La primera malversación del neoliberalismo, esta última
fase del capitalismo, es la de erigir a la economía (“su” economía) como una
ciencia sin réplica posible, con leyes tan ineluctables como la de la misma
gravedad. La economía (“su” economía) se presenta así equiparable a la propia
Naturaleza y por encima de la misma política. Es imposible contradecirla. Por supuesto
que siempre ha habido economistas honestos, científicos, que no han acatado ese
designio, pero siempre situados en sus márgenes; herejes, empezando por Maynard
Keynes, que proclamó que el sacrosanto Mercado debía ser regulado por el Estado y
que la economía debía ser amarrada por la política (1). Pero lo cierto es que la
economía oficial siempre ha sido una ideología más que una teoría, no digamos
un hecho incontrovertible, de modo que basta la aceleración de la gravedad para
sentirse más ligero. Una tautología.
En realidad, el principal contradictor de esa economía es
la propia naturaleza. Su devastación en todos los ámbitos lo demuestra. La naturaleza
es tratada como infinita en un mundo finito y el paradigma del crecimiento ilimitado
lo demuestra. Las olas de calor, las inundaciones, los incendios devastadores,
las sequías, las hambrunas, las pandemias, la extinción de especies son
evidencias de su fracaso. Pero, ay, han conseguido hacer de la necesidad virtud;
es decir, convertir esos desastres en nuevas oportunidades de negocio, de ahí
el auge del medio ambiente, desde los ministerios ad hoc hasta las empresas de
descontaminación. Y como siempre dando más relevancia a los epítetos frente a
los sustantivos, como ecológico, ambiental o sostenible. Porque el idioma es la
primera arma de todo agresor. Véase si no la idiotez esa del ‘Antropoceno’ que implica
que la alteración del clima es obra del ser humano, así, sin matices, y no del
capitalismo. Buena jugada. No hay pues problema que la prensa escrita más
prestigiosa, como Le Monde o El País, apoyen las medidas económicas de sus
gobiernos y a la vez editorialicen sobre las crisis ambientales que nos amenazan.
Nos dicen que pronto será ya muy tarde y a la vez que no pasa nada. ¿Hipocresía
de contar a medias? No, mucho más que eso.
La economía dominante tiene hacia este problema, que es “el
problema”, la dirección que marcaba Lampedusa en El Gatopardo: que algo cambie
para que nada cambie. Las reservas naturales y equivalentes son simples objetos
bonitos, parques temáticos de lo que antes había; la preservación de especies,
formas de caridad ecologista, etc. Nadie afirma dos cosas ineludibles: que el
capitalismo es el problema, el agente causante, y que debemos cambiar nuestra
forma de vida, lo que implica eliminar ese capitalismo. Las soluciones que se
plantean desde el capitalismo son simples inconsecuencias. Más kilómetros de carril
bici, más autos eléctricos, mejor clasificación de los residuos, compensaciones
del carbono emitido, plantar arbolitos, un poquito de austeridad. Una vez más el
dilema del ecologismo de ser una sandía, verde por fuera, o un tomate: verde
primero y rojo (anticapitalista) cuando madura.
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(1) como señala una lectora privadamente, eso ya lo señaló previamente el propio fundador de la economía liberal, el otro Smith, Adam, santo patrón invocado y no leído de los neoliberales