Para Casti y sus compañeros de Attac
La desaparición del comunismo autoritario y centralizado, el
único que realmente existió, ha tenido un quizás inesperado efecto negativo, el
de hacernos pensar que la única alternativa es el capitalismo actual, ese
neoliberalismo rapaz con el planeta y con la mayoría de los seres humanos. El capitalismo,
al que a veces se le denomina democracia parlamentaria, está destruyendo a la
humanidad, así de claro. Probablemente no destruya al conjunto de la biosfera y
sus esferas asociadas en la metáfora Gaya, la atmosfera, la hidrosfera y la
litosfera, pero si a su capacidad para sustentar en el ya inmediato futuro a
las sociedades humanas. Vamos a morir de éxito. Lo hace por partida doble,
primero, devastando incontables vidas a manos de los codiciosos locos que son
el sacrosanto mercado y el empleo. En segundo lugar, convierte al planeta en un
lugar inhabitable, sobrecalentado, contaminado y sometido a crecientes y
devastadores fenómenos meteorológicos extremos, sequías, inundaciones,
tsunamis, huracanes y pandemias.
Pero no se suelen extraer las consecuencias inapelables de
esta realidad, no asumimos esta. Ese 1% de la población que controla la inmensa
mayoría de la riqueza mundial jamás admitirá su responsabilidad homicida, esa explosiva
mezcla de codicia e ignorancia (o falta de previsión, ignorancia del principio
de cautela), porque eso implicaría renunciar a sus infinitos privilegios. Por
lo demás, tras cuarenta años de neoliberalismo rapaz, el espacio
socialdemócrata se ha ido diluyendo, descafeinando, fragmentándose en múltiples
caminitos y ya no es una contención en su insignificancia.
¿Hay alternativas? Yo sólo veo dos: el agravamiento o el
derrocamiento. Decía nuestro ecólogo más distinguido, Ramón Margalef, que no
veía el fin de nuestro modo de vida como una explosión catastrófica (guerras
nucleares al margen), sino como un desinflarse paulatino. Yo creo lo mismo. Por
tanto, la única transición posible y
capaz de salvar a la humanidad (el planeta se salvara solito, mejor aún si
dejan de existir los humanos), que no somos un parásito del planeta (eso
requiere especializaciones extremas que no poseemos), sino una plaga, como lo
pueden ser los dignos elefantes para la vegetación en un área confinada, la
única, digo, transición es hacia fuera, hacia algo radicalmente distinto del
capitalismo.
¿Es esto una utopía, una más inalcanzable? ¿Una propuesta de
huida de unos pocos iluminados, como esos que quieren escapar en naves
espaciales?, ¿una microsociedad autárquica? ¿Otro falansterio redivivo?
No voy por ahí. Yo veo la salida del capitalismo como una
necesidad tan posible como urgente. Pero hay que organizarla fase por fase,
como hacen algunos grupos estudiosos como Attac, o predecesores como el
invocado y a la vez omitido Club de Roma. Con ideas y propuestas concretas para
organizar una nueva sociedad con una nueva economía a gran escala, nada de
microexperimentos confinados. Que no estén basados en la explotación (ni del
hombre ni de los ecosistemas), ni en el trabajo asalariado (una nueva forma de
esclavitud) ni en la rentabilidad (para unos pocos).
Os dirán que la única alternativa a este infierno realmente
existente del capitalismo es el gulag, la cartilla de racionamiento, el mundo
gris. Nos asustan con eso, como a los niños con el Coco antes de irse a la cama,
les creímos. Yo no creo en el Coco, pero sí en el capitalismo, y sé que nos
está destruyendo. Por tanto, hay que destruirlo a Él.