Hablar de 'pueblo' como sujeto político es siempre falaz. Hablaré de ‘pueblos’ con cautela, como estados de ánimo
generales, derivados de un territorio, una lengua y ciertas costumbres poco relevantes (en el
fondo, si no iguales, equivalentes en todas partes). En ese sentido creo que hay pueblos
patrióticos, como los irlandeses o los catalanes y pueblos cosmopolitas, como
los vascos, los gallegos y algunos andaluces. Igual que hay pueblos
micófilos (amantes de las setas) como los griegos o los catalanes y pueblos micófobos, como los
gallegos y los escoceses, y curiosamente abundan más los hongos (también los venenosos)
entre estos últimos. Por eso el catalán puede dar apariencia de cosmopolitismo
cuando sólo hace turismo para regresar a su arcadia/patria. Los pueblos
verdaderamente patrióticos son tan admirables (les gustan los destinos
trágicos) como irritantes (con sus festejos teñidos de desprecio a lo de
fuera), en la misma medida que la verdadera nobleza y hermosura, el más noble
estado de ánimo es el del apátrida de corazón, el cosmopolita que ha visto y ha
estado en pueblos y lugares sin ánimo de hacer fotos y volver. Nadie como
ciertos ingleses inquietos en ese sentido.
Eh aquí una pregunta: ¿qué pueden saber de Cataluña quienes no conocen más que Cataluña, a quienes no les interesa nada más que Cataluña? (o Inglaterra, o Soria, o Bangladés). A esa pregunta se puede responder con una tal vez más difícil: ¿Qué puede saber de Cataluña quienes no conocen más que el mundo? En el momento que algo nos interesa profundamente, sea Cataluña o los escarabajos cerambícidos, el resto del mundo, de intereses misceláneos se convierte en nuestro enemigo, no digamos si tenemos que convivir con él, por ejemplo, el resto de España (que ellos llaman España o peor, Estado Español), y por eso se nota en los independentistas no tanto que amen Cataluña como que odian ese ámbito en el que están por el momento incluidos: la detestada España.
Ya se sabe que Cataluña está incluida en España o al menos en la Península Ibérica, su rincón noreste, uno de los mejor situados (que se lo digan a los extremeños), y en Europa y en el mundo, pero hay ciertas formas de amores, como las que se dan entre fanáticos religiosos, que impelen a odiar lo que no es la única obsesión. La Historia está llena de ejemplos. Y aquí viene a cuento lo de las raíces; en el momento que consideramos que hemos echado raíces rechazamos las piernas, nos convertimos en un árbol y lo demás es fertilizante para ese árbol inmóvil. Es por eso que el trotamundos vive en un mundo más pequeño y más acogedor que el feroz sedentario campesino. El canto rodado no cría musgo, pero… ¿quién quiere musgo?
Del racista Cecil Rhodes se decía que tenía grandes ideas, pero que era mala persona. Justo al revés que los Junqueras y los Puigdemont de turno, que insisten que son buenas personas, pero lo único verificable es que tienen pequeñas ideas en este mundo global escasamente importante fuera de Cataluña (desde Etiopía no se vé el Canigó). Las visiones singularmente reducidas (a un solo pueblo o un solo lugar) son peores para las personas que las derivadas de simples malas personas. Pintar un mapa de otro color, inventarse una bandera, adoptar un lema o un himno no tiene nada de grandioso. Lo grandioso es justo lo contrario: ni himnos ni banderas ni eslóganes, sólo la sencillez de un Ulises regresando a su hogar después de haber visto el mundo. Pensemos en los judíos, un pueblo esencialmente errante que formó parte relevante en muchas épocas de la mejor Europa (Spinoza, Mahler, Freud...) y se convirtió en lo peor cuando se asentó en su tierra prometida, pasando de ser un pueblo inquieto que era una comunidad de lectores (del Talmud, la Torá y muchas más cosas) a una inquietante milicia armada que sólo así se relaciona con sus vecinos.
Más preguntas. ¿Qué tal si disolvemos Cataluña en algo más práctico en lugar de añorar un Estado propio? Y ya de paso, España. Prueben el exquisito placer de sentirse extranjero en todas partes y en especial en tu pueblo.
Eh aquí una pregunta: ¿qué pueden saber de Cataluña quienes no conocen más que Cataluña, a quienes no les interesa nada más que Cataluña? (o Inglaterra, o Soria, o Bangladés). A esa pregunta se puede responder con una tal vez más difícil: ¿Qué puede saber de Cataluña quienes no conocen más que el mundo? En el momento que algo nos interesa profundamente, sea Cataluña o los escarabajos cerambícidos, el resto del mundo, de intereses misceláneos se convierte en nuestro enemigo, no digamos si tenemos que convivir con él, por ejemplo, el resto de España (que ellos llaman España o peor, Estado Español), y por eso se nota en los independentistas no tanto que amen Cataluña como que odian ese ámbito en el que están por el momento incluidos: la detestada España.
Ya se sabe que Cataluña está incluida en España o al menos en la Península Ibérica, su rincón noreste, uno de los mejor situados (que se lo digan a los extremeños), y en Europa y en el mundo, pero hay ciertas formas de amores, como las que se dan entre fanáticos religiosos, que impelen a odiar lo que no es la única obsesión. La Historia está llena de ejemplos. Y aquí viene a cuento lo de las raíces; en el momento que consideramos que hemos echado raíces rechazamos las piernas, nos convertimos en un árbol y lo demás es fertilizante para ese árbol inmóvil. Es por eso que el trotamundos vive en un mundo más pequeño y más acogedor que el feroz sedentario campesino. El canto rodado no cría musgo, pero… ¿quién quiere musgo?
Del racista Cecil Rhodes se decía que tenía grandes ideas, pero que era mala persona. Justo al revés que los Junqueras y los Puigdemont de turno, que insisten que son buenas personas, pero lo único verificable es que tienen pequeñas ideas en este mundo global escasamente importante fuera de Cataluña (desde Etiopía no se vé el Canigó). Las visiones singularmente reducidas (a un solo pueblo o un solo lugar) son peores para las personas que las derivadas de simples malas personas. Pintar un mapa de otro color, inventarse una bandera, adoptar un lema o un himno no tiene nada de grandioso. Lo grandioso es justo lo contrario: ni himnos ni banderas ni eslóganes, sólo la sencillez de un Ulises regresando a su hogar después de haber visto el mundo. Pensemos en los judíos, un pueblo esencialmente errante que formó parte relevante en muchas épocas de la mejor Europa (Spinoza, Mahler, Freud...) y se convirtió en lo peor cuando se asentó en su tierra prometida, pasando de ser un pueblo inquieto que era una comunidad de lectores (del Talmud, la Torá y muchas más cosas) a una inquietante milicia armada que sólo así se relaciona con sus vecinos.
Más preguntas. ¿Qué tal si disolvemos Cataluña en algo más práctico en lugar de añorar un Estado propio? Y ya de paso, España. Prueben el exquisito placer de sentirse extranjero en todas partes y en especial en tu pueblo.
También tienen en común con los extremismos religiosos la invención de pasados míticos, reflejos de las frustraciones de sus creadores.
ResponderEliminarLa función del mito en s.s. incluyendo los de las religiones ha tenido un sentido, pero los falseamientos de la historia, que no mitos salvo en su acepción vulgar, son simples falsedades
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