A veces me siento póstumo y me digo “¿te acuerdas
cuando eras tan joven y tan gilipollas y tan vital y alegre y trabajabas en el
séptimo piso, que no era el séptimo cielo —en mitad de aquel país gris, infierno de mediocridad, cada cual se
fabricaba su propio paraíso— de aquel edificio al que para entrar tenías que
sortear la estatua ecuestre del dictador, un burro sobre un caballo, rodeada de
un foso y una verja de lanzas? Allí había ingenieros y arquitectos sobre todo y
un único biólogo, tú, o sea yo, pero también algún geógrafo y sociólogo. A
veces, en víspera de puente festivo, en aquella remota época, cuando los días
laborables no llevaban razón, saltabas de mesa en mesa, sin tocar el suelo,
cuando iba a sonar la señal de irse libres y felices, y los alarmados o
divertidos compañeros según talantes, retiraban apresuradamente los objetos
escasamente valiosos de sus escritorios al verme avanzar como gatazo con botas
de siete leguas ¿Recuerdas? Ahora no se me ocurriría, no ya no lo haría, desde
luego, sino que ni se me ocurre. Primero por el riesgo de romperme algo, y
luego por el temor a molestar. Pero si se diera la circunstancia de que viera a
un joven alegre y guapo hacer tal cosa, no le diría que creciera, “madura,
chaval”, sino que le daría un abrazo y le diría “no sabes la que te espera,
menos mal, mejor para ti, porque eso sería casi peor que conocer el día de tu
muerte; pero no madures nunca del todo y sigue saltando, metafóricamente, de
mesa en mesa mientras tu agilidad y tu alegría te lo permitan”. A eso se llama
que no te quiten lo bailao (y menos mal que has bailao, a veces con las más
guapas, otras sacando a la pista a las más feas, y que me perdonen la expresión
las escasas pero altoparlantes feminazis).
Un hijo que nace después de que el padre muera (hay nueve meses de intervalo posible y plausible). O un libro, una obra que se publica o se estrena después de la muerte de su autor, todo eso es póstumo, se dice póstumo. También los homenajes. Y también yo a veces me siento póstumo, como cuando encuentro un libro mío en una librería de viejo y recuerdo la vanidad, el orgullo y sobre todo la disculpable alegría que sentí cuando se publicó mientras que ahora, casi póstumamente, me daría igual. Sentirse póstumo, nueva acepción que no reconoce transitivamente la RAE, es enternecerse de aquel que fue uno mismo y ya no es. La vida.
Un hijo que nace después de que el padre muera (hay nueve meses de intervalo posible y plausible). O un libro, una obra que se publica o se estrena después de la muerte de su autor, todo eso es póstumo, se dice póstumo. También los homenajes. Y también yo a veces me siento póstumo, como cuando encuentro un libro mío en una librería de viejo y recuerdo la vanidad, el orgullo y sobre todo la disculpable alegría que sentí cuando se publicó mientras que ahora, casi póstumamente, me daría igual. Sentirse póstumo, nueva acepción que no reconoce transitivamente la RAE, es enternecerse de aquel que fue uno mismo y ya no es. La vida.
¿lo han sacado al generalísimo? Suena al árabe sentado en la puerta viendo pasar al cadáver del enemigo. Habrá que sacar la peana también, quizas para poner un retoño del roble de Guernica, o la virgen de Monserrat, que es negra, catalana y anarquista
ResponderEliminarCon cinchas y una grúa, con nocturnidad y desde luego con alevosía (eso no tiene por qué ser siempre malo ni un agravante) la retiraron el 18 de marzo de 2005, hace ya casi tres lustros, mientras un grupo de trasnochadores, nostálgitontos y fachorros, no más de cien, entonaban el Cara al Sol y gritaban Franco, Franco con el brazo en alto.
EliminarNi El Bosco, como tú dices, ni nadie, lo explicaría mejor.
ResponderEliminarBueno, gracias, pero El Bosco es mucho decir
Eliminar¿Reflexión "neutra"? Creo que rezuma nostalgia, pero está bien. Hay cosas que hicimos en su momento y que ahora no haríamos porque, entre otras cosas, ya están hechas. Además, tenemos una edad...
ResponderEliminarValeriano
Neutra no, nostálgica, claro
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