(Los dos de arriba fumando, ¡será posible!)
Como ya he señalado anteriormente, creo que el principal problema de la democracia española, y en realidad de casi todas las democracias, no es la corrupción sino la poca educación de sus ciudadanos y, consecuentemente, de sus políticos. A pesar de eso o más probablemente debido a eso, todos los políticos halagan a la ciudadanía a la que proclaman masivamente estupenda, a la inversa que sus adversarios políticos que no saben apreciarla como es debido.
Además de esa pobreza educativa, los ciudadanos en términos generales tienen otro defecto de raíz casi física o mecánica: la peliaguda tendencia a agruparse en masas. Una masa son un montón de cuerpos que no consiguen reunir ni un solo cerebro indemne, de ahí su peligro mucho mayor que el del rinoceronte embistiendo, pero de la misma naturaleza, con una salvedad a favor del rinoceronte, que es menos influenciable que la masa y menos masivo.
Es posible que la vieja queja de Dwight Macdonald de que cuanto más popular es un programa político menos valioso es siga siendo cierta. El norteamericano comparaba los planteamientos políticos con el arte y la literatura en el sentido de que su popularidad era inversamente proporcional a su valor, aunque inmediatamente reconocía que eso suponía un empobrecimiento y que tampoco era una regla eterna si se sabía contemplar el pasado en el que ideas defendidas por algunas minorías se hicieron extensas e hicieron avanzar a las sociedades. Pero los baños de masas mal lavan ególatras.
Desde que existe este blog no he hecho más que perder visitas y comentarios, así que lo debo estar haciendo francamente bien. Ahora en serio (lo de antes también iba en serio), durante la ocupación alemana de Francia el principal y clandestino órgano impreso de la Resistencia, Combat, era dirigido por Albert Camus. Cuando llegó la liberación, al poco tiempo, Camus, en lugar de aprovechar la posición hegemónica de ese medio y su propia posición para difundir masivamente sus ideas, dimitió. Un compañero estadounidense le preguntó por qué; su respuesta fue que había llegado a la conclusión de que escribir sobre la política de los grandes partidos y para un público masivo le impedía decir la verdad o simplemente lidiar con la realidad. A partir de entonces se dirigió a un público menos extenso (que no ha dejado de crecer a la inversa que su gran rival, el fan bolchevique Sartre, al que cada vez se le lee menos) para hablar de forma más precisa de cuestiones aparentemente más modestas.
En realidad, es tentador aplicar el mismo principio a las organizaciones políticas. En el caso catalán, mientras los independentistas no rebasaron el marco (para mí insidioso) de sus organizaciones de base, sobre todo culturales y educativas regladas (escuelas, institutos) fueron ganando la ‘guerra’ contra el monstruo del Estado español, pero cuando creyeron llegado el momento de un combate franco, de instituciones contra instituciones, fueron (y serán) derrotados. Es como el pacifismo en la independencia india, un método mucho más eficaz para enfrentarse al Imperio Británico que el de los ejércitos regulares. Al poder del Estado moderno sólo se le pueden enfrentar organizaciones que actúen en un plano distinto (lo mismo que hacen los terroristas), del mismo modo que a la violencia se la combatió más eficazmente con la no violencia en el caso de la India colonial.
Eso por un lado. Por otro, tengo la impresión que a la inversa que las influenciables masas, en el mundo actual, las revueltas basadas en oposiciones (y posiciones) individuales, esto es, morales, tienen más fuerza. Como en su día pasó con la objeción de conciencia que, basada en una posición individual saca su fuerza de ese peso del sentimiento personal.
En la guerra de guerrillas los independentistas venían desde hace décadas ganando sus batallas, pero cuando han sacado las tropas a la calle (nunca mejor dicho), esas masas ciudadanas tan alabadas y aborregadas y se han enfrentado protoEstado contra Estado, ha sido su debacle.
Claro que a mí todo se me vuelve insumisión, rebelión, escepticismo, y me dan ictericia las consignas (esos pareados tan lamentables) y los carnets. Porque soy un pajolero libertario, porque me pienso las cosas muchas veces, porque leo y comparo, porque la música militar nunca me supo levantar. (Y éramos mucho más guapos y salíamos mejor en las fotos cuando fumábamos)