Para mi amigo Antonio Pérez
Cuando el pájaro canta, seca la tierra y hace que las raíces sean buenas para comer. Pero una mujer le replica que no, que está equivocado: no es el pájaro, sino el sol el que seca la tierra; el pájaro sólo les está diciendo que la tierra se va a secar en los meses siguientes y entonces será la época del año en la que las raíces serán buenas para comer.
Los indígenas. Una vez les desenraizaron sus creencias —absurdas a ojos de sus nuevos amos— y las sustituyeron por las no menos ilusas del cristianismo, forjaron un encantador sincretismo en el que la Virgen María era también la Pachamama o bien la señora del mar o la Orizia y concibieron cruces adornadas con flores y pájaros de la selva. Quedaron no obstante al margen grupos humanos tan apartados de los recursos extractivos y habitantes de zonas tan duras y hostiles.
Por ejemplo los san. Y aún así, no se les permitió de puertas afuera conservar su nombre y se les bautizó bosquimanos. En el desierto del Kalahari los sans son verdaderos sapiens sin luz eléctrica ni automóviles, sin verdaderas casas y en movimiento perpetuo. Porque los recursos cognitivos para entender el mundo y someterlo a nuestras necesidades y deseos, a nuestra voluntad no son un logro exclusivo de esa civilización occidental que ha potenciado nuestro florecimiento hasta el punto de estar en límite de morir de éxito. Los sans del Kalahari uno de los pueblos más antiguos del mundo, con un estilo de vida basado en la caza y la recolección, estrictamente paleolítico y milagrosamente mantenido hasta fechas recientes, en realidad nos muestran como ha sido la vida de nuestra especie la mayoría del tiempo en que esta ha existido; cientos de miles de años frente a solo unos pocos miles.
Los cazadores recolectores no se limitan a lanzar sus lanzas a todo lo que se mueva y a recoger los frutos de alrededor. Tienen una mentalidad que podría calificarse perfectamente de científica; razonan a partir de indicios fragmentarios para llegar a conclusiones remotas, manejan intuitivamente la lógica, el pensamiento crítico, como se señala en el primer párrafo de un diálogo real recogido por un antropólogo; el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la teoría de juegos. Incluso realizan una distinción entre correlación y causalidad —nuevamente se muestra en el primer párrafo— que suele estar ausente en muchos humanos del mundo desarrollado.
Como somos bípedos sin apenas pelo -monos desnudos en la acertada definición de Desmond Morris- podemos practicar la caza
por persistencia o agotamiento de las presas. Como los lobos, también sociales
y astutos. Como bípedos no somos grandes velocistas, pero si corredores de larga distancia, que se multiplica por un sistema de relevos. Por otra parte, al poder sudar sin una capa espesa de pelo, no nos recalentamos, al contrario que las presas perseguidas. Se crea o no, pues es una maravilla, así cazan los sans velocísimos antílopes que terminan cayendo agotados tras una larga, persistente persecución. Vale, eso sólo demuestra que somos tan listos como los lobos y que sabemos sacar partido a nuestras condiciones físicas. Pero durante la persecución se suele perder de vista a la presa y entonces la siguen a distancia a partir de rastrear las indicaciones y señales que va dejando.
Sin estar pendientes de sus inexistentes smartphones; de hecho, sin estar limitadamente atontados por esas pantallas, los sans funcionan de maravilla, aunque los más tontos, que de todo hay, crean que el pájaro es el que seca el suelo. Si en su caza de relevos de fondo pierden el rastro, trazan a partir de ese punto círculos concéntricos hasta volver a encontrarlo. También distinguen cientos de especies por sus huellas, y cuando dos se parecen no sacan conslusiones precipitadas. Son capaces de determinar el sexo de la presa y su condición física. Usan categorías para establecer distinciones silogísticas. Y no solo clasifican los animales: hacen distinciones más sutiles, características de cada individuo, el tiempo transcurrido y la edad del animal.
También practican el pensamiento crítico tan ausente en nuestras redes sociales. Saben no fiarse de las primeras impresiones que les haga ver solo lo que desean ver. Y no aceptan la autoridad sin más, y ese argumento de autoridad, tan invocado entre los ‘civilizados’ es sustituido por la discusión en grupo y el consenso. Las hipótesis son confirmadas o rechazadas por la probabilidad estadística o condicional. Y no sólo son milagrosos ecólogos que conocen su entorno, sino cómo podría ser en futuros establecidos, pensando varios pasos por delante de sus presas, tendiendo trampas en sus pasos probables, etcétera. Han sobrevivido en un desierto implacable sin GPS ni kit de supervivencia (bueno, tienen los suyos). Son conservacionistas en la medida que no cazan las presas más raras cuando perciben que están disminuyendo. Y altruistas cuando comparten la carne con otros grupos vecinos que han sufrido cambios y hambrunas (¿Y nosotros con los migrantes huidos y llegados a nuestras costas?)
La obvia racionalidad de los sans contrasta con este mundo nuestro lleno de falacias y fake news. Merece la pena meditar sobre ello. En recientes encuestas el 55% de los estadounidenses creen en la sanación psíquica, el 45% en la percepción extrasensorial, el 37% en las casas encantadas y el 32% en los fantasmas, lo cual significa además que algunas personas creen en las casas encantadas por fantasmas... sin creer en fantasmas, no siendo coherentes ni consigo mismos.
Algunos concluirán que prefieren ser un san que un
estadounidense. Yo personalmente pienso que fracasaría en ambas opciones, pero
por diferentes motivos. Por cierto, una vez me encontré un joven san -son inconfundibles por la forma de su cabeza y las gráciles extremidades- en una tienda de discos de segunda mano en el centro de Madrid donde yo estaba cazando Coltranes. Se le veía espabilado y sabía bastante de jazz clásico.