La vida es así, de cabrona, así de estupenda. En el
mismo paquete. Tras casi toda una vida en la que no había pisado un hospital
salvo para acompañar a otros, dos operaciones recientes separadas por un
posoperatorio maldito (ahora bien, gracias). De modo que aún tengo billete
vigente y ganas de usarlo, pero a veces también me dan ganas de aplicarme la
letra de aquel tango que reclamaba parar el mundo para apearse.
Para mejorar claramente la situación de este pobre
mundo y respetando por supuesto la vida de sus habitantes, si un demiurgo
olímpico me concediera la posibilidad de hacer desaparecer de golpe a uno de
los dos países más nefastos, Israel o Arabia saudí, pero sólo a uno de los dos,
no me sería fácil decidirme. Israel no se comporta como una nación sino como
una milicia armada con todos los países vecinos, con toda su impunidad y
prepotencia, pero Arabia se comporta como un campo de torturas y a veces de
exterminio para sus propios ciudadanos, más bien súbditos y además financia y
exporta terroristas al resto del mundo donde hay más de esas libertades que
tanto alarman y hasta ofenden a esa anacrónica teocracia. Difícil elegir. La
última. Cortan en vivo y en cachitos a un periodista saudí en su propio consulado
en un país, Turquía, que alza la voz para reclamar que eso no quede impune, lo
que sería tan loable como creíble si no fuera porque dicho país, Turquía,
mantiene casi el record de colegas de prensa en prisión.
No creo en la violencia como solución para nada
(por eso siempre he sido más que un revolucionario un rebelde), y soy un firme
defensor de que no sólo ningún fin justifica el uso de algunos medios, sino que
hasta los deslegitiman. No a la violencia, vale, pero sin olvidar ni obviar
aquel dialogo del western Wagon Master de John Ford en el que el cowboy
pacifista interpretado por Ben Johnson termina disparando a un malvado de,
nunca mejor dicho, armas tomar. “creí que nunca disparabas contra un
hombre", le dice el jefe de la caravana de mormones interpretado por Ward
Bond. Y el protagonista le responde “Es verdad, señor, solo contra serpientes”.
Oigo la radio y hasta me informo por la tele, sobre
todo a través de alguno de mis escasos héroes mediáticos (El Gran Wyoming,
Iñaki Gabilondo, El Roto y pocos más). Hace ya tiempo que no compro el
periódico aunque suelo ojear los titulares en el móvil o en mi portátil; y aún
de otra forma más antigua, de paseo por las calles de mi ciudad,
y de paso obtengo una prueba fiable para detectar la intolerancia de algunos
del gremio de los quiosqueros de prensa: los que colocan los diarios del
frontal de su establecimiento al revés, para que los viandantes no podamos leer
fácilmente los titulares. El caso es que no puedo evitarlo, de una forma u otra
termino enterándome de la mezcla de atrocidades, dignas del Medievo más
cruento, y de estupideces y aburridos teatrillos (o teatralizaciones) de los
políticos que son como esos niños pesados y mimados que están siempre
reclamando atención con sus rutinarios dibujos. Los políticos que en vez de buscar los focos, creando problemas para su provecho, se dedican a trabajar en
silencio y a solucionarlos, son poco visibles, no digo que no los haya, pero no son
precisamente visibles por este sistema de la sociedad del espectáculo y, por
tanto, por sus permanentemente halagados acríticos votantes. Tal para cuales.
El resto es publicidad de esa capa superpuesta, que no otra sociedad, la del
consumo.
A lo que más me recuerda este panorama es a un
remedo del Jardín de las delicias del Bosco, con su triple panel, en el de la
izquierda las bestialidades más o menos ocultas, frecuentemente a medias
desveladas; en el del centro las apariencias de esta sociedad en forma de
política voceada, teatral, tan molesta como inútil; en el de la derecha los
falsos premios, placebos y ofertas del híper consumismo.
No sirve de nada no leer la prensa supuestamente
para no amargarse, pero sí tener en cuenta que la mayoría de los momentos de
felicidad mejores son gratis. La vida es bella a ratos para algunos. Pero tal
como están las cosas —probablemente como siempre han estado—, el verdadero
lujo, el único casi, es la posibilidad de aliviarse, manteniéndose a ratos solo
y en silencio, lo que le produce pánico a tantos miembros alelados y alienados
del rebaño, pero es muy grato si te entrenas a ello.
El paraíso no está en la Tierra. Pero hay
fragmentos. En la Tierra hay un paraíso roto. Y para muchos, demasiados, un
infierno completo.
El Nuevo Testamento no me parece tan estimulante
como el Antiguo, tan belicista y truculento, pero tiene un mensaje con el que
podría estar de acuerdo y que parece haber dado Jesucristo a sus seguidores
entre los que no me cuento: “no hagáis nada hasta que Yo vuelva”. Eso os digo
mientras me apeo. Sin embargo, contra todo pronóstico, la vida es bella (a
ratos y para algunos).
Espero que todo te vaya bien.
ResponderEliminarRespecto al tema de post, bastante de acuerdo en todo excepto en lo de estar solo. En mi caso particular, he abusado demasiado de la soledad y está afectándome, me temo.
He escrito "a ratos". La soledad y el silencio es un lujo si se escoge, no si es impuesta por las circunstancias
EliminarHas visto lo de Bolsonaro? Un problemático personaje, si me perdonan lo circunspecto. Parece que el fin de la historia hegeliano no ocurrirá mañana por la mañana.
ResponderEliminarHe vivido en Río, adoro esa ciudad. Bolsonaro representa la peor de la fauna política latinoamericana como Trump lo hace de la anglosajona
EliminarComo buen laico temporalizas magníficamente el cielo. Muchos fragmentos de tu blog son un claro ejemplo.
ResponderEliminarNo sólo laico, sino agnóstico e incluso ateo convencido aunque no proselitista
EliminarAhora bien, dices, así que me alegro, aunque tu larga ausencia me hace suponer que lo has tenido que pasar mal. Ánimo y no dejes de escribir (sobre todo, si no hemos de hacer nada hasta que vuelvas)
ResponderEliminarNo te tomes al pie de la letra los títulos de mis post, que además no vas a obedecer, pero la verdad es que no se os puede dejar solos
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