Tengo los mismos gustos en fruta que los pájaros. Mis
favoritas son las cerezas maduras aunque no podridas (ese es gusto de insectos)
de esa variedad tan cercana a la silvestre que es la del guindo. Mi aprecio por
las cerezas es también afinidad, como la que se siente por un perro o incluso
por un compañero de juegos o una mujer que, sin ser la más guapa, es la que con
más gusto siempre compartes tu cama. Del guindo-cerezo me gusta el árbol, me
gustan sus hojas dentadas y finas y su corteza gris discreta (elegantísima) y
resinosa, como me gusta su madera roja de la que están hechas las estanterías
de los libros que almaceno en el pajar habilitado de comedor y sala de tele. Y
me gusta la estética de sus rojas drupas, agrupadas de dos en dos al final del
largo peciolo; sólo me gusta más el aspecto de los membrillos, de las granadas
y a veces, sólo a veces, de los limones. En el patio no tengo un guindo, ni me
consta que haya muchos en ninguna casa del pueblo, aunque sí en las huertas del
camino a la ermita. Pero en el patio tengo un limonero muy productivo y un
granado alto y escueto (da poca fruta comparado con otras) que plantó en un
cantero a poniente el tío Benja que en paz descanse, antiguo pregonero a
cornetilla del pueblo. Y el huerto lindero de la casa del cura tiene, asomando
por el muro de la calle de la Estación, el membrillero más feraz y bonito de la
comarca, que ya es decir. Pero para guindos y cerezos tengo que a acudir a los
vecinos pueblos de las laderas del sur de Gredos, ahí me aprovisiono, como los
pájaros con los que comparto el gusto.
Y del cerezo también me gusta, claro, el sabor de su
fruta, su textura al morder, lo fácil que se extrae el hueso, convirtiéndolo en
munición distraída del niño que merienda a la vez que se arma.
En mi barrio los niños los llamábamos güitos. Un güito. El hueso de una
frutita que puede lanzarse fácilmente, incluso con una cerbatana improvisada.
Hace tantos años que ya es literalmente historia,
estaba yo en el balcón de la casa de mi abuela que daba al recién construido y
en trance justo de inaugurar Palacio de los Deportes madrileño comiendo
cerezas. Los huesos los lanzaba distraída pero precisamente a los transeúntes y
sobre todo a los espectadores agolpados en las aceras, cortado al tráfico la
calzada, a la vez que me retiraba en cada ocasión para desenfilarme del
‘enemigo’. Pero a quién quería atizar era a ese soldadito rechoncho y viejuno
de voz atiplada que salía por la tele en blanco y negro con su tripita avanzada
hacia el horizonte que ahora llegaba entre cornetas. Me lo impidió con cara de
susto mi tío David, el hermano pequeño de mi así mismo joven madre que me pegó
un tirón hacia dentro del cuarto, suspendiendo su amabilidad habitual conmigo.
Es así como no pude atizarle al que luego identifiqué con Franco, Franco,
Franco...
En las crónicas no figura mi intento de atentado. Me
hubiera gustado atizarle, sin cuestiones ideológicas de por medio, sólo por el
gusto que me ha dado siempre comer cerezas y usar los huesos como munición.
En mi inocencia de entonces, no supe que le estaba
dando la vuelta metafóricamente al Régimen, que se comía la chicha y nos
arrojaba los huesos, y yo al revés, y eso, y no la pobre capacidad destructiva
de mis proyectiles, incluso eso y no el gesto de desdén que suponía tirarles
los huesillos al desfile del dictador, eso, digo, era lo verdaderamente
subversivo, y todo eso sin yo saberlo. Al gordito de voz atiplada que algunos
llamaban 'caimán' ("se va el caimán, se va el caimán, se va para
barranquilla...") y otros galápago (siempre reptil), pero que nos tuvo en
su puñito hasta mi lejana juventud. Luego averigüé que el ácido prúsico o
cianuro de hidrógeno es un eficaz veneno que se encuentra en los huesos de cereza.
Como en la Amazonía, los proyectiles de cerbatana, siempre leves, deben ir
untados de veneno, sea curare o cianuro.
Durante los 36 años que estuvo en el poder, e incluso antes, parece
ser que el dictador sufrió 17 intentos de atentado. El peligro nunca llegó a rozarle, El mío tampoco, gracias a mi tío
David (y encima no está contabilizado). Es obvio que ninguno triunfó, Franco
murió en la cama de forma mucho más prolongada y dolorosa.
Entre paréntesis: ( ) Breve y apresurado análisis de las
elecciones catalanas del 21 de diciembre de 2017
Uno. Por primera vez en Cataluña ha ganado, en votos y en
diputados, un partido nacido en Cataluña pero españolista (que no
constitucionalista, ya ganaron el PSOE y Convergencia, ambos con ‘padres’ de la
constitución). A efectos de bloques enfrentados ha ganado el independentismo y
dentro de él, el partido de Puigdemont. Resumiendo, mayoritariamente, Cataluña,
como pasa casi siempre con los ricos, es de derechas.
Dos. A efectos literarios es de aplicación Monterroso: cuando
el PP despertó, el dinosaurio nacionalista (nunca mejor dicho) seguía ahí.
Tres. Lo que nunca podremos hacer es seguir el consejo de
Franco de hacer lo que él y no meterse en política. Al revés. A ver si los
políticos empiezan a hacer política.