Es obvio. No soy un crítico de arte ni lo pretendo y como a
muchas otras personas a menudo me desconciertan —aunque no me soliviantan— ciertas
formas del arte actual. La belleza en su sentido más convencional, sea éste
cual sea, no es ya siempre el objetivo prioritario. Tampoco el representar modosamente escenas del presente. La abstracción y las derivas
figurativas, además de todas las representaciones no pictóricas ni
escultóricas, han acabado con eso. En definitiva, me gustan mucho Rembrandt, Velázquez,
Goya, Degas y hasta, cuando se me afinó el gusto o el criterio, algunos
artistas que en mi juventud menospreciaba como Rubens, que ahora me entusiasma.
Pero también me gustan muchos de los representantes de las vanguardias históricas, como Miró o
Picasso y gentes que podrían considerarse antimodernos, aunque lo son, y mucho,
como el recientemente expuesto Balthus.
Decía que no me soliviantan, pero es frecuente entre muchas
personas sentirse ofendidos o directamente agredidos por formas artísticas que consideran
una tomadura de pelo. En ocasiones yo también incurro en ese enojo, cuando veo
gigantescas urnas contendiendo tiburones en formol o excrementos primorosamente
envasados en latas de conservas. Sin embargo, en general suelo detectar en el
autor o bien un intento precisamente de provocar ese escándalo, o bien, un
incentivo para reflexionar. Al fin y al cabo ni la ciencia ni la filosofía son
las únicas formas de conocimientos válidos. Ahí tenemos la gran literatura y,
por supuesto el arte, que prolongan a mi entender lo que ni la ciencia ni acaso
la filosofía llegan a alcanzar ni lo pretenden.
Hace muchos años el biólogo Desmond Morris publicó un libro
convenientemente ilustrado por dibujos y pinturas realizados por primates
antropoides. Y no me refiero a ciertos artistas descerebrados, sino a gorilas,
bonobos y especialmente chimpancés, nuestros tópica y certeramente señalados
como nuestros parientes (no extinguidos) más próximos. No tengo el libro a
mano, pero recuerdo perfectamente que no me importaría tener colgados en mis paredes
algunos de ellos, que como es de suponer se componían de trazos y colores
abstractos. Lo sorprendente hubiera sido que fueran figurativos. Porque algunos
tenían una fuerza y una expresividad que para sí querrían muchos pintamonas
mediocres.
Así que la enfadada expresión de “esto lo podría hacer mi
hijo de cuatro años”, se puede retrotraer aún más recesivamente atrás, pero
volvamos a los que hace un niño de cuatro años. Una reciente exposición de la
Fundación Juan March en Madrid, El juego del arte, con un subtítulo a mi modo
de ver superfluo: Pedagogías, arte y diseño, toma como fructífero hilo
conductor esa frase de “eso lo hace mi hijo de cuatro años”. Vienen a decir que
a diferencia del gran arte de siglos anteriores el actual parece caracterizado
por una suerte de infantilismo. No obstante, si se le da una jamesiana vuelta
de turca, podríamos decir que vale, esto lo puede hacer “cualquier” niño
pequeño (cosa que dudo) sino que” sólo lo pueden hacer ellos”. ¿Es, por ejemplo,
Miró un niño permanente en su edad adulta y creadora y por eso es ‘capaz’ de
hacer lo que hace? Los responsables de la exposición utilizan la metáfora del
arte como una casa construida a lo largo de la Historia secular en la que, en
el siglo XX, mediante las vagamente llamadas vanguardias, el arte se hubiera
trasladado de los salones y estancias nobles y principales a los cuartos de
juegos (y añado yo: y así a ver si dejan de molestar los niños y de paso los
artistas). Es una hipótesis sugerente, aunque quizás no explicativa de todas
las manifestaciones. En cualquier caso, es una sugerencia muy pedagógica, en el
sentido, de sugerir grandes preguntas sobre como educamos a nuestros niños,
cómo fuimos educados nosotros y en definitiva como organizamos nuestras
sociedades. Yo cada vez tengo más claro que la educación en su sentido más
profundo es la forma de forjar individuos libres y no fácilmente manipulables y que el aprendizaje cuya
motivación es conseguir pertinencia profesional, sobre todo a partir del fin de
la infancia y en etapas posteriores, es una obsolescencia programada dada la
celeridad de los cambios actuales en las formas de producción del mundo
presente.
Las producciones del arte, la arquitectura y el diseño del
pasado siglo XX adquiere así una perspectiva que se escapa de esa imagen
enojada del artista como un niño maleducado, irrespetuoso y caprichoso. Las
pedagogías basadas en el juego, como demuestran las crías y cachorros de
nuestros más próximos parientes, son una forma eficacísima de aprendizaje, de
formación, de adquisición de habilidades, de verdadera educación. La exposición
busca en la infancia de sus protagonistas y en la educación que recibieron, y también
en teorizaciones y practicas fructíferas como el sistema del kindergarten de
Friedrich Froebel (1782- 1852) gérmenes del arte moderno.
Claro, la frasecita de marras de “eso lo hace mi hijo de
cuatro años” tiene la inolvidable réplica de Groucho Marx en Sopa de ganso
(1933). Groucho recibe un sesudo informe que sin más dice entender de un
vistazo y afirma que “lo entendería un niño de cuatro años”, para a continuación
añadir “¡Búsquenme un niño de cuatro años!”.
La exposición cosiste en confrontar preciosos y precisos materiales
pedagógicos, juegos educativos , manuales de dibujo con las obras muy bien escogidas
de artistas, arquitectos y diseñadores de la vanguardia del pasado siglo. Hay vasos
muy comunicantes entre ambos tipos de materiales. Si se me permite la broma,
esto lo entendería hasta un niño de cuatro años, pero jamás todos esos penosos
adultos que ya no llevan a ese niño que fueron en su interior.
Aquí hay una exposición de Picasso, muy modesta, que fui a ver con mis hijos. Hay unas máscaras africanas que tratan de introducir al visitante en el mundo Picasso. Estaba yo explicando como podía a mis pequeños que Picasso se vio influido por el arte africano, cuando nos interrumpió una chica que trabaja allí vigilando una sala. Buscó en su teléfono una imágen de Picasso de sus comienzos, naturalista, y se la enseñó. Fijáos, dijo, así pintaba Picasso a los veinte años y así, dijo señalando una cuadro de su última etapa, a los ochenta. A lo largo de toda su vida trabajó para liberarse de la idea que se tiene de "pintar bien".
ResponderEliminarPues es una anécdota que expresa muy bien el espíritu y la letra de la exposición que comento..
EliminarPuede ser, no te niego que no. Se tiende a confundir simplicidad con simpleza y de ahí que veamos tochos de miles de páginas que nos dicen que el héroe durante su viaje se paró a hacer caquita al lado del camino, no fuera a ser que nos figuremos que no tienen funciones fisiológicas, o películas de dos horas porque tienen que tratar mil temas para evitar ofender con su ausencia a tal o cual colectivo, que ya se quejará por otra cosa.
ResponderEliminarLuego lees un libro o incluso ves una serie antigua y te sorprende el amor a la historia principal y a la capacidad de ir al grano y no distraerse en asuntos que acabarían por hacer de la obra un engorro.