miércoles, 29 de abril de 2020

Del virus al tigre






Mientras aguardo esperanzado a que Trump se inyecte lejía en las venas y zotal en los pulmones (en el cerebro doy por hecho que ya lo hizo hace tiempo); mientras espero sin agobios que acabe el confinamiento (no la llaméis cuarentena, han pasado más de cuarenta días), hago planes, un placer tan grande como el de ejecutarlos. Por supuesto, lo primero que haré será tomarme una caña en uno de mis bares favoritos; iré a mi librería de guardia, donde los libreros son tan majos que me dejan que yo les recomiende libros y no sólo a la inversa; acudiré al parque de El Retiro a ver a los agateadores que pasan tan desapercibidos y son tan bonitos, pero sobre todo planificaré un viaje al Extremo Oriente Ruso, donde habita el tigre de Amur, la subespecie más grande del felino, cumpliendo la regla ecológica de Bergmann: las especies de clima frío son mayores que las de los cálidos, ya que su mayor volumen limita su menor superficie: potencia tres frente a dos, y por tanto limita al máximo la pérdida de calor con el ambiente exterior. Quiero ir a ver al mayor depredador terrestre a un lugar donde casi no hay lobos porque el tigre se los come.

El tigre siberiano en realidad no vive exactamente en Siberia sino en el Extremo Oriente Ruso frente a la tétrica isla de Sajalín y las costas del Pacífico, en la disputada frontera con China de los ríos Amur y Usuri, al final del Transiberiano, en el entorno de Vladivostok, el gran puerto de la armada rusa del Pacífico. En realidad está a la misma latitud que la Ribera Francesa, pero la nieve y los 40 grados bajo cero son el ambiente habitual. Por eso tampoco es exactamente una taiga, un bosque de coníferas, sino mixto con caducifolios, pero donde prospera el pino coreano que da unos piñones comestibles, como los del pino piñonero nuestro, que es el comienzo de una lábil cadena trófica que concluye en el tigre y en el único depredador que le hace sombra, el hombre. En esa jungla boreal habitan jabalís de 200 kilos y dos especies de oso que el tigre también caza. Es el Primorje, una región biogeográfica mucho más biodiversa que la taiga pura con multitud de especies vegetales y animales que sólo existen en ese confín. También es la tierra de los udegueis y los nanais nativos; la patria de Dersu Uzala, un nanai, y del ingeniero militar Arseniev, un héroe ruso que se salvó de las purgas estalinistas porque se murió un poco antes. Es una región en las costas orientales de Rusia y del Pacífico a tiro de piedra de la Península coreana, la China occidental de Manchuria y las costas de Japón y la Isla de Sajalín.

El tigre. De las seis subespecies que existen del tigre la de Amur (Panthera tigris altaica) es la única que habita en condiciones árticas. Tiene la cabeza más grande que las otras, más grasa y el pelaje más denso y grueso, todas adaptaciones obvias al frío; todo ello le da, junto a su mayor talla, un aspecto corpulento, recio y primitivo, que contrasta con su grácil condición felina. Esa cabeza terrorífica es a veces tan ancha como el pecho y los hombros de un hombre; desprende una enorme confianza tranquila, una sensación de brutal fuerza física, pero también una elegancia más bien tosca, según la descripción del libro de referencia Mammals of the Soviet Union; una mezcla de gato ágil y refrigerador industrial. Un cuarto de tonelada de musculos repartidos en más de dos metros y medio desde el hocico a la cola y más de un metro de altura en la paletilla. Las zarpas, que como en todos los felinos de hocico corto frente a los alargados de los cánidos, son su verdadera arma inicial, son una mezcla de gancho de carnicero y estilete cuyo filo es comparable a las garras de un velocirráptor. En cuanto a los colmillos son largos como dedos y sus dientes afilados son capaces de triturar los huesos largos más gruesos. Puede arrastrar una presa de 400 kilos centenares de metros para comérsela tranquilo en otro lugar distinto de donde lo ha matado.

La mayoría rehúyen al hombre, pero unos pocos ejemplares se han especializado en cazar y comer seres humanos. Los nativos los llaman caníbales ya que consideran al tigre un antepasado humano, una deidad del bosque y un ancestro. 

En realidad no sé si alguna vez realizaré este viaje. Es largo y muy caro. Hay que volar a Moscú, viajar hasta Vladivostok en el transiberiano y luego llegar como se pueda a la zona de bosques mixtos del Primoje. Hay que contar con guías expertos, permisos de los guardas de la zona y localizar algún tigre que lleve el collar de seguimiento que le hayan instalado los guardabosques. Por otra parte, desde el punto de vista de los humanos que lo habitan es una zona peligrosa, como el Far West americano en el siglo XIX solo que peor, con tramperos, mineros ilegales, traficantes de madera, bandidos, contrabandistas, marginales rusos que prefieren la ausencia de ley a la ley de las mafias de Putin y restos de los cosacos que lo colonizaron imperfectamente, un lugar con poca ley. En fin, parte, una gran parte del placer de un viaje así, de una experiencia tan excepcional, es planificarlo, idearlo, imaginarlo. Por otra parte, yo ya no soy un jovenzuelo, tengo una enfermedad crónica bien controlada y he pasado por otra enfermedad crítica de la que he salido bien parado por el momento. Ya digo, no sé, pero de momento la esperanza es un buen estímulo para vivir. O sea, no es que de esperanza también se viva, sino que sin esperanza no se puede vivir, digo yo.

viernes, 24 de abril de 2020

¿Dónde está en poder?


Para mi amigo Antoñito, que siempre fue reticente y hasta hace poco no queria WhatsApp
El poder, that is the question; de eso se trata. Pero ¿dónde está el poder real?, ¿en la política, ese grupo de mantenidos que pulsan nuestros botones emocionales —no digamos ahora con tanto twiter— generando ansiedad, miedo, odio, más raramente alegría y generalmente aburrimiento o, en mi caso desdén, a voluntad?: la política como un mero circo emocional. No, el poder no está ahí, ni siquiera en la economía que se ha convertido en un organismo autónomo parasitario con sus propios fines que no son los del común de las personas. Puede que el poder, el verdadero poder, misiles de crucero con cabezas atómicas al margen, esté en los datos. Esos datos personales que alegremente regalamos cada vez que clicqueamos en uno de nuestros ortopédicos paraísos de smarfones, portátiles o tablets. ¿Cómo regulamos la propiedad de esos datos, quién los tiene? Porque al revés que la tierra o las fábricas aquí no hay vallas aparentes, cancelas, acciones. ¿Está el poder en esas diminutas partículas de ácidos nucléicos, en su capacidad de replicarse y en su facilidad de pasar de unos organismos a otros? ¿O está en los que tienen la capacidad de confinarnos en nuestras casas sin mayores consultas? ¿En los terremotos y volcanes, en la tectónica de placas? Bien, sí, hay poder en todas esas cosas y algunas se pueden controlar mejor que otras. Pero mi pregunta es más prosaica y a la vez más difícil y por eso la reformulo: en nuestras sociedades humanas, ¿dónde reside el poder real, no en esos mamporreros con condecoraciones, electos o autonombrados?


Primero de todo hay que ver cómo es esta sociedad, que no es ya la de propietarios feudales de tierras y siervos, ni la de gigantes de la empresa y proletarios. La infotecnología y la biotecnología, los datos en suma, son los que determinan hoy por hoy los sacrosantos valores de justicia y libertad, las posibilidades de bienestar, de trabajo, de salud y hasta de procreación. Estamos globalizados, pero sólo por el dinero y por los datos. Las religiones, los nacionalismos, las culturas dividen a la humanidad en campos hostiles enfrentados a una globalización tan temida y celebrada como parcial.


Por otro lado, la globalización, la real, no tiene porqué conducir a mayor igualdad. Por el contrario, puede conducir a abrir aún más la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres, con futuro o sin él, con salud, bienestar y educación o las sobras. La humanidad puede dividirse, ya lo está en parte, en castas biológicas, los de arriba con acceso a las innovaciones en salud, por ejemplo, a una vida longeva y satisfactoria y el resto…


¿Estoy planteando un panorama futuro exagerado? Bueno, pues volvamos al hoy y ahora. El 1 por ciento más rico de la humanidad posee la mitad de la riqueza del mundo. O dicho de otra forma, las 100 personas más ricas poseen más en su conjunto que los 4.000 millones más pobres. Eso indica que sólo algunos están monopolizando, y crecientemente, los frutos de la globalización. Y esos, sospecho, son también, personalmente o por persona o tinglado interpuesto, los que atesoran los datos, esos datos que valen hoy más que cualquier otra cosa, producto o mercancía.


Podemos, o no, regular la propiedad de la tierra; podemos, o no, regular los medios de producción clásicos, pero ¿cómo, pregunto, podemos regular la propiedad de los datos? De momento los regalamos. A ver, abogados, políticos, filósofos, poetas, científicos, internautas…¿tenéis propuestas?, ¿os habéis hecho siquiera la pregunta? O lo que es lo mismo, ¿quiénes poseen nuestras almas?


miércoles, 22 de abril de 2020

Multumesc (*)


“—¡ Qué diablos! —exclamó— ¡Ya no soy un niño! Y creo que tengo todo el derecho a entender la vida como la siento.”

Mi auto es rumano, un Dacia, tal vez el último que tenga, por que cada vez veo más esto del coche propio como un atraso, y el libro de encima del montón de mi mesilla de noche también es rumano, aunque ni de lejos será el último. 

En los lejanos tiempos de finales del siglo XIX e incluso de los comienzos del siglo XX no había algoritmos diseñados para elegir a los progenitores más adecuados a fin de generar individuos geniales o al menos interesantes, diferenciables de la masa media. Así pues, la improbable pero cierta unión de una lavandera rumana de fuertes brazos y riñones resistentes y de un contrabandista griego experto en subterfugios y mirada ardiente dio como resultado después de varias cópulas tan libres como gozosas a un vagabundo rumano, Panait Istrati, incomparable escritor autodidacta (como todos, por otra parte, ¡qué carajo!), nacido en Braila, ciudad portuaria del Danubio y a salvo por el momento de hordas turísticas.


Asistió a la escuela durante cuatro años y, como suele decirse, realizó toda clase de trabajos casi desde niño para ganarse el pan. He dicho vagabundo, que no cosmopolita, casi su antónimo, y en 1906 sin dinero y pasaporte —el cosmopolita lleva siempre ambos— estaba en Oriente Medio, tierra de inventos como la agricultura, la alfarería, los camelleros y los fabuladores y grandes narradores orales. Pero en 1921 estaba en Francia y con tuberculosis, que no es el nombre de ningún compañero de fatigas, o quizás sí. Buen sitio, como cualquier otro, para suicidarse y escapar de la pobreza y la muerte de su madre, la lavandera. El escritor Romain Rolland recibió una carta suya y eso le indujo a a aquel a ayudarle y a convertirse, en inevitable etiqueta, en el “Gorki de los Balcanes”.


Hasta aquí su escueta biografía. Su bibliografía se centra en la vida de su personaje Adrian Zograffi, en realidad su alter ego imaginario, narrador, testigo y personaje de su ciclo Kyra Kyralina (1923) formado por sus dos obras cumbres Kyra Kyralina y El tío Anghel, que recoge la vida de Stavros, su infancia, su perversión por un turco y la búsqueda enloquecidamente febril de su hermana Kyra por los harenes y burdeles de Constantinopla. La trama se sujeta en dos ideas móvles: el viaje y la fatalidad del destino y en el canto a la amistad y la libertad.


En su segunda parte o novela, El tío Anghel (1924), organizada en tres partes relativamente independientes y una cronología aleatoria, presenta el devenir trágico de dos seres de pasiones excesivas, el propio tío Anghel y el bandolero Cosma.


Israti en realidad no es autodidacta sino depositario de toda la tradición oral del cuentista oriental, un Sherezade con roña y callos en los pies, depositario del folclore balcánico aderezado con sus propias anécdotas vitales y aventureras. Claudio Magris, el exitoso autor de El Danubio, lo define como “el poeta de la promiscuidad y la ambivalencia de Oriente, de ese desorden del cual parece esperarse a un tiempo redención y violencia."


Os lo receto para vuestro confinamiento, porque por fortuna está traducido del rumano por una hábil Marian Ochoa de Uribe que además nos regala notas aclaratorias muy oportunas. (Editorial Pre-Textos, 2008)

(*) Gracias en rumano