viernes, 7 de mayo de 2021

A Dios se le olvidó crear el plástico


Prehistoriadores, paleontólogos humanos y sobre todo arqueólogos afirman que los primeros instrumentos fueron cuchillos, hachas y martillos de piedra, para matar o despiezar,  la llamada industria lítica. Es lógico, se mantienen durante milenios, pero yo disiento, creo que los palos fueron anteriores, y esos no se suelen conservar. Y también disiento de que en cualquier caso fueran los primeros. Yo creo que el primer artefacto humano fue una bolsa para contener y llevar otras cosas, entre otras esas hachas de piedra o madera. En 1975, una arqueóloga, Elizabeth Fisher, menos obsesionada por el belicismo o la cinegética, propuso que la primera herramienta no fue un cuchillo de piedra sino un receptáculo para transportar cosas. Sobre la misma idea insiste mi adorada Ursula K. Le Guin en su ensayo The Carrier Bag Theory of Fiction (La teoría de la ficción de la bolsa de mano). Lo cierto es que la bolsa, o el bolso, al revés que las armas que transfieren la energía hacia fuera, trae la energía a casa. Podemos imaginar un cesto de fibras vegetales (la alfarería y los cacharros de barro deberían aguardar hasta el más reciente Neolítico), quizás impermeabilizado con arcilla hasta el punto de poder almacenar y transportar agua. Para nuestros ancestros la vasija, y no el cuchillo, les proporcionó más tiempo, pero también más espacio, colocar objetos que podrían necesitar más tarde. Ya no necesitaban ir al río para beber o al bosque para comer; literalmente podían transportar el río y el bosque con ellos. Nada menos.

Esta es una historia, verosímil pero imposible de datar. Otra sucede decenas de miles de años más tarde, esta vez fechada con precisión. En 1953 se inventó un método para fabricar polietileno de alta densidad, y en 1965 una patente permitió convertirlo en una bolsa de plástico. Ya sabemos el resto de la historia: ahora llevamos más de medio siglo usándolas y hemos inundado el globo con ellas. Cada año se utilizan y desechan un billón de estos insidiosos objetos. La mayoría acaban en los océanos, girando en una suerte de enorme isla flotante en el Atlántico tropical o en el fondo de fosas abisales.

También algunas hachas de piedra son recipientes. La maravillosa Excalibur de Atapuerca depositada en el Museo del Hombre en Burgos es demasiado hermosa y poco usada y probablemente fue un recipiente, de poder. Como las asimismo hermosamente verdes de jadeíta transportadas desde lugares lejanos a otros improbables, como las Islas Británicas.

Al revés que las antiguas vasijas o bolsas vegetales o las maravillosas hachas de piedra, las bolsas de plástico no tienen pasado, pero Roland Barthes se equivocó cuando observó que sólo tienen presente, aunque es entendible la opinión del mitólogo francés. Lamentablemente tienen futuro, que se extiende como una pesadilla por milenios.

Un biólogo evolutivo chistoso para ridiculizar la idea de un propósito en la evolución comentó que Gaia, la Tierra, había permitido el surgir del hombre para que este aportara lo único que le faltaba al planeta: los plásticos. Bueno. También aportamos residuos radioactivos que durarán más que nuestra especie, elementos que no se encuentran puros en el planeta, como el sodio o el potasio, e isótopos, como el del uranio que no se habían formado aquí, sino en explosiones estelares lejanas, hasta que nosotros empezamos a jugar con reactores nucleares.

No se trata de que todo en la naturaleza sea un proceso de suma cero, con sus ventajas y sus inconvenientes restándose mutuamente, ni que todo su funcionamiento se organice como sistemas, desde los infinitamente pequeños a los enormes, y desde los locales a los globales, donde todos sus elementos están interrelacionados e influidos mutuamente. Se trata de lo que los antiguos griegos intentaron decir con mitos como el de Pandora o Prometeo. De alguna forma es divertido ver a un chimpancé jugando y manipulando un objeto humano, pero ¿y si ese objeto es un láser o un fusil de asalto cargado? Claro, esa imagen de un chimpancé con láser puede ser tan excesiva como inquietante, pero ¿injusta? Echemos una mirada a la alteración de la atmosfera, los océanos y las biotas. Somos chimpancés con laser. O también puede ser que se trate de una imperdonable omisión del Génesis y que Dios creó al hombre para que este creara los plásticos. Y no nos paramos ahí.


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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía