Entre Tolstoi y Dostoievski, Tolstoi; entre los Beatles y los Rolligs, los Beatles. Pero cuando era joven mis preferencias eran justo las opuestas: Dostoievski, los Rollig… También odiaba antes el potaje de Semana Santa y ahora me encanta. Los gustos cambian, y los criterios, que no es lo mismo sino casi lo opuesto, maduran si hay suerte y se anquilosan si no. De joven, como casi todos los jóvenes, era conservador, aunque no lo sabía; ahora soy radical, como muchos viejos, y sé muy bien por qué. Antes era revolucionario (y conservador, a no confundir con reaccionario), ahora soy rebelde, con buena causa. Antes me gustaba Rembrandt y detestaba a Rubens, que sólo me parecía un pintor de gordas; ahora sigo adorando a Rembrandt, pero me gusta muchísimo también Rubens. Antes me gustaban las mujeres con grandes tetas, ahora me gustan las que tienen hermosas caderas. Antes me gustaba la soledad, pero consideraba que eso era un defecto, una insuficiencia mía; ahora me sigue gustando la soledad, y la considero un privilegio, como el silencio. Antes me gustaban los perros porque me querían, ahora me gustan porque los quiero. Antes me gustaban mis amigos, ahora los quiero.
El gusto es un entusiasmo, un sentido fisiológico, animal. El
criterio es una norma para poder establecer un juicio, es racional, elevadamente humano. La mayoría de las personas asimilan sus gustos al criterio. No lo es. Pero el criterio sin gusto es árido; el gusto sin criterio, ingenuo.
El camarero vio como el vaso se llenaba de espuma con un chirrido agónico: “Vaya, se está acabando el barril. ¿Quiere un botellín” Así me siento yo con mis cuantiosas lecturas: un vaso lleno de espuma sin apenas líquido. Olvido prácticamente todo lo que leo, pero queda la espuma. Una caña sin espuma no es agradable, pero una caña sólo de espuma no se puede beber.
Hace unos años leí por fin Guerra y paz aprovechando una buena traducción directa del ruso (las ediciones españolas anteriores eran traducciones de traducciones, algunas incluso resumidas o expurgadas). Me gustó mucho. Ahora la he emprendido con Anna Karénina y también me está gustando. Sin embargo, creo que me pasará como con Guerra y paz: olvidaré la mayoría de sus peripecias, pero me quedará la espuma esencialmente fragante del excelente retrato de la sociedad rusa, sea desde las primeras batallas contra Napoleón hasta los Decembristas, sea el contraste entre la sobria (relativamente) sociedad moscovita frente a la frívola de San Petersburgo.
De joven me gustaba más la truculencia de Salgari que las
enrevesadas fantasías de Verne. Hoy no sería capaz de releer al buen italiano,
pero podría hacerlo con el francés. El gusto del joven ya no coincide con mi criterio
actual. En cuanto a Lev Tolstoi y sus extensos novelones, se me irán disipando
el líquido de sus peripecias, pero la espuma de este genial retratista social
no, y de esa forma creo que conozco una Rusia que ya no existe mejor que muchos
rusos. Qué cosas. Y no perdono a los británicos que tomen las pintas sin espuma; es un contradios.
De joven yo era de Goya y no de Velázquez; luego fui de Velázquez y no de Goya. Ahora soy de Velázquez y también de Goya.
ResponderEliminarPara mi hay un solo Velázquez y varios Goya, y de estos unos me gustan más que otros, pero me quedo con ambos
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