lunes, 8 de marzo de 2021

El hutu catalán, el chimpancé y la hormiga


 Para mi sociedad, los gatos

El Autodenominado Homo sapiens es racional sólo en parte, probablemente por fortuna, pero no por eso deja de asombrarme la capacidad de autoengaño de tanta gente. Por otro lado, hay unos pocos siempre que saben utilizar nuestra parte emocional para llevarnos a callejones sin salida. Parte de esos callejones son la xenofobia, el racismo y los nacionalismos. No se trata solo del famoso y certero aforismo de que el patriotismo es el último refugio de los canallas; eso es cierto para los que manipulan a los patriotas, lo sean ello o no. George Bernard Shaw es más eclético y obvio: “El patriotismo es fundamentalmente la convicción de que un país en particular es el mejor del mundo porque uno nació en él”. Así de absurdo es este absurdo; de ahí que todo nacionalista sea un chauvinista.

Pero dado que toda la historia de cualquier rincón del mundo está influida por esas convicciones y a menudo arrastrado sangrientamente a sociedades enteras en contra de sus propios intereses, algo que el anarquismo tenía muy claro: “ni Dios ni patria ni rey”, cabe preguntarse si este es un asunto que llevamos grabado en nuestro ADN, si es innato, vaya, o si se trata de un correoso añadido cultural, en el sentido antropológico. Repárese en el siguiente experimento mental: la posibilidad, aparentemente trivial, que tiene la gente de entrar en un recinto cerrado, un bar sin ir más lejos, o un cine o un teatro, una sala de conciertos, una cafetería, un recinto lleno de extraños (localizado, piénsese, en una gran ciudad, no en un pequeño pueblo) y no pensar en ellos, no inquietarse. Ese es un logro humano, un punto de inflexión de nuestra evolución como especie biológica que a menudo es pasado por alto, un cambio de perspectiva prehistórico que con el tiempo dio lugar a… sí, las dichosas naciones; y aquí entran los historiadores para hablarnos de las antiguas hordas nómadas de cazadores recolectores, los primeros asentamientos agrícolas, el surgimiento de ciudades, las naciones, los imperios. El experimento, ya no mental, más que una reflexión, es que estar rodeado de desconocidos de su propia especie para nuestro más próximo pariente zoológico, el chimpancé, sería inimaginable, huiría aterrorizado ¿Que sucedió para que soportemos sin terror la presencia de esos desconocidos rodeándonos? Vale, somos una especie sociable, pero los chimpancés también, hasta cierto punto. Y  ahí reside una de las claves: tolerar al extraño.

En el historial humano, como en el chimpancé, los extraños han sido considerados peligrosos, hasta lo suficientemente despreciables como para aplastarlos como insectos; es la lastimosa base de la historia. Pero hay estudiosos, minoritarios por el momento, porque creo que están en lo cierto, que consideran la pertenencia a una sociedad como un aspecto particular de nuestro sentido de la identidad, y extendiéndolo no tanto, de nuestra condición humana, tanto o más que la raza y la etnia. El premio Nobel Amartya Sen ha investigado los motivos que llevan a los individuos, a ti y a mí (en este blog nos tuteamos), a disolver sus identidades en grupos que anulan cualquier otra perspectiva. A raíz de los sangrientos conflictos de Ruanda, el genocidio reciente más sangriento, por encima incluso del de la antigua Yugoeslavia, Sen se lamenta de que “un peón hutu de Kigali puede ser presionado para verse solo como un hutu e incitado a matar tutsis cuando no sólo es un hutu, sino también un kigalinés, un ruandés, un africano, un trabajador y un ser humano”. Es fácil y en parte inútil decidir que los humanos son violentos, agresivos, homicidas… por naturaleza. También somos justo lo contrario: solidarios, empáticos, altruistas, generosos. Eso no resuelve demasiado este asunto. Mataba porque era hutu, y mataba tutsis porque eran tutsis. Pueda que nos venga a la mente el término tribal, o tribalismo. Lo cierto es que en relación con los vínculos dentro de una sociedad, ese sentido de pertenencia de por vida puede suscitar adhesión y lealtad, pero hacia los extraños puede promover odio, destrucción.

En el interior de muchos de nosotros, los más propensos a lo emocional y menos reflexivos, habita un peón hutu con un machete en la mano. Cómo explicar si no que un dirigente político catalán con estudios superiores hablara de los castellanos, vecinos suyos, como lo hutus de los tutsis, como ratas asquerosas. Ya se sabe lo que conviene hacer con las ratas. Sí, eso dice muy poco del raciocinio del Señor Torra, pero dice mucho de lo que estoy tratando aquí.

Vuelvo a la pregunta, cojan la cinta enrollada del ADN: ¿son las sociedades, sean tribus, naciones con o sin estado o clubs de fútbol, y la práctica de marcar, etiquetar al extranjero, como extraño, otro, es eso parte del “orden de la naturaleza” y por tanto, inevitable? Lo siento por tantos historiadores, politólogos y hasta colegas, quizás me pueda mi de-formación profesional, pero considero que la idea de pertenencia, la que nos permite estar sin problemas en una cafetería llena de desconocidos (pero no extraños) y lo que todo eso conlleva de estar dentro o fuera de grupo es inusual en biología. Y los ejemplos que sí lo cumplen son poco halagüeños, como las hormigas y otros insectos sociales, pero no los antropoides, nuestros primos. Ser parte de una tropa, de un rebaño, de una tribu, una manada, un clan, una bandada forja esa identidad singular que va más allá del parentesco familiar de padres, hijos o hermanos.

Añadamos otra cosa; por muy naturales que nos parezcan las actuales naciones, no son estrictamente necesarias. Hemos vivido varios cientos de miles de años sin ellas y considerarlas un progreso, y encima inevitable, no está demostrado. De hecho, hay grupos, tribus que continúan existiendo independientemente del Estado en el que habitan. Sin ir tan lejos (por ejemplo a Nueva Guinea) también catalanes.

Hablamos tanto de nuestra postura erguida, de nuestro pulgar oponible, de la fabricación de herramientas, de la consciencia de uno mismo y ese acto aparentemente trivial de entrar en una cafetería nos pasa desapercibido siendo uno de los logros más apreciable y menos apreciado de nuestra especie. Estar cómodo entre desconocidos dio una ventaja a los humanos desde el principio y, ¿sabéis qué?, ¡hizo posibles a las naciones! Nos dio la ventaja de trascender las limitaciones de tamaño impuestas a la mayoría de las sociedades de mamíferos. Más tarde, cuando tribus y grupos menores se reunieron en uno mayor, se hubieron de rehacer esas herramientas cognitivas de supervivencia para aceptar a los otros grupos étnicos y amoldarse a su presencia. El ‘melting pot’ es positivo siempre que la mezcla no sea excesiva y demasiado continua. Si no, bueno, no habría historia. Chimpancés y bonobos no hacen eso ni por asomo, incluso los primeros, para desconsuelo de Jane Van Goodall, han sido sorprendidos en guerras de exterminio con grupos rivales. Algunos estudiosos ven en eso su cercanía a los humanos. Pero borrad esa sonrisa de suficiencia. Son las hormigas las que hacen toda clase de cosas “humanas”, desde construir carreteras y viviendas acondicionadas climáticamente a establecer reglas de tráfico, higiene pública y producción en cadena, cosas que no hacen nuestros primos antropoides.

Hay muchos misterios que los zoólogos han desvelado. Por poner un caso; los elefantes africanos forman sociedades que van más allá de la familia y de la uniformidad de la simple manada. Pero los elefantes asiáticos, mucho más dóciles y domesticables, no lo hacen. Pero no es ilimitada esa capacidad, sino que se restringe a unos pocos individuos, unas decenas. Cómo la especie humana se liberó de esa restricción es una pregunta pertinente. Probablemente por el uso de “insignias de pertenencia”, ahora que están tan de moda los lacitos, rosas, violetas, blancos, amarillos (pobres daltónicos: uno, separatista catalán desprevenido con el emblema de los gais), contraseñas ajustadas a nuestros cuerpos, lenguas, vestimentas, tablones de anuncios de carne y hueso, identidades.

Y todos esos estandartes han estado entrando en conflicto y sigue la cosa igual. Prueben a sentarse en un estadio de fútbol con la bufanda del equipo rival. No olvidemos que en la guerra moderna se fusila inmediatamente al enemigo pillado in fraganti con el uniforme propio, inadecuado. Las sociedades  y sus banderines de enganche se conquistaban unas a otras, como los chimpancés. Puede ser, en definitiva, que la pertenencia a una sociedad sea tan esencial para nuestro bienestar como encontrar pareja, alimento o cobijo. Y quizás haya que lidiar con ello porque sea un juego, nada inocente,de suma cero.

2 comentarios:

  1. Supongamos que un grupo de humanos, decide mas o menos conscientemente resolver los problemas mediante alguna jerarquía, una cadena de mando mas o menos sofisticada. Es razonable que hagamos jerarquías distintas para distintos tipos de problemas.
    Para cohesionar al grupo y acallar la disidencia es muy conveniente identificar algún enemigo. Es inevitable que haya disidencia, ya que cada persona es un lider en potencia desde que todos pensamos y todos sentimos que somos.
    Para identificar al enemigo es muy conveniente usar marcas: si sos un poquito mas oscuro, o o si hablas algún idioma incomprensible (dicen que los griegos nombraban bárbaros a los que hablan "bararabar"), incluso si pronuncias de manera poco habitual, ya todas son marcas válidas.
    Entonces: la jerarquia sería una manera de resolver problemas, y para que una jerarquia sea respetada y acatada, es conveniente identificar a un enemigo.
    Fijate que este concatenamiento explica la virulencia de posiciones hostiles al que es distinto cuando los tiempos son adversos.
    Y también brinda una guía para lidiar con xenofobias: preguntarse cual es la organización social que está necesitando esa cohesión.

    Chofer Fantasma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro, el enemigo exterior cumple su papel en la dialéctica entre integrar al extraño o enfrentarlo; la cohesión interna del grupo enfrenta a otros grupos; miremos el papel de las religiones, como grupo que cohesiona y como grupo que enfrenta, en cuanto a las jerarquías también parece inevitable cuando los grupos son muy numerosos y el sistema asambleario ya no es práctico

      Eliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía