lunes, 20 de abril de 2020

Falsas esperanzas


“Tras ese conocimiento, ¿qué perdón?”
T.S.Eliot, Gerontion

Información, conocimiento, sabiduría; una secuencia lógica, un proceso deseable, pero que no sólo no es inevitable, sino que ni siquiera toda la gente tiene claro. La información, los datos sobre el dichoso virus a estas alturas son ya enormes, ya está secuenciado su genoma, se conocen las lipoproteínas de sus cubiertas, sus repuestas serológicas, su capacidad de deprimir la inmunidad en sus huéspedes, su presencia inocua en su primer hospedador, los murciélagos, la tendencia a la zoonosis del grupo de los coronavirus al que pertenece, es decir, a pasar de unas especies de mamíferos a otros y en última y fatal instancia a los humanos, su aspecto al microscopio electrónico como de pelota de juguete con pinchos para perros o mina flotante de la Segunda Guerra Mundial; y desde el punto de vista epidemiológico su capacidad infectiva, su letalidad y demás.


Toda esta información abundante pero entorpecida por el ‘ruido’ que producen las falsas informaciones de los increíbles sistemas de difusión de Internet —algo así como si en la época de Cervantes en lugar de uno se hubieran producido miles de Avellanedas del Quijote y no supiéramos diferenciar, a esta distancia de nuestro Siglo de Oro, el original de los plagios—, se está ya contextualizando por el mejor sistema de conocimiento, aunque no único, que poseemos, el científico, y ya sabremos pronto como combatirlo tanto desde el punto de vista de la biología molecular como desde el epidemiológico. Buenas esperanzas.


Y sin embargo… Es dudoso que todo este conocimiento de el salto a una sabiduría para extraer las lecciones oportunas, más allá de las meramente clínicas. La sabiduría como forma de aplicar lo conocido a la administración sensata de nuestras vidas. Eso implicaría cambiar drásticamente la organización de nuestras sociedades en lo cívico, en primer lugar; lo político y lo económico. Me temo, comenzando por el final, que, contra lo que pronostican algunos irredentos optimistas, el capitalismo seguirá indemne, y ni siquiera modificará sus perversiones pasadas. Como ya he dicho anteriormente, a las personas les resulta más fácil evocar el fin del mundo que el del capitalismo, hasta tal punto nos parece inevitable, como la fuerza de la gravedad, e inimaginable cualquier otro sistema económico alternativo, muerto y bien muerto como quedo en el siglo pasado el comunismo autoritario y la economía planificada desde el poder político.


Tengo ciertas esperanzas, tibias, en cuarentena como este confinamiento actual, de que el movimiento verde o ecologista aprenda a ser más traspirable, madure al rojo, contextualice la destrucción de los hábitats que en última instancia comprimen a las especies silvestres y fomentan los contagios como este del virus a los humanos, con la destrucción de los horizontes vitales de tantos humanos. Tengo ciertas tibias esperanzas de que el por fortuna pujante feminismo no caiga en fundamentalismos antimasculinos y cuando alcance la deseada y espero que inevitable igualdad entre los sexos no repita en las áreas de mando que obtenga los defectos de la gestión varonil, que yo sospecho más universal, es decir, simplemente humana.


En cuanto al capitalismo, o libre mercado, que algunos asimilan a la libertad sin más, la única solución me parece, es volver a los orígenes del liberalismo de los Adam Smith y embridar la rapacidad especulativa de la economía al uso por medio de la política. Ese cambio, el más urgente, no lo veo por desgracia nada próximo. Sin ir más lejos, un grupo de solventes economistas reclaman que sea el G 20 el promotor del cambio. Pero, ¿saben quién va a estar a su frente en este mandato?: ese príncipe sátrapa árabe saudí que mando descuartizar a un periodista que le incomodaba. No, no se trata sólo del tópico de enfrentar el pesimismo de la inteligencia al optimismo de la voluntad; es que no estoy convencido que esa inteligencia lo sea en grado suficiente. En muchos aspectos somos un insensato producto de la Evolución.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía