Hay una escena encantadora en esa sobrevalorada película de Memorias de
África, en la que Robert Redford, oculto tras un matorral coloca en un gramófono
un disco ante la expectación de una banda de babuinos. Entonces el personaje de
Redford le dice al de Meryl Street, “No es maravilloso, nunca han oído música y
les gusta Mozart”. Mientras los humanos no descubrimos el placer de la lectura
somos como esos babuinos.
Contemplo a los jóvenes de esa edad y todos me parecen
perfectamente asimilables con los delincuentes de La Manada. Ya sé que ser
grosero no es lo mismo que ser un violador, pero se visten igual, se peinan
igual, se divierten casi igual y hacen los mismos gestos y dan los mismos
alaridos. Cómo explicarles que leer es el pasatiempo más bello de la
humanidad, o sea, los analfabetos, especialmente los funcionales como ellos, están condenados a la extrema fealdad masificada de lo zafio,
ruidoso, tosco, la vida como un idiota pase permanente en un parque de atracciones. Probablemente
contemplar un Tintoretto, una puesta de sol o el rostro de una hermosa son
igual o más bellos, pero no son sostenibles en el tiempo; leer sí. Yo lo llevo
atestiguando toda mi vida y miles de páginas devoradas en una larga
convalecencia con pocas compensaciones, leer una de las pocas.
Así pues, mi relación con los libros, especialmente con los míos,
no es de fetichismo coleccionista, de bibliófilo absorto, aunque adoro el libro
como objeto. Lo que más me gusta de ellos es poder leerlos, pero los libros son
algo tan bueno que muchas veces no hace falta ni leerlos; basta con contemplar
una pared cubierta de ellos. Son los verdaderos lares, dioses domésticos
protectores del hogar. Una casa sin libros es inhabitable por cualquier ser
humano cabal. Y como dice el librero Abelardo Linares, los libros son un veneno
maravilloso que actúa a la inversa que los otros venenos, cuanto mayor es la
dosis más benéfico resulta; en cambio, en pequeñas dosis, un solo libro, la
Biblia, el Corán, Paolo Coelho, más tóxicos resultan. La Biblia, como
improbable reunión de mitos y relatos es fascinante, pero como proveedora de
consejos para vivir es un tremendo peligro. El Corán es aun peor, porque solo
son consejos, desde como sonarse los mocos a como tapar a tu mujer y tus hijas; como los panfletos de Coelho.
No colecciono primeras ediciones, en cambio, subrayo los
libros y los presto, luego no soy bibliófilo, pero rebusco en las librerías de
viejo y ese es un placer imposible de explicar a quien no lo comparta. Los
libros siempre han devorado mis hogares sucesivos y han convertido mis mudanzas
en operaciones logísticas dignas de una retirada napoleónica; soy, por tanto un
bibliómano. En mi cuarto de baño las cremas de afeitar han tenido que hacer
sitio a Virgilio, Cicerón, Jenofonte, Tucídides porque se adaptan bien al rato
y al fragmento.
De vez en cuando, en una esquina cualquiera, en los escalones
de una iglesia me he tropezado con cajas de libros abandonadas. Normalmente con
libros de bolsillo de títulos muy habituales, los que se recomiendan a los estudiantes, pero a veces me he tropezado con
verdaderos descubrimientos.
Tengo pensado un cuento en el que toda una familia se convierte en ávida lectora porque le han expropiado el televisor por deudas y se han tropezado con una de esas cajas. Han empezado a hablar en tono más bajo y a pedir la sal por favor. Una familia de babuinos descubriendo a Mozart.
Tengo pensado un cuento en el que toda una familia se convierte en ávida lectora porque le han expropiado el televisor por deudas y se han tropezado con una de esas cajas. Han empezado a hablar en tono más bajo y a pedir la sal por favor. Una familia de babuinos descubriendo a Mozart.
Yo también me he tropezado a veces con verdaderos descubrimientos. Uno de ellos fue una edición muy antigua de La conciencia de Zeno, de Italo Svevo. Rebuscando al tuntún lo encontré en una librería de lance no hace mucho tiempo. Me volví loca de alegría al verlo. Y después al leerlo.
ResponderEliminarQuedo a la espera de tu cuento.
Gracias
EliminarHay otra escena de la misma película. Redford reniega de un viejo amigo al que le prestó un libro y no de lo ha devuelto. Alguien le echa en cara que pierda un amigo por un simple libro. A lo que él contesta que es su viejo amigo quien está dispuesto a perder la amistad, sólo por no devolvérselo.
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