De los expertos asumo que saben de lo suyo, y eso es muy útil; también que suelen traer sus conclusiones pensadas de antemano y eso no es muy enriquecedor, incluso puede ser desesperante. Sin alabar la ignorancia profana, a mí me gusta meterme en jardines ajenos y como no soy arquitecto hablaré de arquitectura, siquiera sea como pretexto, al fin y al cabo tengo amigos arquitectos y hasta una ex cuñada, y a todos se lo tengo perdonado. Porque a estas alturas del planeta enladrillado, yo quiero ser un buen desenladrillador, y para mí, a estas alturas, insisto, la arquitectura más sostenible, y por tanto indudablemente mejor, es la que no se construye. No quiero cargar a este gremio con toda la responsabilidad de acrecentar la fealdad del mundo, pero algo, bastante, ha contribuido. También a su belleza, pero no sé si compensa una cosa y la otra. La idiotez de moda que más me subleva es obviamente la de salvar el planeta, cuando lo que está en precario es la habitabilidad del mismo para nuestras sociedades y de paso la de multitud de especies que nos acompañan. Se nos da fatal compartir. Una forma de salvarnos nosotros y disminuir o no acrecentar el problema de nuestra actitud de plaga planetaria es dejar de cementar, enladrillar, asfaltar, construir, impermeabilizar, alterando con prisas y sin pausas el ciclo del agua, de la atmósfera (calentamiento global, mal llamado cambio climático) y el de materiales.
Como disciplina artística, la arquitectura, quizás a la
inversa de otras, no sólo tiene que ser bella, sino útil. Vitrubio, una
autoridad del tema, señalaba cuales eran las características de la buena
arquitectura (aparte, insisto, de la que no se edifica). Eran tres condiciones:
firmeza, comodidad y encanto. La primera vez que leí esto, recuerdo que pensé,
hombre, también son las cualidades que yo buscaría en mi pareja y hasta si me
apuran en los amigos. La arquitectura firme y cómoda, como un buen amigo, o
sea, útil, y además bella sin necesidad de que sea convencional, incluso mejor
que no. En esto último entramos en el espinoso campo de la percepción (prefiero
llamarla así, y no ‘gusto’). La percepción es asunto resbaladizo porque es
subjetiva. Un barrio puede ser percibido como peligroso y no serlo más que otro
que no lo está. Los políticos detectan instintivamente eso y lo aprovechan. Hay
reglas, claro, como la famosa proporción aurea; criterios si se quiere, pero al
final prima el contexto, que tal barrio parezca más peligroso que otro igual,
porque lo que importa es que sea percibido como peligroso, lo sea más o menos. Yo,
como habitante de Madrid, considero mucho más bonita la Puerta de Alcalá que el
Arco del Triunfo, pero independientemente de que la primera está junto al
parque de El Retiro y la segunda al comienzo de una atronadora autopista, e
incluso independientemente de que una se deba al arquitecto Sabatini (y otros
dos, casi uno por arco) del alcalde-rey Carlos III y el otro al muy mussoliniano
contratista del Franco victorioso y vengativo, a pesar de todo eso, incluso del
hecho de que un año venturoso en la clave del arco haya nidificado una osada pareja de
cernícalos, a pesar de todo, es que el arco es feo, incluso cuando el Che se
hizo una foto delante. Pero hablando de contextos (o entornos), la muy neoclásica e ilustrada Puerta no se debe
contemplar en ningún caso desde el oeste, porque entonces se atisbará la alta
torre de Valencia que rompe la perspectiva a través de sus tres arcos y dos
puertas. Es esta costumbre muy arraigada de los arquitectos, digamos de
algunos, dadles una plaza con cierta discreta armonía y en seguida buscan un solar anejo
para apropiársela con su bodrio. No digamos si hablamos de un hermoso paisaje rural y de una
urbanización al completo. Eso sin mencionar, que ya es callarse mucho, la enorme huella ecológica, in situ y diferida, que tiene cualquier nueva edificación.
Tengo un amigo que no es arquitecto, pero se ha construido un chozo de pastor en un campo aledaño a su casa del pueblo. Es bello y útil. el chozo y el amigo.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía