sábado, 17 de septiembre de 2022

Hay que matar el capitalismo

 Para Casti y sus compañeros de Attac

La desaparición del comunismo autoritario y centralizado, el único que realmente existió, ha tenido un quizás inesperado efecto negativo, el de hacernos pensar que la única alternativa es el capitalismo actual, ese neoliberalismo rapaz con el planeta y con la mayoría de los seres humanos. El capitalismo, al que a veces se le denomina democracia parlamentaria, está destruyendo a la humanidad, así de claro. Probablemente no destruya al conjunto de la biosfera y sus esferas asociadas en la metáfora Gaya, la atmosfera, la hidrosfera y la litosfera, pero si a su capacidad para sustentar en el ya inmediato futuro a las sociedades humanas. Vamos a morir de éxito. Lo hace por partida doble, primero, devastando incontables vidas a manos de los codiciosos locos que son el sacrosanto mercado y el empleo. En segundo lugar, convierte al planeta en un lugar inhabitable, sobrecalentado, contaminado y sometido a crecientes y devastadores fenómenos meteorológicos extremos, sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes y pandemias.

Pero no se suelen extraer las consecuencias inapelables de esta realidad, no asumimos esta. Ese 1% de la población que controla la inmensa mayoría de la riqueza mundial jamás admitirá su responsabilidad homicida, esa explosiva mezcla de codicia e ignorancia (o falta de previsión, ignorancia del principio de cautela), porque eso implicaría renunciar a sus infinitos privilegios. Por lo demás, tras cuarenta años de neoliberalismo rapaz, el espacio socialdemócrata se ha ido diluyendo, descafeinando, fragmentándose en múltiples caminitos y ya no es una contención en su insignificancia.

¿Hay alternativas? Yo sólo veo dos: el agravamiento o el derrocamiento. Decía nuestro ecólogo más distinguido, Ramón Margalef, que no veía el fin de nuestro modo de vida como una explosión catastrófica (guerras nucleares al margen), sino como un desinflarse paulatino. Yo creo lo mismo. Por tanto,  la única transición posible y capaz de salvar a la humanidad (el planeta se salvara solito, mejor aún si dejan de existir los humanos), que no somos un parásito del planeta (eso requiere especializaciones extremas que no poseemos), sino una plaga, como lo pueden ser los dignos elefantes para la vegetación en un área confinada, la única, digo, transición es hacia fuera, hacia algo radicalmente distinto del capitalismo.

¿Es esto una utopía, una más inalcanzable? ¿Una propuesta de huida de unos pocos iluminados, como esos que quieren escapar en naves espaciales?, ¿una microsociedad autárquica? ¿Otro falansterio redivivo?

No voy por ahí. Yo veo la salida del capitalismo como una necesidad tan posible como urgente. Pero hay que organizarla fase por fase, como hacen algunos grupos estudiosos como Attac, o predecesores como el invocado y a la vez omitido Club de Roma. Con ideas y propuestas concretas para organizar una nueva sociedad con una nueva economía a gran escala, nada de microexperimentos confinados. Que no estén basados en la explotación (ni del hombre ni de los ecosistemas), ni en el trabajo asalariado (una nueva forma de esclavitud) ni en la rentabilidad (para unos pocos).

Os dirán que la única alternativa a este infierno realmente existente del capitalismo es el gulag, la cartilla de racionamiento, el mundo gris. Nos asustan con eso, como a los niños con el Coco antes de irse a la cama, les creímos. Yo no creo en el Coco, pero sí en el capitalismo, y sé que nos está destruyendo. Por tanto, hay que destruirlo a Él.