“Del poder del undécimo
cuerno de la cuarta Bestia de Daniel para cambiar los tiempos y las leyes”. ¿Quién pudo escribir eso a finales
del siglo XVII o quizás a comienzos del XVIII? ¿Un científico tal vez? No,
claro. Pues sí, el científico más influyente de todos los tiempos, Isaac
Newton. Newton escribió numerosas obras de interpretación de profecías y de la
Biblia, con capítulos con títulos como el mencionado antes. No era un creyente
ortodoxo de la fe de su infancia anglicana, no creía en la Trinidad y era un
genio matemático, pero escribía y se preocupaba por cosas como la citada.
Newton señala en el Escolio general —un ensayo añadido a las ediciones tardías de su gran obra maestra, Principia Mathematica— el bien planeado sistema del sol, los planetas y los cometas y deduce que eso solo puede proceder “del sabio designio y dominio de un ser inteligente y poderoso”. En su obra concibe un universo que parece moverse aparentemente bien por sus propios medios, superando el argumento del ‘motor inmóvil’ aristotélico, pero más adelante añade que las perturbaciones mutuas de los planetas causarían paulatinamente el desajuste del sistema, de forma que eso obligará a la intervención de Dios para poner las cosas de nuevo en su sitio. Y de paso el undécimo cuerno de la cuarta Bestia necesitaría un limado.
En su época no era un anacronismo esas creencias religiosas y la ciencia, aunque ahora nos choquen, pero un siglo después, Pierre-Simon Laplace, el físico y matemático francés que respondió a Napoleón cuando este le pregunto por qué no aparecía Dios en su mecánica celeste que “no tuve necesidad de esa hipótesis”. Vamos, que Laplace era firmemente contrario a la idea de un creador que interfiriera directamente en los movimientos del mundo. Y ahora llego a lo que me interesa: Laplace fue uno de los primeros pensadores que de verdad comprendieron a fondo, cien años después, la mecánica clásica newtoniana, sintiéndola en lo más hondo de su ser, es decir, mejor que el propio Newton.
La visión heroica de la ciencia, plagada de gigantes como Galileo o Laplace nos hace olvidar que la ciencia progresa aprendiendo más y más sobre nuestras mejores teorías. Hoy en día hay muchos físicos que comprenden la relatividad mejor que Einstein, o la mecánica cuántica mejor que Schrödinger o Heisenberg. Yo, siendo un piojo al lado de Darwin, comprendo la teoría evolutiva mejor que él. Eso significa, entre otras cosas, ser un hombre cabalmente de mi tiempo, aunque no tenga el último modelo de teléfono móvil.
Newton señala en el Escolio general —un ensayo añadido a las ediciones tardías de su gran obra maestra, Principia Mathematica— el bien planeado sistema del sol, los planetas y los cometas y deduce que eso solo puede proceder “del sabio designio y dominio de un ser inteligente y poderoso”. En su obra concibe un universo que parece moverse aparentemente bien por sus propios medios, superando el argumento del ‘motor inmóvil’ aristotélico, pero más adelante añade que las perturbaciones mutuas de los planetas causarían paulatinamente el desajuste del sistema, de forma que eso obligará a la intervención de Dios para poner las cosas de nuevo en su sitio. Y de paso el undécimo cuerno de la cuarta Bestia necesitaría un limado.
En su época no era un anacronismo esas creencias religiosas y la ciencia, aunque ahora nos choquen, pero un siglo después, Pierre-Simon Laplace, el físico y matemático francés que respondió a Napoleón cuando este le pregunto por qué no aparecía Dios en su mecánica celeste que “no tuve necesidad de esa hipótesis”. Vamos, que Laplace era firmemente contrario a la idea de un creador que interfiriera directamente en los movimientos del mundo. Y ahora llego a lo que me interesa: Laplace fue uno de los primeros pensadores que de verdad comprendieron a fondo, cien años después, la mecánica clásica newtoniana, sintiéndola en lo más hondo de su ser, es decir, mejor que el propio Newton.
La visión heroica de la ciencia, plagada de gigantes como Galileo o Laplace nos hace olvidar que la ciencia progresa aprendiendo más y más sobre nuestras mejores teorías. Hoy en día hay muchos físicos que comprenden la relatividad mejor que Einstein, o la mecánica cuántica mejor que Schrödinger o Heisenberg. Yo, siendo un piojo al lado de Darwin, comprendo la teoría evolutiva mejor que él. Eso significa, entre otras cosas, ser un hombre cabalmente de mi tiempo, aunque no tenga el último modelo de teléfono móvil.
De hecho, la mayoría de la producción intelectual de Newton era sobre teología. Me cuidaría mucho de estos que piensan que las creencias de Newton son incompatibles con su genio científico, pero ellos mismos rechazan el efecto de la biología sobre el comportamiento humano porque creen que eso justifica el racismo o el sexismo y optan por "teorías" acordes con las ideas de izquierdas (pondría ejemplos, pero no quiero aburrir).
ResponderEliminarAparte, conozco bien la historia de Laplace y Newton respecto a las explicaciones a las perturbaciones de las órbitas, aunque hay quien opina que jamás dijo ante Napoleón aquello de Dios como hipótesis. En cualquier caso, coincido en que la idea de los gigantes de la ciencia es bastante desafortunada, sí.
Yo sí creo en los llamados 'gigantes de la ciencia', pero la ciencia es bastante más que esos gigantes.
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