miércoles, 22 de abril de 2020

Multumesc (*)


“—¡ Qué diablos! —exclamó— ¡Ya no soy un niño! Y creo que tengo todo el derecho a entender la vida como la siento.”

Mi auto es rumano, un Dacia, tal vez el último que tenga, por que cada vez veo más esto del coche propio como un atraso, y el libro de encima del montón de mi mesilla de noche también es rumano, aunque ni de lejos será el último. 

En los lejanos tiempos de finales del siglo XIX e incluso de los comienzos del siglo XX no había algoritmos diseñados para elegir a los progenitores más adecuados a fin de generar individuos geniales o al menos interesantes, diferenciables de la masa media. Así pues, la improbable pero cierta unión de una lavandera rumana de fuertes brazos y riñones resistentes y de un contrabandista griego experto en subterfugios y mirada ardiente dio como resultado después de varias cópulas tan libres como gozosas a un vagabundo rumano, Panait Istrati, incomparable escritor autodidacta (como todos, por otra parte, ¡qué carajo!), nacido en Braila, ciudad portuaria del Danubio y a salvo por el momento de hordas turísticas.


Asistió a la escuela durante cuatro años y, como suele decirse, realizó toda clase de trabajos casi desde niño para ganarse el pan. He dicho vagabundo, que no cosmopolita, casi su antónimo, y en 1906 sin dinero y pasaporte —el cosmopolita lleva siempre ambos— estaba en Oriente Medio, tierra de inventos como la agricultura, la alfarería, los camelleros y los fabuladores y grandes narradores orales. Pero en 1921 estaba en Francia y con tuberculosis, que no es el nombre de ningún compañero de fatigas, o quizás sí. Buen sitio, como cualquier otro, para suicidarse y escapar de la pobreza y la muerte de su madre, la lavandera. El escritor Romain Rolland recibió una carta suya y eso le indujo a a aquel a ayudarle y a convertirse, en inevitable etiqueta, en el “Gorki de los Balcanes”.


Hasta aquí su escueta biografía. Su bibliografía se centra en la vida de su personaje Adrian Zograffi, en realidad su alter ego imaginario, narrador, testigo y personaje de su ciclo Kyra Kyralina (1923) formado por sus dos obras cumbres Kyra Kyralina y El tío Anghel, que recoge la vida de Stavros, su infancia, su perversión por un turco y la búsqueda enloquecidamente febril de su hermana Kyra por los harenes y burdeles de Constantinopla. La trama se sujeta en dos ideas móvles: el viaje y la fatalidad del destino y en el canto a la amistad y la libertad.


En su segunda parte o novela, El tío Anghel (1924), organizada en tres partes relativamente independientes y una cronología aleatoria, presenta el devenir trágico de dos seres de pasiones excesivas, el propio tío Anghel y el bandolero Cosma.


Israti en realidad no es autodidacta sino depositario de toda la tradición oral del cuentista oriental, un Sherezade con roña y callos en los pies, depositario del folclore balcánico aderezado con sus propias anécdotas vitales y aventureras. Claudio Magris, el exitoso autor de El Danubio, lo define como “el poeta de la promiscuidad y la ambivalencia de Oriente, de ese desorden del cual parece esperarse a un tiempo redención y violencia."


Os lo receto para vuestro confinamiento, porque por fortuna está traducido del rumano por una hábil Marian Ochoa de Uribe que además nos regala notas aclaratorias muy oportunas. (Editorial Pre-Textos, 2008)

(*) Gracias en rumano

2 comentarios:

  1. Es curioso cómo proclamas con orgullo la nacionalidad de tu coche. A mí es un tema que me interesa mucho, los coches; sobre todo ahora que son el producto de una industria en decadencia.

    Siempre me acuerdo de un pasaje en la autobiografía de Tony Judt, en el que dedica una larga extensión del texto a describir sus sucesivos automóviles. Judt seguramente era de una generación comparable a la de mi padre. Recuerdo con bastante precisión los cambios de coche de mi propio padre, como acontecimientos familiares que marcaban un antes y un después en nuestras vidas. Los coches de mi padre fueron franceses, hasta que, en la vejez, como culminación de -yo qué sé; me niego a hacer juicios morales en este aspecto- su propia vida, el hombre se pudo comprar un coche alemán.

    También me acuerdo mucho de un libro mezquino de Paco Umbral, que leí con interés: Carta a mi mujer. En él también describe la compra de su primer coche, el que se pudo permitir con su primer sueldo de articulista.

    Quizá los coches ya no vuelvan a ser nunca más esos objetos simbólicos que fueron antaño. Pero me ha chocado el orgullo que se atisba en tu afirmación de que tu coche es rumano.

    El escritor no lo conozco. Creo que el único escritor rumano al que he leído es Mircea Cartarescu. Leí un libro sobre sus mujeres que me gustó bastante y luego intenté leer Cegador. Pero ya, como lector, no valgo para determinadas cosas. Gracias por la recomendación.

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    1. Es un orgullo digamos inverso, porque Rumanía es un país pobre, menospreciado.
      Tienes razón en que cambiar de coche era como hitos de épocas, el primero mío fue un 2 CV de enésima mano con la capota agujereada y el suelo también, cuando llovía te mojaba por arriba y abajo, pero es que a mis 18 yo era un hippi

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía