Mi casero, un maldito catalán con numerosos inmuebles en
Madrid, no me permite instalar una discoteca en el piso que le tengo arrendado
en la segunda planta pese a que una encuesta entre mis amigos demuestra una
abrumador apoyo a la idea y sólo los rencorosos vecinos del rellano se oponen
aduciendo que hay que cumplir la ley, en este caso, el contrato de arriendo. No
contento con restringir mi sagrada libertad, me ha soltado este sermón:
“Los contratos rigen todos los campos de la ley, no sólo la de arriendos urbanos. Cuando elegimos vivir en sociedad, lo hacemos con arreglo a un contrato y nos comprometemos a respetar las reglas que dicta ese contrato (la Constitución en sí es un contrato, aunque modificable, y en la cuestión de hasta qué punto es modificable es donde se entrecruza la ley con la política); bajo los términos, explícitos o no, de ese contrato nos comprometemos por tanto a no matar, a pagar nuestros impuestos y a no robar. Pero en este caso somos sus creadores y estamos atados por él: como ciudadanos de este país, desde que nacemos hemos dado por hecho la obligación de respetar y acatar sus términos, y lo hacemos o deberíamos hacerlo a diario.” (*)
Yo le respondo que tengo el apoyo abrumador de mis amigos, a
los que he hecho una consulta democrática (**) a la que no han querido concurrir los
rencorosos vecinos del rellano. El tema está enconado, y no por mi culpa.
(*) Disculpad, si los improbables juristas que me lean consideran que este párrafo no es de recibo en teoría del Derecho, no es culpa mía, sino de mi casero, que va de listo y legal
(**) Entusiasmado por el sano ejercicio de votar, donde estoy convencido que reside la esencia de la democracia, ya estoy planeando un par de referendos más: uno para que deje de ser delito la violación en grupo en el caso de que la supuesta víctima esté buena de verdad (caso de la vecinita del tercero) y otra para reimplantar la pena de muerte en el caso de caseros intransigentes.
(*) Disculpad, si los improbables juristas que me lean consideran que este párrafo no es de recibo en teoría del Derecho, no es culpa mía, sino de mi casero, que va de listo y legal
(**) Entusiasmado por el sano ejercicio de votar, donde estoy convencido que reside la esencia de la democracia, ya estoy planeando un par de referendos más: uno para que deje de ser delito la violación en grupo en el caso de que la supuesta víctima esté buena de verdad (caso de la vecinita del tercero) y otra para reimplantar la pena de muerte en el caso de caseros intransigentes.
Muchos han criticado el referéndum con argumentos similares: absurdos (o no) en los que una comunidad vota en favor de la esclavitud o algún otro disparate. El hecho de que no sólo en Cataluña haya tanta gente que no entiende que no toda votación es pertinente por mucho que seamos un país demócrata es mala señal. Además, tienen una imagen falseada del extranjero, pues repiten como loritos que en Europa sí se permitiría la votación, cuando en la mayoría de los países europeos no se toleran siquiera los partidos separatistas, cosa que sí ocurre en España.
ResponderEliminarDicho eso, ya pudiera tener Mariano Rajoy una gugolplexésima* de la probidad del casero catalán de tu parábola.
*Un gúgolplex es 10 ^(10^100), un número tan grande que es físicamente imposible de escribir en notación decimal (es decir, empezando por 1 y escribiendo todos los ceros, que formarían una línea de guarismos mayor al número estimado de protones del universo). La gugolplexésima sería, pues, 1 / 10 ^(10^100).
No sabía lo de gúgolplex, me suena a google con perdón
EliminarGoogle se basa en el término gúgol, que es 10^100. Ambos, gúgol y gúgolplex son creaciones de un niño de nueve años, búscalo en la Wikipedia.
EliminarComo jurista soy, efectivamente, bastante improbable. No estoy capacitado para ponerle peros al discurso del casero, más que uno, dictado más por el sentido común que por mi improbabilísima juricidad, y es este: la posibilidad de modificar el contrato no es cuestión situada fuera del propio contrato y que, por tanto, haya que resolver por medios políticos, ajenos ya a la ley; al contrario, la ley y el contrato regulan también la política. Los modos de cambiar el contrato están previstos, como cualquier otra cuestión de nuestra convivencia, en el mismo contrato. Son política, sí, pero no por eso se sustraen a la ley. Nada lo hace, aunque eso le joda a tu arrendatario.
ResponderEliminarPor lo demás, estupenda tu metáfora.
No, lo habré expresado yo mal; lo que quería decir mi casero es que 1º, hay que cumplir el contrato, y 2º y luego, si se precisa puede cambiarse el formato del siguiente contrato (esté o no previsto en el primer contrato, y eso es política)
EliminarNo eres tú, es tu casero, que, con buena intención, tiende a entender mal lo del contrato. Le pasa a mucha gente. La cuestión es esa que rozas en tu paréntesis, como si no fuera importante, y que lo es mucho: esté o no previsto en el primer contrato. Todo está previsto en el primer contrato, que no serviría de nada si no fuera así. Todo, y principalmente esta cuestión de cómo se cambia o se sustituye por otro. No serviría de nada que hubiera un contrato si no previera, en primer lugar, qué se hace cuando alguien no quiere cumplirlo, o quiere cambiarlo o sustituirlo por otro. No serviría de nada respetarlo en todo lo demás si no lo respetáramos, ante todo, en esta fundamental cuestión de cómo se cambia y de qué pasa cuando alguien no lo respeta. >Decidir que esa cuestión ya es política, como si esta palabra mágica nos resolviera el asunto y nos permitiera prescindir del contrato, no es una solución, es un modo vistoso y algo irresponsable de escapar a la necesidad de encontrar una solución. Que solo puede existir, como todo, dentro del contrato.
EliminarEstá muy bien la metáfora; ahora bien, ¿no seréis tú y tus vecinos los catalanes, más que el casero? Lo digo por vuestro entusiasmo plebiscitario
ResponderEliminarNo me seas insidioso
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