfabetos sabios, si sólo acumulas pero no cambias. Al llegar a cierta edad, eufemismo para la vejez, lo que se olvidó inevitablemente es más que lo que se aprenderá, pero eso no importa tampoco. Lo importante es no dejar de aprender por mucho que se olvide bajo el dictado de la memoria, más sabia y tramposa que cada uno. Si dejas de aprender es cuando envejeces. Envejeces no porque olvides, al contrario, sino porque no aprendes y crees que lo sabes todo; divisa del necio. Si el ternero en crecimiento es la memoria, entonces no aumenta de peso, sino que milagrosamente se aligera igual que el atleta, cada vez más fuerte, aún compensa más esa levedad.

Si cada vez que leyera un libro pensase que en su mayoría lo iba a olvidar no tendría sentido hacerlo. Pero las lecturas no se acumulan unas sobre otras, como el peso del ternero cada vez más crecido. Las lecturas lo que hacen es fortalecer al que las lee, precisamente porque las olvida. Las experiencias no sirven para predecir los nuevos sucesos ni para pensar que no hay nada nuevo bajo el sol, sino para valorarlas como sucesos de una rueda infinita, de una ascensión a la ladera del humano cabal. A partir de cierta edad, eufemismo de una vejez sensata, toda lectura es una relectura. No porque ya lo hayas leído antes, sino por la sensación de que lo que lees ya estaba presentido en todo lo que habías leído y creído olvidado: reconoces. Un hombre desea y aprecia un nuevo vaso de cerveza no porque no lo haya probado nuca, sino precisamente por lo contrario: para encontrar un sabor conocido.

domingo, 14 de marzo de 2021

Malditos libros

 

Estaremos de acuerdo de que no son lo mismo ‘libros malditos’ que ‘malditos libros’. Los primeros son una categoría especial de libros, los segundos expresión de una maldición sobre esos objetos como tales. Entre gente poco aficionada a leer es frecuente creer que las malas lecturas (como las malas compañías) son causa de la perdición de las almas; en este caso son los libros malditos que abundan casi exclusivamente, excepto la Biblia, entre los malditos libros, esos nidos de polvo y ácaros. Pero también existen libros malditos, como los encuadernados con piel humana (también lámparas, los nazis fueron muy ingeniosos en esto de reciclar partes de judíos). Se la llama técnicamente, al menos en la bibliografía anglosajona, encuadernación antropodérmica. ¿Sibaritismo o mal gusto? Ambas cosas suelen estar próximas.

Ante un maldito libro hasta el adminículo informático más sofisticado palidece de envidia. Los libros son portátiles por lo común; no consumen energía una vez fabricados, son baratos salvo los muy caros y tienen una evolución, del rollo al códice, del pergamino al papiro, que deja en su perfección final chiquita a la evolución del ratón al murciélago.

Para mí un libro maldito es el escrito por Lovecraft y sus mitos de Cthulhu, no por los terrores que ocultan sino porque se me cae de las manos de puro aburrimiento mezclado con pizcas de aborrecimiento. Esto es, para mí un libro maldito, aquel que no consigo leer con cierto agrado. En otro orden de cosas, y exponiéndome a la condenación eterna, la Biblia es para mí el libro maldito por excelencia, sobre todo el Antiguo Testamento por la cantidad de barbaridades que contiene, desde asesinatos y genocidios a incestos, y por el retrato detestable de ese dios vengativo y xenófobo. En cambio, para mí no tiene sentido lo de malditos libros, que son siempre benditos, incluso la Biblia.

El Corán también es un libro especial. No sólo por los millones de seguidores que lo acatan ni porque sea una mezcla de libro de autoayuda, manual de higiene y receta para la vida, sino porque su autor es el arcángel Gabriel, aunque algunos ignorantes piensan que fue Mahoma, que era analfabeto, como buen camellero, y que lo retuvo de oídas y luego fue recogido desde la oralidad del profeta por escribas apresurados en hojas secas de palmera datilera, omoplatos de camello (planos como su nombre y su anatomía indican) y trozos de cuero (los más pudientes). Como la Ilíada y la Odisea homéricas, como las enseñanzas socráticas recogidas por Platón, son libros que señalan el paso de la oralidad a la escritura. El comienzo de la literatura escrita, o sea, del libro y de paso de la Historia.

Siempre se habla del invento de la imprenta, que está, como la rueda, inventada mil veces y desde siempre. Lo que se quiere decir es el invento de los tipos móviles, eso es lo que ideo Gutenberg. Los impresores fueron los ángeles artífices de los libros y a menudo eran también los editores, cuando no los autores directamente.

Cualquier libro que se publica, salvo los best sellers, es un mensaje en una botella. Lanzado al mar de los lectores, ¿lo encontrará alguien? ¿lo leerá? Algunos amigos me reprochan que no haya vuelto a escribir un libro desde hace más de veinte años. No saben que lo que no he hecho es publicarlos. Pero también me disuade la falta de su necesidad. Hay quien se disculpa por publicar un libro explicando que lo hace porque era un libro que deseaba leer y que no existía; eso nunca es verdad. A mí me basta saber de la existencia de la biblioteca más infernal del mundo que lógicamente está en Pyongyang, capital de Corea del Norte y adonde yo mandaría a todas esas hordas de turistas que destruyen cuanto supuestamente valoran, a ver si allí los metían en vereda. Su líder supremo Kim Jong II reúne muchos atributos heroicos para ser tan rechoncho. Compone óperas, el género más reputado del país, aprendió a jugar al golf de forma impecable en unas horas, es un formidable piloto de caza terror de los aires. Pero todo eso se queda en nada cuando nos enteramos que es el autor de mil seiscientos libros (algunos están a la venta en Amazon, no os privéis). La releche, ¿no? Pues no. Su amado y reverenciadísimo padre del Querido Líder escribió dieciocho mil. Eso sí, su hijo los ha memorizado todos con su prodigiosa mente que le ha permitido diseñar ingenios hidráulicos para facilitar la vida de sus amados súbditos y además es un experto informático. Para reunir la obra de ambos, las obras completas de los Kim (Kim de Corea, no de la India) se edificó la Gran Casa de Estudio del Pueblo, una monstruosa biblioteca de mármol de más de nueve mil metros cuadrados con seiscientas salas de lectura y la compañía de otros treinta millones de otros libros escrupulosamente seleccionados (nada de Orwell ni Kafka) ¿Para qué voy a publicar yo otro libro si no tengo la garantía de que acabe en tan prodigiosa biblioteca? O peor aún: que acabe allí, lo que es peor que acabar en un saldo de descatalogados. Malditos libros.

miércoles, 10 de marzo de 2021

La osadía de los rabos de lagartija

 

Cuantas veces olvidamos lo obvio precisamente por ser obvio. La principal característica de los rabos de lagartija no es que se sigan moviendo después de desprenderse de la lagartija, sino la de ser rabos de lagartija y no de canguro o de rata. La principal característica de cualquier mujer no es ser mujer, sino la de ser un ser humano como la de cualquier otro individuo del sexo que sea. Y la principal característica de un inmigrante no es la de haber venido de fuera de su país de acogida (por llamarlo algo), sino la de ser un ser humano, como los nacidos en el país al que llega. Sin embargo, no se les trata como seres humanos, sino como inmigrantes, al igual que a la mujer se la trata como mujer, no como ser humano, y al igual que al rabo de lagartija no se le contempla como parte de la lagartija, sino como un rabo que tiene la osadía de seguir moviéndose fuera del cuerpo al que pertenecía. Esa, la de los rabos de lagartija, es la osadía del feminismo y es la osadía de los que reivindicamos el trato humano, no simplemente humanitario, a los inmigrantes.

Con los inmigrantes no se trata tampoco de si el rabo sigue moviéndose después de desprendido del resto del cuerpo. Es decir, no se trata (no se trata solo, ni esencialmente) de que nuestro futuro sea inevitablemente y hasta recomendablemente mestizo (lo que por otra parte y a lo largo de toda la historia siempre ha sido) o de que, por el contrario, nuestras esencias nacionales se vean peligro (sean cuales sean esas esencias: ¿la lengua, los hábitos culinarios, la vestimenta?). Tampoco se trata (no se trata sólo) de si los inmigrantes aportan más a la riqueza de lo que detraen, aunque las pocas contabilidades que han ponderado ese balance concluyen unánimemente en el beneficio: consumen poco, producen mucho y barato, a la inversa que los turistas del turismo masivo, que consumen mucho y aportan poco y sólo a grandes corporaciones, no a los habitantes locales que los padecen. Y ahí está la clave, yo creo, de todo el asunto: en el mercado internacional del trabajo; en la tranquilidad con que aceptamos el hecho de que los dólares, con pocas limitaciones, puedan atravesar fronteras y millones de personas no.

Los hechos son que los habitantes de los países ricos o desarrollados hemos ido rechazando ciertos trabajos poco atractivos, duros y mal remunerados, y se han ido desplazando a los servicios más cualificados. Liberado el comercio y no digamos los flujos financieros (eso dólar viajando alegremente por todas las fronteras), esos sectores laborales antes poco atendidos por esos poderes económicos de pronto se han vuelto atractivos. ¿Cómo? Son canteras de actividad nuevamente rentables para el capital, para la apropiación de la plusvalía, como diría Don Carlos. Pero con una condición: que esos trabajadores sean contratados en condición de semiesclavitud. Esa es la doctrina económica de este lamentable tiempo. No se trata de que unos países ricos ofrezcan condiciones de vida mejor que los pobres de origen. De ser así esa inmigración no sería solo cosa de ahora, sino de mucho antes, porque esos países pobres antes eran incluso más pobres y los ricos incluso más ricos. No, se trata de ese nuevo marco internacional de trabajo que inauguro el neoliberalismo de Thatcher y Reagan. La actual división internacional del trabajo. Nadie lo ha expresado mejor en una breve frase que el escritor José María Ridao, se trata de “acabar con la esclavitud persiguiendo a los esclavos”. No a los esclavistas, añado innecesariamente yo, y de ahí que los policías y los servicios de control persigan discrecionalmente (por su aspecto, por la forma de hablar, por el atuendo) al trabajador “ilegal” y no al patrón ilegal (sin comillas). Se persigue la contratación de trabajadores irregulares, no la contratación irregular de trabajadores, que es un excelente negocio en el país receptor y además sirve de chivo expiatorio para los autóctonos más convencidos de esas supuestas esencias patrias, que de serlo (esencias) son un tufo pestilente. También eso explica ese enorme cementerio marino del Mediterráneo, esas vallas hirientes, todos esos controles bien vistos por las xenofobias, porque no juzgan a los ciudadanos por lo que hacen, sino por lo que son, igualito que la Alemania nazi con los judíos.

Es la política económica ortodoxa la que genera esos movimientos masivos de población, aquí y ahora. Lo que esas actitudes ponen en peligro no es nuestro Estado de bienestar, sino el Estado de derecho, nuestra propia democracia. Cómo tratemos a los seres humanos ante nuestras fronteras y luego detrás de ellas dice mucho de los que las habitamos dentro. De momento, como en una conocida jaculatoria religiosa, no somos dignos.