viernes, 6 de octubre de 2017

Informe de un antropólogo alienígena sobre el devenir del Homo sapiens





Como destacado antropólogo alienígena estudioso de la humanidad terrícola durante milenios (somos muy longevos) destacaría dos rasgos específicos de este peculiar animal: 

Uno, que es capaz de establecer conceptos y funcionar en su pensamiento con ellos y no sólo con objetos y fenómenos que a menudo ignora —salvo los científicos y los poetas que los manejan bien—, pero que los conceptos que más influencia han tenido y tienen en el devenir de la especie no son los reales, como la masa, la gravitación o la segunda ley de la termodinámica, sino los irreales, como los de Dios, Patria o Pueblo. Definir como ‘racional’ a un animal así es como poco insuficiente y, desde luego, insatisfactorio.


La segunda peculiaridad es que, pese al tardío énfasis en el individuo, el ser humano es un animal social. No es nada sin el grupo y el peor castigo que se inventó desde el Paleolítico, aunque se atribuya a los griegos de la antigüedad clásica, no es la pena de muerte, sino el exilio y el ostracismo: expulsar al infractor del grupo. Pero como en el caso de su manejo de conceptos en los que priman los irreales o emocionales frente a los reales u objetivos y racionales, la socialización del grupo se establece y refuerza como enfrentamiento frente a otros grupos. El hombre es altruista dentro de su grupo y violentamente egoísta frente a otros grupos, y en ese sentido los conceptos irreales de Dios, patria y pueblo se han utilizado tanto para reforzar la socialización dentro del grupo propio como para rechazar las externas. Salvo desde el punto de vsita de la biología, no existe el ser humano del que además se ha marginado en todo tiempo y lugar a las hembras, sino catalanes, moravos, inuits, cherokees, bantues, anabaptistas, luteranos, chiies, budistas, antitaurinos, ecologistas, feministas, veganos, republicanos, sionistas, antisemitas, homosexuales, libertarios... y un etcétera tan largo como disgregador.


Las verdades sobre ellos mismos les resultan inadmisibles en gran parte, poco consoladoras; hasta han inventado el concepto de cinismo para reprobarlas, por lo que toda verdad, como los licores fuertes, deben mezclarlas por instinto con una parte de falsedad, que es el origen de toda ideología. Por todo ello, concluyo este informe alienígena, son serviles ante seres superiores imaginarios y entelequias inventadas y desdeñosos o francamente hostiles hacia otros humanos que no compartan esos esotéricos códigos y hacia el resto de las llamadas formas de vida inferiores, las que habitan con ellos el planeta. Esto ha conducido a guerras incesantes entre humanos y a la destrucción de la riqueza biológica que sustenta en el planeta la propia existencia de esta peculiar especie. Cualquiera de estos dos efectos o ambos combinados conducirán inexorablemente a la desaparición de esta desequilibrada especie que se llama a sí misma de forma harto indebida sapiens. Al contrario que los dinosaurios en el Cretácico, los humanos no precisan ningún  impacto estelar para desaparecer: ellos son su propio meteorito. Recomiendo el estudio de otras especies debidamente racionales con más futuro.

miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Quieren los independentistas ser ciudadanos?



La negligencia y la inacción son delitos en política aunque no se recojan en el código penal. Rajoy es culpable, pero no es el único culpable. Eso sí, ha contribuido probablemente a fabricar más independentistas sobrevenidos que los Junqueras y los Puigdemont que se limitan a afirmar que ellos son buenas personas (como si los contrarios a sus tesis no lo fueran). Gestionar una crisis política traspasando el problema a jueces y policías ha sido un grave error; por eso ahora se está discutiendo las acciones, justas o desmedidas, de unos y otros, en lugar de las ilegalidades de los responsables de la Generalitat y la mayoría abusiva del Parlament. Un político, Rajoy, que actúa como un notario o un registrador, lo que es, desentendiéndose de la acción política. Hubiéramos necesitado un político. Se ha exagerado algo la responsabilidad de Rajoy, pero es un hecho que ya no es un interlocutor válido. Necesitamos un político, no un registrador de la legalidad. Y frente a esta indolencia marianista la sobreactuación soberanista catalana.


En realidad, no todo es incompetencia inactiva. Rajoy sí ha actuado, pero lo ha hecho no como un presidente de un gobierno que defiende la legalidad y la constitución, sino como un líder de un partido que ha hecho unos mezquinos cálculos electorales que le suponen hipotéticos réditos en el resto de los territorios del Estado fuera de Cataluña. Y puede, lamentablemente, que no se equivoque. Se pierde Cataluña a cambio de mejorar en una España supuesta y crecientemente anticatalana. Es decir, se incrementa la fractura emocional e institucional. Sin embargo, defender con torpeza la constitución y la legalidad no es comparable a vulnerarlas, como han hecho los dirigentes catalanes independentistas. Hay pues una gran asimetría. Más responsable es una CUP que ha secuestrado al resto de formaciones mayoritarias en Cataluña y que procede con la vieja táctica leninista de ocupar el Estado para destruirlo desde dentro y ocupar la calles para suplantar la soberanía delegada del parlamentarismo con las masas. De libro.


Las concesiones a Cataluña vienen de lejos y concedieron una importancia a los partidos —también los vascos— bisagra nacionalistas en el Estado mucho mayor que la que les correspondería por representación y con más exactas circunscripciones electorales. Esas concesiones se hicieron a cambio de estabilidades transitorias. Pasó en diversos grados con Felipe, con Aznar, con Zapatero y con Rajoy. De aquellos polvos, que derivan también de una injusta territorialidad electoral que vulnera el aforístico supuesto de un ciudadano un voto, hemos pasado al lodo de la quiebra del estado.


La batalla de la propaganda la ha ganado el independentismo como demuestran esas masas de jovenzuelos obnubiladas por un paraíso prometido y justamente encorajinadas por las acciones policiales, más torpes que excesivas, aunque cuando se despierten el dinosaurio seguirá ahí. Se han creído que esa insubordinación, golpe de estado o cómo se le quiera llamar es una prolongación del bonito 15 M. Y no.


Los más de siete millones de catalanes tienen reivindicaciones justas, como las tienen, aunque no sean siempre exactamente las mismas, los ciudadanos de Murcia o de Madrid. Por eso es más eficaz para el independentismo hablar de emotivas entelequias como “pueblo” o “nación” o de derechos inaplicables a su caso como el de autodeterminación, que hablar de derechos y deberes, y que hablar de ciudadanía. Muchos catalanes quieren ser europeos sin pasar por el peaje de ser españoles, pero ¿quieren ser ciudadanos, como los murcianos, como los madrileños, o como los alemanes? Me parece que no, que se sienten austrohúngaros que quieren ser sólo húngaros.

martes, 3 de octubre de 2017

Reflexiones posestivales, 3





Es obvio que para conservar especies hay que preservar espacios, pero tengo observado el comportamiento renuente de algunas de aquellas más emblemáticas; como ese ejemplar de águila imperial ibérica que insiste en sobrevolar mi pueblín y sobre el anillo de olivares viejos que lo rodean, que rehúye sospechosa —¿exquisitamente?— Cabañeros y otros espacios naturales protegidos próximos. Eso incrementa mi convicción de que el modelo de Parque Nacional tipo Yellowstone trasplantado sin más a esta vieja y usada Europa es disfuncional. Atrae masas de visitantes que incrementan la dificultad de la protección. Al igual que la”sensibilidad” ecologista por lo común antepone esta al conocimiento en lugar de deducirla de este, colocando el carro delante de los bueyes, convirtiéndola en sensiblera moda. El caso práctico es que veo más y más fácilmente águilas imperiales desde la terraza del bar de Hilario que los sensibilizados practicantes de turismo ecológico que visitan los parques nacionales cercanos, dejándome a mí, a mis vecinos y a las águilas bien tranquilos. Quizas la función de un escaparate (los P.N lo son) es que los visitantes que sólo miran no entren en la tienda...


La guardería de los parques nacionales y los cotos de caza se solía escoger entre los antiguos furtivos y demás infractores que se conocen de antemano todas las triquiñuelas de cocineros aunque ahora sean frailes. Menos conspicuo es el que los guardianes de las esencias puras nacionales se recluten entre antiguos inmigrantes y sus hijos y descendientes; charnegos, maquetos y otros haciéndose perdonar sus apellidos espurios agitando las nuevas/viejas banderas.

En el pueblo no tengo internet ni me traigo el ordenador, así que escribo a mano en una libreta A4 de papel pautado con el monograma de la universidad de Cambridge. Es una actividad retro, para muchos desfasada, como la de un sombrerero, o, aún más, como la de un fabricante de látigos para conductores de coches de caballos.


Hablo con algunos campesinos, con los que escriben a mano; sobre todos les escucho, me aprovecho de la curiosidad que ellos también sienten hacia mí y que es una buena condición para el diálogo (¿Sienten los catalanes independentistas curiosidad hacia los españoles que no lo son, o sólo animosidad? Y viceversa). Todos ellos me confirman que saben lo que hacen, pero que sólo hacen lo que saben (no modifican ni mejoran eso). No todo es subsistencia; hay dinero en el campo sin necesidad de aplicar la brutal plusvalía sin vuelta atrás de urbanizarlo; en los kiwis, en los aguacates, en las derivadas industriales trasformadoras, como el pimentón y las conservas de calidad, en el oro rojo del azafrán. Aunque se acabó prácticamente el tabaco, el algodón, el apresuradamente suprimido garbanzo en sus variedades locales. Suprimir las tareas del campo, que son las que lo mantienen bello aunque eso no lo adviertan muchos visitantes, es como dejar de andar porque se inventó el automóvil (y dejar que se atrofien las piernas). Estas son mis opiniones, las de un hombre del siglo XX aún en el hipotético caso de que mi longevidad me permitiera vivir más en el XXI.


En el patio emparrado pululan gorriones, hoy extintos en muchas ciudades europeas y escasos en el vecino Madrid; estorninos, que aquí llaman tordos, y colirrojos tizones, encaprichados (aquerenciados) con la leñera. Bajan a beber agua de los cacharros de Jara, que he multiplicado, a comer las semillas que les cuelgo y los racimos de uvas sin vendimiar. A por los tordos, que los cazadores locales ignoran, llegan cada otoño, puntuales migrantes, bulliciosos cazadores toscanos. Se los guisan en el pueblo de al lado con arroz y tomates de araña; están riquísimos, repletos de aceitunas, muy grasos. También hay lagartijas (Podarcis hispanica), pero cada vez más escasas, salamanquesas (Tarentola mauritanica), avispas, las molestas moscas, que zumban en ‘fa’, cada vez menos grillos y saltamontes, alguna chicharra. Faunia canicularis.


Los primeros habitantes de mi casa eran pastores de ovejas y cabras, de ahí el pajar y los preciosos comederos y bebederos de granito que he heredado. También dejaron unos canteros para plantar árboles y flores. En secuencia longitudinal hay un acebuche, una parra de uva blanca palomino, otras cinco de garnacha tinta, albahaca, hierba luisa, laurel, jazmín, un limonero y un granado. Ahora sólo está florecidas las vincas, rojas y rosas, y ya  se marchitaron las vinagreras (Oxalis, algunos las confunden con tréboles). El emparrado es la inversa de un invernadero que retiene los infrarrojos y detiene los ultravioletas y por eso calienta, este emparrado detiene los ultravioletas (da sombra), y aligera el calor del infrarrojo, porque funciona como un frigorífico o un gigantesco botijo al evapotranspirar agua por sus anchas hojas, ya que cada gramo de agua evaporada disipa una caloría del ambiente. Además es ‘inteligente’, "sabiendo" cuando perder las hojas en invierno para dejar pasar la luz solar que entonces sí se agradece.


Mi madre cierra la novela policiaca marcando la lectura con el dedo y dice “qué alegres están los pájaros”. No quiere simplemente decir que estén bulliciosos, armando escándalo, sino exactamente eso: alegres. Me recuerda el diálogo entre un maestro zen que le comenta a su discípulo desde un puente lo alegres que están los peces. Cuando el discípulo le pregunta cómo sabe eso, el maestro responde que porque él se alegra al contemplarlos. Como mi madre.

Ya es otoño, pero una pequeña mariposa azul y marrón (un licénido) revolotea en la fresca mañana. Ha nacido demasiado tarde o demasiado pronto, como cualquier hombre en cualquier tiempo. El compás profundo de la naturaleza lo dan los vegetales, y los animales bullimos, viviendo en ese tiempo largo a base de momentos, como en una jam sesión.


Me regalan cangrejos de río y un conejo de monte (de descaste, no de furtiveo). Lamentablemente son cangrejos rojos americanos (Procambarus), la especie exótica que ha desplazado a nuestro autóctono (Austrapotamobius). Hago un caldo con los cangrejos y lo reservo para hacer el arroz. Le añado romero pero renuncio a la albahaca, demasiado potente. El sofrito con ajos y los tomatitos de araña y pimientos, ahí va el conejo que exige más cocción porque es más duro, y más sabroso, que los domésticos de pollería. El arroz sale muy rico.


domingo, 1 de octubre de 2017

Una metáfora más acertada del independentismo catalán





Se ha hablado mucho de choque de trenes entre el independentismo catalán y el Estado español. Es una metáfora tosca. En un lado hay un movimiento tan errático como perfecto y difícil de controlar desde fuera, que improvisa y desconcierta; en el otro, un aparato (del Estado) tan poderoso como poco flexible. Es decir, el choque de un pájaro contra un avión ¿Qué ocurre cuando eso sucede? El avión no se lleva por delante al pájaro como si fuese un mosquito en un parabrisas; el ave muere, por supuesto, pero consigue derribar al avión. Ahora a buscar los restos del siniestro en un campo arrasado. No hay supervivientes.

El buen gusto

Puigdemont con ese ridículo flequillo de niño crecido, Rajoy con esa honda boca húmeda, Felipe González con su peliblanco aspecto de Yo Claudio, Tarda como un Gepetto enfurruñado y el Oriol de ogro bueno, Pablo Iglesias con su aspecto de frágil James Dean y otros podemitas con su look de neohippies… Se salvan algunos como esa Rita Maestre diseñada por Botticelli, Manuela Carmena de abuelita lista o el limpio aspecto de empollón de Errejón. Pero en conjunto nuestros políticos, ya desde su superficie son impresentables. No hay arte en ellos. El arte civiliza, porque sin estética no hay ética. No hay un solo problema político que no pueda zanjarse con una buena dosis de buen gusto.