viernes, 28 de mayo de 2021

Bateson y los hombres somos hierba

 



Hoy está parcial e injustamente olvidado, pero en los contraculturales años sesenta del pasado siglo la figura de Gregory Bateson era reverenciada, sobre todo en el ámbito de lo que entonces se denominó contracultura. En mis años de estudiante de biología conocí la obra de su padre William Bateson, uno de los fundadores de la genética. Siguiendo sus pasos, Gregory fue primero zoólogo, pero su exuberancia no le permitió restringirse a esa disciplina, sobre todo a favor de la antropología en la que su matrimonio con la conocida antropóloga Margaret Mead y su viaje seminal a las islas del Pacífico Sudoccidental cimentaron su fama. Más tarde —y esa es a mi juicio su época más interesante— se interesó por la naciente cibernética, la teoría de la información y sus aportaciones a la psicología y la etología humanas. Todos ellos cambios en las llamadas ciencias sociales que comenzaron antes de la Segunda Guerra Mundial.

Bateson siempre rechazó la crueldad terapéutica de la psiquiatría de su época. Esa repugnancia le inclinó hacia esa ciencia del comportamiento animal fuera de los laboratorios y sus laberintos, en plena naturaleza, la etología, pero insólitamente aplicada en su caso a la especie humana. De forma consecuente, en las Islas Vírgenes, las experiencias para acondicionar delfines al lenguaje humano le resultaron igualmente odiosas, y en Hawái, adelantándose a las modernas actitudes de respeto animal, calificó de brutal los acondicionamientos de esos cetáceos.

Todo ello le llevó, en un camino en cierto modo inevitable, a oponerse al reduccionismo —tan exitoso en las ciencias “duras”— y a mantener la autonomía de la Naturaleza frente a esos análisis parciales, y también sobre el imperialismo intelectual de Occidente en el equilibrio ecológico. Fue un precursor de temas y actitudes hoy bien asentadas pero entonces novísimas. Quizás su único defecto fue un exceso amonestador, jeremiástico y a preconizar puntos de vista basados en sistemas, hoy diríamos holísticos a infinidad de problemas que hoy persisten agudizados. Afirmaciones como la de que “el ser humano sólo es parte de sistemas [sociales y ecológicos] de mayores proporciones” hoy nos parecerían a muchos una obviedad, pero entonces no lo eran.

Tomemos el famoso silogismo Sócrates, ejemplo obvio y majestuoso de la lógica convencional:

Los hombres mueren,

Sócrates es un hombre,

Sócrates muere.

Al que Bateson opuso su silogismo alternativo hierba, supuestamente inadecuado y propio de los esquizofrénicos:

Los hombres mueren,

La hierba muere,

Los hombres son hierba.

En el que se resaltaba la unidad sistémica y la interdepedencia de todos los seres vivos, incluida nuestra vanidosa especie.

Esta forma de enfocar los problemas tiene la ventaja de anular la rigidez de la dialéctica hegeliana, probablemente la forma más occidental de ver el mundo. Así, por ejemplo, en el conflicto del independentismo catalán se puede afirmar, como hacen los nacionalistas del otro bando, que todos los catalanes son españoles, ergo, todos los españoles somos en parte también catalanes. Etcétera.

La caída que describe la Biblia en el Génesis creo que da muchas pistas sobre ese camino estrecho de gran parte del pensamiento occidental. Algo así como el comienzo del pensamiento lineal, o del reduccionismo, que tantos éxitos nos ha proporcionado, pero también que tantos prometedores caminos nos ha cerrado. Comen la manzana Adán y Eva y ese gesto supone el primer gran divorcio con la naturaleza como una totalidad que les integraba a ellos. Las plantas comienzan a dividirse en útiles y malas hierbas, como los animales en útiles o plagas. Eva comienza a sentir disgusto por las relaciones sexuales y a parir con dolor. El trabajo se convierte en una condena y no en una fuente de placer y conocimiento. Pero la vida depende de circuitos de contingencia (cibernética) entrelazados. Vemos la evolución y caída de los dinosaurios como una suerte de carrera de armamentos, no como una falta de adaptación a esa enorme contingencia que es el cambio brusco que se originó con la caída del meteorito del Yucatán.

Escepticismo, generosidad y curiosidad autónoma fueron las cualidades que guiaron a Bateson en una obra dispersa, pero en el fondo unitaria, que no consolidó ninguna gran teoría (que el consideraba el inicio del dogmatismo)y que abrió nuevos interrogantes a la vez que ponía en duda respuestas consideradas evidentes. Los trabajos, así en plural, de Bateson prometieron más que lo que dieron de sí en sí mismos; abrieron caminos en lugar de cerrarlos. En eso se distinguió de los grandes hombres de nuestro entorno cultural, los Descartes, Kant y Marx. Probablemente el contacto con aquellas culturas mal denominadas primitivas le permitió hacerlo. Bateson se encuentra en Internet con bastante facilidad. Aprovecharlo.

 

 

 

martes, 25 de mayo de 2021

Talemos robles y turistas

 

Lo cuenta el físico Freeman Dyson: el tío de su esposa, un médico rural alemán que heredo su casa y su consulta de su padre y vivió en un pueblecito toda su vida. Su casa y su jardín eran su orgullo y alegría, especialmente los últimos años de su vida. Mientras Dyson admiraba el magnífico roble que se encontraba frente a su casa, el propietario en un tono desapasionado le comentó: “Este árbol tendrá que talarse; ya ha pasado la plenitud de su vida”. Por lo que el físico podía ver, el árbol estaba sano y no mostraba ningún signo de deterioro inminente, así que le preguntó cómo se atrevía a cortarlo. La respuesta del anciano fue: “Por consideración a los nietos. Este árbol durará mi época, pero no sobrevivirá a la suya. Plantaré en su lugar otro roble del que gozarán cuándo sean tan viejos como yo lo soy ahora”.

Hay más casos, aunque infrecuentes. La avenida que conduce al Trinity College en Cambridge, que yo he recorrido con mi perra de entonces, estaba flanqueada por el lado del río con una magnífica escolta de olmos plantados, por lo que me contaron, en el siglo XVIII y supervivientes milagrosos de la tremenda plaga de la grafiosis. Pero no eran los que yo contemplaba; esos habían sido talados años antes de mi estancia cuando todavía eran hermosos y venerables ancianos aunque habían pasado la flor de la vida. En una decisión de sacrificar el presente a favor del futuro, se eliminaron y sustituyeron por larguiruchos, probablemente lamentables arbolitos. Cincuenta años después yo los contemplaba en su lozana plenitud, aunque, me dijeron, que para eso habría que esperar hasta que el siglo XXI termine.

Esos ecologistas que pese a estar siempre alarmados por el futuro no contemplan con buenos ojos estas prácticas (su futuro acaba en ellos), porque colocan el carro de su sensiblería delante del caballo de la previsión racional, podrían meditar sobre esos ejemplos. Pero desde luego el gremio sin visión de futuro, más allá de los escasos años entre elecciones, son la mayoría de los políticos. No se entiende de otra forma, aquí en España, que esos mal alfabetizados, aunque cruentos y hábiles contendientes electorales, saluden con alborozo la más depredadora industria del territorio patrio y otros recursos que es el turismo de masas, y entorpezcan en lugar de canalizar ese otro flujo de los migrantes del subdesarrollo, los únicos capaces de sostener nuestro actual estado de bienestar. Porque a cuatro años sale a cuentas vender este país por un plato de lentejas (sin que todos además acudan al condumio), pero a veinticinco lo que sale a cuenta es deshacerse de tanto turista y recibir subsaharianos y magrebíes si ir más lejos, nunca mejor dicho. Talemos turistas, sembremos inmigrantes.