viernes, 24 de abril de 2020

¿Dónde está en poder?


Para mi amigo Antoñito, que siempre fue reticente y hasta hace poco no queria WhatsApp
El poder, that is the question; de eso se trata. Pero ¿dónde está el poder real?, ¿en la política, ese grupo de mantenidos que pulsan nuestros botones emocionales —no digamos ahora con tanto twiter— generando ansiedad, miedo, odio, más raramente alegría y generalmente aburrimiento o, en mi caso desdén, a voluntad?: la política como un mero circo emocional. No, el poder no está ahí, ni siquiera en la economía que se ha convertido en un organismo autónomo parasitario con sus propios fines que no son los del común de las personas. Puede que el poder, el verdadero poder, misiles de crucero con cabezas atómicas al margen, esté en los datos. Esos datos personales que alegremente regalamos cada vez que clicqueamos en uno de nuestros ortopédicos paraísos de smarfones, portátiles o tablets. ¿Cómo regulamos la propiedad de esos datos, quién los tiene? Porque al revés que la tierra o las fábricas aquí no hay vallas aparentes, cancelas, acciones. ¿Está el poder en esas diminutas partículas de ácidos nucléicos, en su capacidad de replicarse y en su facilidad de pasar de unos organismos a otros? ¿O está en los que tienen la capacidad de confinarnos en nuestras casas sin mayores consultas? ¿En los terremotos y volcanes, en la tectónica de placas? Bien, sí, hay poder en todas esas cosas y algunas se pueden controlar mejor que otras. Pero mi pregunta es más prosaica y a la vez más difícil y por eso la reformulo: en nuestras sociedades humanas, ¿dónde reside el poder real, no en esos mamporreros con condecoraciones, electos o autonombrados?


Primero de todo hay que ver cómo es esta sociedad, que no es ya la de propietarios feudales de tierras y siervos, ni la de gigantes de la empresa y proletarios. La infotecnología y la biotecnología, los datos en suma, son los que determinan hoy por hoy los sacrosantos valores de justicia y libertad, las posibilidades de bienestar, de trabajo, de salud y hasta de procreación. Estamos globalizados, pero sólo por el dinero y por los datos. Las religiones, los nacionalismos, las culturas dividen a la humanidad en campos hostiles enfrentados a una globalización tan temida y celebrada como parcial.


Por otro lado, la globalización, la real, no tiene porqué conducir a mayor igualdad. Por el contrario, puede conducir a abrir aún más la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres, con futuro o sin él, con salud, bienestar y educación o las sobras. La humanidad puede dividirse, ya lo está en parte, en castas biológicas, los de arriba con acceso a las innovaciones en salud, por ejemplo, a una vida longeva y satisfactoria y el resto…


¿Estoy planteando un panorama futuro exagerado? Bueno, pues volvamos al hoy y ahora. El 1 por ciento más rico de la humanidad posee la mitad de la riqueza del mundo. O dicho de otra forma, las 100 personas más ricas poseen más en su conjunto que los 4.000 millones más pobres. Eso indica que sólo algunos están monopolizando, y crecientemente, los frutos de la globalización. Y esos, sospecho, son también, personalmente o por persona o tinglado interpuesto, los que atesoran los datos, esos datos que valen hoy más que cualquier otra cosa, producto o mercancía.


Podemos, o no, regular la propiedad de la tierra; podemos, o no, regular los medios de producción clásicos, pero ¿cómo, pregunto, podemos regular la propiedad de los datos? De momento los regalamos. A ver, abogados, políticos, filósofos, poetas, científicos, internautas…¿tenéis propuestas?, ¿os habéis hecho siquiera la pregunta? O lo que es lo mismo, ¿quiénes poseen nuestras almas?


2 comentarios:

  1. no quería wasap porque no lo necesitaba. Sobre los metadatos, ya escribí hace 7 u 8 años. No tengo a mano las referencias exactas -están en el piso de arriba- pero recuerdo que mencioné a Axciom,por aquel entonces, segunda corporación en acopio y venta de metadatos. Me interesaban por su evidente relación con la publicidad

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía