viernes, 14 de diciembre de 2018

Elegid un número del uno al nueve


  
1. La otra noche soñé, quiero decir que recordé el sueño al despertar, no se desvaneció inmediatamente antes de estar completamente despierto, en la duermevela. Porque soñar sueño siempre, como todos, pero no suelo recordar los sueños, ni mucho menos los atesoro, al igual que no guardo restos de las uñas que me corto ni otras excreciones de mi cuerpo. Siempre me han incordiado las personas que cuentan sus sueños, que pretenden desentrañarlos. Desde los chamanes celtas o los augures romanos hasta Sigmund Freud, gran e imaginativo escritor y terapeuta falso. Creo (estoy seguro) que buscar su sentido fuera de su función fisiológica probablemente ‘reiniciar’ el enorme tinglado de la mente es una pretensión errada, vana, que ha hecho correr demasiada tinta y en ese sentido el psicoanálisis ya la subsiguiente interpretación de los sueños bajo sus premisas, como la predicción del futuro por el examen de las vísceras de animales sacrificados o por el vuelo de las aves, es tan fascinante como  falsario. El caso es que soñé con un recorrido por pasadizos de madera, estibados, y al final, en una habitación alta y precaria, una especie de torreón, me encontré con un majestuoso halcón peregrino, una hembra porque era de mayor tamaño que el habitual y menor de los machos. El otro personaje principal, por llamarlo algo, era un coche rojo con el que me metía por donde no se debía ni se puede. Y no recuerdo muchos más detalles, porque no apunté nada al despertarme. Olvidar justo al ingresar en la vigilia y recordar en cambio que hay que hacerse un café. Me despierto y hala —como dice  Helen Garne, australiana de mi quinta absolutamente recomendable— todo lo que necesitaba consuelo deja de dolerme, y más con un café. No encontré el coche rojo donde lo dejé.


2.   Correr es fácil. Correr muy rápido o durante mucho tiempo ya es otro asunto, sólo al alcance de jóvenes atletas, pero correr como se pueda está al alcance de cualquier idiota que se lo proponga. Lo hacen parecer difícil, agónico tanto deportista urbano sobrevenido, esteatopígico (el burro de mi corrector de Word no reconoce la palabreja, qué lea más de antropología o busque la voz hotentote), que agrava la llamativa ropa ceñida que está de moda. Espectacular, reflectante (lo que tiene cierta utilidad si hay automóviles próximos y automovilistas conduciendo mientras manejan sus móviles). Para esos portadores de diseños deportivos que corren tan malla actividad no es beneficiosa, al menos en lo meramente físico. Lo difícil, sin embargo, no es correr bien o mal, sino quedarse quieto, callado y en silencio, sentado tranquilamente. Sólo los viejos sabemos hacerlo, pero es una habilidad perdida en otras generaciones que, cuando lleguen a viejos, tendrán que apañárselas de otra forma. Sin embargo, hay todo un subgénero literario que habla de lo bien que le fue a su autor por correr, desde Murakami, que por lo menos sabe escribir, a Paulo Coelho (Pablito Conejo), que no. El siguiente paso es otra moda supuestamente actual más pausada y más sana, la de andar y pasear, pero no tiene nada de reciente, desde los presocráticos peripatéticos a los ‘flâneur’ como Baudelaire.


3.   Cuando Virginia Woolf iba a tener una de sus crisis lo anunciaba por sus incontroladas sesiones de risas histéricas con su hermana pintora. Risas tan estruendosas que hacía huir a las arañas de desván donde se recluían (arañas y hermanas artistas) a los rincones para ahorcarse con sus telas de araña. Virginia eligió otra forma de muerte por asfixia, ahogada en un riachuelo con los bolsillos del abrigo llenos de piedras. La risa es sana, pero como casi todo, con moderación.


4.   Los críticos manejan tópicos, en el peor de su sentido, en el nuestro, no en el del idioma inglés (traducir topic por tópico es lo que en el oficio de traductor se llama un falso amigo, uno de esos faux amis que designan palabras similares fonéticamente que significan cosas muy distintas en dos idiomas). Hablo de frases hechas, ideas recibidas como decía Flaubert. Así, hablar de ‘libros valientes’, cuando nunca se alude a los más numerosos libros cobardes, miserables, engañosos, como todas esas memorias de políticos que ni siquiera han escrito ellos mismos.


5.   A menudo menos es más. Por ejemplo, es mejor —más ‘moral’— ser amoral y hasta inmoral que tener una doble moral. Vamos, la mujer del César pareciendo honesta, lo sea o no. De los asesinos se sabe que son inmorales, sean cuales sean sus razones, con agravantes si son políticos, pero no que sean hipócritas. Y sin embargo hay tantos asesinos impunes e hipócritas que con una simple artimaña financiera matan a miles...


6.   Robin Hood nunca tuvo futuro. No hacían falta sheriff de Nottingham ni avariciosos nobles normandos. Simplemente, al robar a los ricos para dárselo a los pobres, violaba la más sagrada ley del Mercado que por ahora y casi desde siempre —utopías aparte— hace funcionar al mundo.


7.   Supongamos que a un gourmet le obligarán a comer mierda blanda de perro, cosecha de cualquier acera próxima a su domicilio, untada en mal pan de molde industrial. No está de más recordar la máxima sesentayochista de las miles de miles de moscas que no pueden equivocarse. Pues lo mismo, pero con la mayoría de los programas de la tele para cualquiera con una mínima formación, criterio y gusto. Gourmets de la cultura, que no pedantes.


8.   Hablando de cultura, siempre que voy a la Thyssen y me paso por la tienda de regalos robo un lápiz a pesar de ser de los pocos artículos de precio asequible. Tacita a tacita, es mi modesta contribución, espero así arruinar a la baronesa. Pero ya no sé qué hacer con tanto lápiz.


9.  Todos los animales piensan. Sí, piensan, incluidos los mosquitos y las babosas, no digamos ya los perros o los chimpancés. Pero piensan chorradas. Por ejemplo, los gallos piensan que al cantar al amanecer provocan la salida del sol, les preocupa que si no cantan no salga el sol, y eso les agobia. A los humanos nos pasa lo mismo con cantidad de otras angustias menos relevantes.



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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía