martes, 26 de enero de 2021

El espejo y la luz

 


No todo es negativo. En estos días de pandemia para visitar El Prado hay que solicitar día y hora. Eso implica menos gente y la posibilidad de estar ante Las Meninas solo. Así me he dado cuenta—y cuántos antes que yo— que también aquí los árboles no dejan ver el bosque; o sea, que las figuras de los reyes, de la Infanta y su pequeña corte y el propio pintor y hasta el bufón y el mastín, todos prodigiosos, ocultan los milagros del cuadro: la luz y el espejo. El espejo no es el pretexto para que Velázquez se representara noblemente; el espejo es el verdadero tema. Y la luz. La luz es solar, nada de anacrónica electricidad, luz sabiamente dispuesta por el pintor. Y el espejo es resultado de la obsesión de artista por la Catóptrica, durante años atribuida incorrectamente a Euclides, la ciencia de los espejos. El espejo se había ya descubierto en Anatolia, de piedra pulida, hace 6.000 años. Y antes estaban las aguas limpias y claras, tranquilas de Narciso y sus émulos. Los antiguos griegos los fabricaban de bronce pulido y otros metales.

La luz solar de Las meninas resalta un cuadro sobre un espejo; en cierto sentido, ‘es’ un espejo. Es un cuadro sobre una imagen reflejada, una reflexión sobre la realidad. Velázquez está en el cuadro pintando un cuadro, el cuadro reflejo de un cuadro. Y en sus aposentos privados, donde fue originalmente la pintura, Felipe IV vería al pintor, paleta y pincel en mano, y su propio retrato reflejado en el espejo.

Por un inventario tras su muerte sabemos que Velázquez poseía diez espejos grandes, algo raro para su época y hasta para la nuestra. Los utilizaba, seguro, para dirigir la luz. Caravaggio también tenía uno, y Lorenzo Lotto se gastó una fortuna en transportar uno grande de cristal desde Venecia a Ancona.

Una habitación amplia, de techos altos, seguramente fría y en penumbra a menudo.  Es el cuarto del príncipe  en el Real Alcázar de Madrid.  Cerca de las habitaciones del propio Velázquez donde se guardaba su impresionante colección de grandes espejos. Los cuadros de las paredes son de Rubens. Los personajes son aparte del propio pintor, la pareja real, de visita sorpresa, la infanta Margarita de María, de cinco años, y su sequito humano y canino. La princesa recibe la luz principal, pero el propio Velázquez surge de las sombras. Y en espejo resplandece en el fondo, junto al hombre de la puerta, el cortesano José Nieto, en contraluz.

La luz pinta, con la luz se pinta. El pelo brillante de la infanta, los bordados de las capas cortesanas.

Es tan moderno, porque no es un cuadro sobre la infanta, ni los reyes, incluso ni el propio pintor ni su actividad. Es un cuadro sobre un cuadro, sobre un espejo (y otros ocultos), sobre la realidad, siempre engañosa. Es un cuadro para mirarlo como se lee un libro, para meditarlo. Sin hordas de japoneses alrededor. Un lujo, como los espejos.

5 comentarios:

  1. Un buen comentario sobre ese cuatro. Se sabe poco sobre Velázquez, sobre sus intereses. Más allá de deducir sus intereses del carácter de su escueta biblioteca.

    El espejo también aparece en su famosa venus, cuadro que es una versión "desde detrás" de las anteriores venus del barroco, de Tiziano a Rubens. Las propias Meninas también es un cuadro obsesionado con la trastienda, con lo que sucede detrás del cuadro, con la parte trasera de lo que muestran otros cuadros. Y sí, como dices, esta es una cuestión muy moderna.

    En el Salón de los Espejos, del real Alcázar, Velázquez dispuso una serie de cuadros importantes para que se viesen a través los espejos que allí había. Y para él se reservó los huecos que había entre las ventanas, de donde venía la luz. Se sabe que allí al menos había tres cuadros de Velázquez, pintados para verse a contraluz y quizá por eso con esa técnica abocetada que podemos ver en el único que se conserva (Mercurio y Argos). No se sabe la disposición exacta de cuadros y espejos, pero es posible que Velázquez lo dispusiera todo para que, a través de los espejos, sus imágenes aparecieran entremezcladas con las de los pintores que admiraba, principalmente los venecianos, Tiziano y Tintoretto.

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    1. Su biblioteca no era exigua, para la época, tenía títulos sobre perspectiva, geometría, arquitectura, teoría del arte u óptica; entre ellos Della pittura de Alberti y obras de Durero y Leonardo, ejemplares de Euclides, los aludidos de catóptrica, etc. Más bien era por el contrario extensa, para la época, insisto.

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    2. Mucho libro técnico; lo que para la época serían manuales de óptica y geometría. Y poca literatura.

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    3. Vale, quiza no leía a Petrarca,pero no era escueta

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  2. Disculpa, antes he escrito de memoria. En el Salón de los Espejos, además de Mercurio y Argos, había al menos cuatro imágenes de Velázquez más, de formato alargado y pintadas para, como he dicho, verse a contraluz, colocadas en la parte superior de las ventanas. Es decir, pintadas para casi no verse.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía