sábado, 6 de marzo de 2021

Ptágoras era listo no por haber sido el primero, sino por ser listo entonces y ahora

 


Sócrates o Pitágoras son respetados hoy por ser pioneros, pero en realidad ambos o cualquiera de ellos eran tan inteligentes como cualquier filósofo o matemático actual; simplemente tenían menos lecturas, formación si se quiere. Nuestros científicos están aupados a hombros de gigantes, según la conocida frase, y aquellos filósofos eran los gigantes. Eso nos hace olvidar a menudo su propia capacidad intelectual intrínseca. Pues lo mismo sucede con el humano corriente. En otras épocas los humanos eran tan racionales como ahora. O tan irracionales. Buscaban respuestas y en el caso concreto de las misteriosas enfermedades infecciosas lo hacían indagando en los elementos de tierra, agua, aire y fuego. Bien es cierto que también consideraban que sus vengativas deidades causaban la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, y consecuentemente les ofrecían sacrificios a esos espíritus aniquiladores para que acabaran con sus padecimientos. Era una forma sencilla de entender lo complejo, una fórmula consoladora. Pero al igual que hoy se hace responsable entre los conspiranoicos a Bill Gates o Georges Soros. Todo problema complejo busca y anhela soluciones sencillas, pero pese a la famosa navaja de Occam, suelen ser tan falsas como simples.

Evocar un mundo sin razón científica puede parecer difícil. Opino que no lo es tanto. Bien es cierto que parecen faltar, o de hecho faltaban, las relaciones de causa y efecto, no digamos las correlaciones con las que a menudo se confunden las anteriores. Y del hecho de que no había prácticamente tratamientos ni prevención de las enfermedades. No obstante, esos antiguos no estaban desprovistos de tratamientos que experimentaron a veces con éxito y de manera muy sagaz, intentando poner al descubierto la causa real de las enfermedades infecciosas. Eso, claro, sólo llegaría con el descubrimiento de Pasteur de los gérmenes, que surgió independiente y revolucionariamente a mediados del siglo XIX, al igual que la otra gran teoría biológica revolucionaria, el darwinismo.

De hecho, la teoría médica aceptada por consenso en la época no difería tanto de la verdad científica que hoy conocemos. Me estoy refiriendo a la teoría miasmática, que atribuía esas epidemias a los llamados miasmas: vapores, partículas o simplemente ‘mal aire’ que se filtraba y se evaporaba desde las aguas estancadas, marismas y pantanos. Reparemos que son los biotopos de los mosquitos trasmisores de la malaria y otras enfermedades. Eso por un lado, y por otro que esos miasmas y malos aires no están muy alejados de nuestros contagios por micropartículas de agua y vaporizaciones actuales, los famosos aerosoles. Hoy llevamos pacientemente mascarillas, pero en Venecia, zona lacustre tradicionalmente infectada de malaria y cólera, se venden hoy como recuerdo máscaras de carnaval, la más típica en pico de ave que usaban los médicos y en el susodicho pico se depositaban hierbas aromáticas para filtrar esos miasmas.

Aquellos razonamientos casi desenmascararon al vector real del plasmodio del paludismo, el mosquito, que habitaba en las malolientes aguas que se culpaban. Aunque el casi no basta. Como no realizaban análisis forenses ni autopsias, más bien se deshacían de los cuerpos cuanto antes, no apreciaron otros síntomas típicos, como la dilatación del bazo. A cambio, hay muchas descripciones muy precisas unas, ambiguas otras, de síntomas. En todas suele figurar la fiebre y sus intervalos álgidos, de ahí los nombres de tercianas y cuartanas, que definen intervalos de 48 y 72 horas. Además como ya he dicho anteriormente, el demonio, o dios, Belcebú de los cananeos y filisteos (pueblos por los que siento cierta afinidad visto el encono xenófobo de Jehová hacia ellos) era el señor de las moscas y los mosquitos; el caldeo Baal, espíritu de la enfermedad lo mismo. Y Nergal, el dios babilonio del inframundo se representaba como un insecto con aspecto de mosquito.

Siempre ha habido gente lista y gente tonta; probablemente más de unos que de otros, y siempre ha habido gente crédula y lo contrario, que no es la incredulidad sistemática del escéptico, sino la bendita y siempre insatisfecha curiosidad.

Este niño se fija en todo, decían las mujeres de mi casa cuando era pequeño. Ojalá hubiera sido así; habría aprendido más, y cuanto más aprendes más aprendes cuanto ignoras y más preguntas te surgen junto algunas pocas y atesoradas respuestas. Todo niño no constreñido es un científico innato, lo que pasa es que luego el entorno social y la educación reglada se encargan de anularlo.

3 comentarios:

  1. "Todo niño no constreñido es un científico innato, lo que pasa es que luego el entorno social y la educación reglada se encargan de anularlo." Consciente o inconscientemente siempre le doy vueltas a esa idea; ¿cómo educar sin reprimir, sin coartar, sin dirigir?

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    1. Es más fácil decirlo que hacerlo: no matando la curiosidad sino incentivándola

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  2. Yo creo que recuerdo con mayor afecto a los que me mostraron incognitas o me hicieron preguntas que a los que me dieron respuestas.

    Chofer fantasma

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía