Imagen de un microbio fosilizado con un microstromatolito "coliflor" asociado, formado por bacterias que oxidan el hierro. Fue tomada en el Océano Pacífico. (Gentileza Magnus Ivarsson)
Las grandes preguntas humanas siempre han estado mal formuladas. Me parece. Así, no se trata de si hay vida después de la muerte, sino si la hay antes. O si hay vida inteligente ahí fuera, sino si la hay aquí y ahora. Quizás habréis leído la novela distópica El señor de las moscas de Willian Golding. Pues eso, los nuevos Lord of the Fly son Donald Trump, Bolsonaro, Salvini, Orban, los promotores del Brexit y multitud de agentes menores. Los han elegido millones de moscas (o boludos, como se verá) y desde mayo del 68 sabemos que millones de moscas no pueden equivocarse y por tanto hay que comer mierda. Como en la inmunoterapia y tantas otras cosas a veces es peor el remedio que la enfermedad. El principal defecto indeseado, e imprevisible en parte, de la democracia es que frecuentemente nos hace comer mierda.
Es más que probable que en Marte haya vida, pero no hay
linces, pinos y lentiscos o bambú y osos panda, sino arqueas, bacterias muy elementales
y otros microorganismos. Y se encontrarán en ambientes del subsuelo y entornos
excéntricos muy particulares. La coherencia que tiene la ciencia no se da en cambio en la
vida de los humanos y en concreto en la política. Se conocen, a menudo con gran
detalle, las causas de nuestros males sociales, de la desigualdad y la pobreza,
de la mala alimentación y la falta de oportunidades en excesivamente grandes
sectores geopolíticos, pero la economía, una ciencia siempre lastrada por las
ideologías, y la política, una actividad herida por los intereses de sus
practicantes profesionales, hace que no se implanten las soluciones eficaces. De
manera que en lugar de con causas se trabaja con pretextos o se intenta, ahora
menos, aplicar utopías de efectos tan indeseados como imprevisibles. No hay bambú en Marte y sabemos por qué;
hay graves problemas en la Tierra, pero no actuamos en consecuencia. Esos desafueros, inconsecuencias, arbitrariedades, desmanes e injusticias no sólo se explican por la ineficacia comparativa de nuestras autoridades y gestores políticos frente al rigor de los astrobiólogos, sino por la ignorancia masiva de los ciudadanos que los sostienen.
Eran en realidad más irrespetuosamente distintos de los más respetables trovadores. Los juglares, artistas ambulantes de la Edad Media, se ganaban la vida con un espectáculo que mezclaba música, canciones, teatro, sátiras, literatura (poesía) y mera charlatanería. Yo no sé si conocéis al artista argentino, un auténtico juglar sin anacronismos que valgan, el Indio Gasparino, pero será más probable que os suene, si tenéis unos años, cuando cambió su nombre artístico por el más conocido de Facundo Cabral. El juglar fue asesinado por sicarios en 2011 en Guatemala no por sus opiniones, sino por error al ser confundido con un narcotraficante. Y eso no es una ironía, sino una gran putada. No soy de aquí ni soy de allá fue su canción más conocida; igual os suena, nunca mejor dicho. No estoy seguro de si es el autor de una de mis máximas favoritas que ya he citado en otras ocasiones: “los boludos son jodidos porque son muchos mas que por ser boludos”, pero en cualquier caso he localizado una referencia en la que cita a un ancestro como su autor intelectual: “mi abuelo era un hombre muy valiente, sólo le tenía miedo a los boludos. Un día le pregunté por qué y me dijo: porque son muchos, ¡no hay forma de cubrir semejante frente!; por temprano que te levantes, adonde vayas, ¡ya está lleno de boludos! Y son peligrosos, porque al ser mayoría eligen hasta presidente”.
Más que misántropo soy
huraño y agorafóbico. Es decir no odio al ser humano, yo soy uno y canto a mí
mismo, como decía Walt Whitman, nada humano me es ajeno (más me vale). Me gustan
algunas gentes, pero de pocos en pocos, mejor de uno en uno, y tengo un gran
recelo a las masas, que son todo menos humanas en sus comportamientos, desde
los linchamientos a las reuniones de gentes vengativas ante cualquier juzgado o
los hooligans futboleros. Pero suscribo lo que decía Montaigne citando a un
padre de la Iglesia, probablemente Agustín, es decir, estoy mejor en compañía de
un perro conocido que de un hombre cuya lengua ignoro (y sus aspiraciones, su forma
de sentir, sus obsesiones, sus deseos). Eso no significa para mí, añadía Plinio,
que un extranjero no cuenta como un hombre para quien no le conoce. De hecho,
siento más próximos a la mayoría de los inmigrantes que he podido conocer que a
las autoridades electas que me conciernen que no conozco. No sé quiénes son
esos cargos electos por las masas, ignoro sus anhelos, no los siento, aunque
los presiento y los temo, recelo. Comparto poco con ellos. Es mi forma
irrenunciable de elitismo.
Una reflexión final. Puede que la democracia sea el abuso de las mayorías que decía Borges, pero la calidad de una democracia se define mejor por el respeto a las minorías y también por el respeto no sólo a sus ciudadanos, los que están dentro, sino por el respeto a los que están fuera, aguardando en sus fronteras.
Al menos las moscas, comiendo mierda, la devuelven al ciclo biológico. Los boludos dejan mierda que ni un ejército de moscas podría recuperar.
ResponderEliminarSí, ni siquiera reciclan
EliminarGrande.
ResponderEliminarGracias, más bien mediano
EliminarTodos y cada uno de los párrafos suscitan una reflexión. Se llama wisdom.
ResponderEliminarNada menos...eres muy amable
EliminarEste post huele a mierda.
ResponderEliminar"El que primero la huele debajo la tiene" decíamos de niños
EliminarVale...
EliminarVale... Bravo, la palabra final del Quijote (todos sólo recuerdan el principio).
EliminarProgresas adecuadamente
Ahí, ahí.
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