viernes, 5 de marzo de 2021

Paseos anacrónicos con moscas

 

A veces practico una suerte de anacronismo creativo. Evoco la posibilidad de traer a nuestra época a Leonardo y hacer yo de anfitrión. Le muestro las modernas ciudades, los automóviles y trenes, la televisión e internet. ¿Cómo reaccionaría este genio ante una época de aviones y comunicaciones, pero que en lo esencial es su mismo tiempo? Me siento satisfecho de mi papel de cicerone.

Schopenhauer murió un año después de la publicación de El origen de las especies de Darwin. ¿Cómo hubiera reaccionado el ilustre pesimista ante una teoría que apuntaba a la necesidad como motor de todo cambio substancial pero también al azar? Creo que se habrían confirmado sus sospechas. El filósofo, como cabría esperar, reflexionó mucho sobre la mosca. La mosca es un incordio porque es una probable presa, difícil de atrapar, que se acerca en lugar de huir de sus destructores. “La mosca debe ser tomada como el símbolo de la impertinencia y la audacia, porque en tanto que los demás animales le huyen al hombre más que a otra cosa y corren antes de que él se les acerque, la mosca se posa sobre su nariz misma”. Y qué pensaría de que una de las moscas más diminutas, la de la fruta, Drosophila melanogaster, se haya revelado como el auxiliar de laboratorio más habitual para desvelar los secretos íntimos de nuestra especie.

Las moscas no son solo un incordio. La disentería bacilar o shigellosis, la fiebre tifoidea, el cólera, la disentería amebiana, la famosa enfermedad del sueño de la no menos famosa mosca tse tse o la loaiasis se transmiten por diversas especies de moscas. No olvidemos que son una de las siete plagas de Egipto del famoso chantaje de Abraham (en realidad tábanos, quizás el animal más peligroso en España con excepción del peliagudo mosquito). Belcebú, el segundo en el escalafón de los demonios tras el príncipe Lucifer, era Beelzebuh, derivado de Baal Zebub o Ba’al Z’vuv, el Señor de las moscas, también evocado en la magnífica y terrible novela de William Golding con el mismo título en el que se recrea la vuelta al salvajismo de un grupo de niños abandonados a su suerte (azar) y a su necesidad.

Curiosamente, en el amplio repertorio teológico animalista de los antiguos egipcios, la mosca cumplía un papel honroso. Era la mayor distinción militar concedida por el faraón a sus soldados más destacados. Y las unidades de infantería lacedemonias estaban equipadas con escudos adornados por una gran mosca, para recordar al enemigo que al igual que el insecto, “por más que los espantemos, siempre vuelven a la carga". Cuenta Plutarco que un día uno de los soldados pintó en su escudo una diminuta mosca, esto es, a su tamaño natural. Sus compañeros dedujeron que había perdido su arrojo, pero este les respondió que “al contrario, significa que deberé acercarme más que nadie al enemigo para que pueda ver mi mosca”.

A mí evocado y trasplantado temporal Da Vinci también le mostraré las moscas, pero como símbolo de que pese a todo y a esa asepsia que seguramente notará el florentino, las moscas siguen en nuestro mundo.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía