domingo, 30 de abril de 2017

Nietzsche traicionado





Se podría hacer una antología de los autores peor interpretados. Creo que Nietzsche se llevaría una palma que no es la de Cannes. Naturalmente hablo de los intelectuales que han interpretado o citado a Nietzsche. A menudo se olvida que cuando nos apropiamos de una cita, la reinterpretamos a nuestro parecer y no siempre al del autor de ella. La nómina de interpretadores es larga porque el filósofo da mucho de sí, para rotos y para descosidos, más de uno: Jaspers, Heidegger, Lukács, Bataille, Foucault, Deleuze, Klossowski…

Centrándonos en lo aparente, el nihilismo, a través de tanta glosa ha acabado por parecer ingenuo, sueño de épocas “mejores”, aunque el original conserve todo su vigor. A Nietzsche le han adjudicado muchos hijos bastardos, desde el fascismo hasta el nihilismo vesánico de los primeros terroristas rusos. Se ha utilizado su pensamiento libre para justificar el antisemitismo (no me imagino a Hitler leyéndolo, aunque el dictador decía que lo había hecho; como no imagino a un simio tocando a Mozart), o las pretensiones pseudorreligiosas. A Nietzsche se le ha falsificado siniestramente, de forma simplista y superficial, se le ha condenado a ser un poster, con sus formidables mostachos, de las habitaciones de adolescentes rebeldes y confusos (redundante).

Parte de esta adulteración, una gran parte, se debe a su lamentable hermana que se hizo con todos los derechos, incluso financieros, de los escritos del filósofo, que iba a explotar desde 1895 sin ningún escrúpulo. Empezó por alejar a todos los verdaderos amigos de su hermano, volviéndolos sospechosos (esta estrategia de los ‘herederos’ de grandes hombres se da una y otra vez, como una pauta, con la viuda de Borges, María Kodama, con casi todos los herederos de Picasso,  y un largo etcétera). Mantuvo a su lado al débil Peter Gast, porque era débil y porque al parecer era el único capaz de descifrar la casi legible letra de los manuscritos del maestro. Y ese tándem inició y prolongó la rapiña. Hay que tener en cuenta que si Nietzsche publico bastante en vida, la masa de textos inéditos era mucho mayor, inmensa. Pero ni siquiera se tuvo el cuidado de leerlos todos y copiarlos. Eso lleva demasiado tiempo y era importante publicar y obtener beneficios rápidos antes de que el hombre de moda dejara de ser moda.

Además de la codicia existía la intención fratricida (literalmente) de convertir a Nietzsche en un filósofo al uso, cosa que jamás fue. Intentar elegir un libro central, en torno al cual girarían el resto de planetas de sus demás libros. Tal cosa no existió nunca, ni de facto ni de intención. Todas sus sentencias positivas organizadas en torno a  ese núcleo, convirtiendo en basura de autoayuda todas sus reflexiones, inquietudes y preguntas a la espera de respuestas. Esa obra no existía, pero los textos descartados por el propio autor, sacados de multitud de cuadernos y notas dispersas sirvieron para montar el refrito que se conoce como La Voluntad del Poder con 483 aforismos en su primera edición y hasta 1067 (la rebusca proseguía) en la segunda. Buen título, eso hay que reconocérselo a la ávida hermanita. Aún hoy hay gentes que son el único libro que conocen del autor; un libro que él jamás concibió. Repito, La Voluntad del Poder no es un libro de Nietzsche: es una obra fabricada y falsificada por sus editores, construida, eso sí, con lo que este escribió por aquí y por allá, sin orden y mucho menos sistema pero presentada como una obra sistemática, mira tú. Notas fortuitas que nadie tenía derecho a convertir en un conjunto, y menos sin advertir de su procedencia fragmentaria y dispersa. Así que “me cago en la hermana de Nietzsche” se ha convertido en uno de mis exabruptos favoritos, una santa antiblasfemia mía. Podría deshacerse el entuerto presentando esa obra en orden fragmentario cronológico y explicando procedencia, que es lo que se ha intentado en la edición de sus obras completas en alemán a cargo de K. Schlechta y a la que no tengo acceso.

Pretender la captación ideológica de un pensamiento tan sugerente porque es inaprehensible. La gente terminó aprendiendo a desconfiar de la señora Förster-Nietzsche. Se supo de su capacidad de triturar textos, de sus intrigas en la triste historia con Lou, de su derecho arrogarse el ídem de hablar en nombre del hermano, de su supuesto papel de confidente privilegiada de éste que nunca tuvo. El caso es que la obra de Nietzsche cayó en manos de falsarios. No deja de ser una triste paradoja que ese pensamiento que ponía por encima de todo la probidad sufriera esos manejos arteros que él mismo había predicho: “Ante todo no me confundan…” “Se tiene la costumbre de tomarme por otro. Me prestarían un gran servicio defendiéndome contra semejantes confusiones”. El burdo amaño pudo realizarse gracias al prejuicio de que no existe un gran filósofo si no hay una gran obra unitaria y sistemática al estilo de Kant o de Hegel, pero Nietzsche era otra cosa,a mi juicio más valiosa que un sistema.

En realidad a la hermana se le escapa el pensamiento del autor, sus libros reales le parecía frívolos por demasiado literarios, y lo son, literarios, no frívolos, porque Nietzsche, enterémonos ya de una vez por todas, era ante todo un enorme escritor literario (como lo fue Freud, aunque sin mentiras ni mistificaciones pseudocientíficas). Por otra parte, en los libros más logrados del filósofo siempre se percibe un brutal diálogo de réplica y contrarréplica consigo mismo, mientras que en sus últimos escritos esa segunda voz se ha perdido y son más simples y tajantes, más aprehensibles, de ahí su éxito. Hay gustos para todos, yo por ejemplo opino que ponerle leche al chocolate es una barbaridad, pero si te gusta el chocolate con leche, que para mí no es chocolate sino adulterado, allá cada cual, bien está. Sólo digo que tengas cuidado al probar a Nietzsche, asegúrate de que no lleva edulcorantes artificiales. Quizás se abolió demasiado prematuramente la hoguera para las verdaderas brujas. 

Otro día hablo de los interpretadores/glosadores de Nietzsche, que esa es otra que se las trae, como se suele decir.


jueves, 27 de abril de 2017

La nostalgia nacionalista







Los nacionalismos son siempre nostálgicos. Miran al pasado no al futuro. Ignoran el presente, lo detestan. La nostalgia no es sólo un sentimiento de pérdida, como la que siente el viejo decrépito cuando recuerda al vigoroso joven que fue. También es un idilio romántico con las fantasías (o la fantasía) personal. Se basa en la esperanza de reconstruir el hogar ideal y nos tienta para que renunciemos al pensamiento crítico y lo sustituyamos por una vinculación emocional. Por supuesto, los nacionalismos confunden el hogar real y el imaginario. Nostalgia restauradora (supuestamente) que es una de las características de los renaceres nacionalistas; mitos antimodernos de la historia, regreso a los símbolos y las mitologías nacionales, teorías agraviadas de la conspiración. Victimismos.

Son afectos a “otro lugar”, epidemias de nostalgia. Ingredientes inevitables de la condición humana, aunque algunos estemos vacunados precisamente por el ejercicio del pensamiento crítico. Por eso es tan difícil tratar política y racionalmente con los nacionalistas; la emotividad es "lógica", como lo es el miedo, pero no es la lógica que permite alcanzar consensos con el adversario. El nacionalismo no admite pactos. Por otra parte, la historia es demasiado compleja, multiforme y debe ser mutilada, pulida, adaptada a unos mitos sencillos, sin matices. Los nacionalistas son como esos hippies neorrurales que cansados de la ciudad renuncian a luchar para hacerla más habitable y huyen al campo idealizado que ningún campesino de verdad ha visto nunca. Ese campo no es, pongamos por caso, el del Prepirineo, sino la Arcadia feliz. Esa Cataluña no es la de Wifredo el Velloso sino un Edén justo.

La nostalgia fue una enfermedad de moda hasta principios del pasado siglo. Los médicos suizos la trataban mucho. Se curaba con opio (ládano), sanguijuelas y excursiones a la montaña. La ventaja de los nacionalismos, como la de los forofos del fútbol, es que destilan su propio opio y las excursiones al campo (al Canigó) no se rechazan. Ese campo idealizado es también reaccionario, claro, y no valorable en sí mismo, como no lo son las banderas como trapos de más o menos bonitos colores: no son cometas, son sagradas.

El mundo actual es feo (a veces), pero el pasado es dócil y se puede maquillar a gusto del reaccionario. La conducta humana sólo puede ser una cuestión de libre elección (benditos referéndums) —esto es un descubrimiento relativamente reciente—, así que el mundo de aquí y ahora, por ejemplo, Cataluña, sólo es uno entre muchos mundos posibles, pasados, presentes y futuros.

La epidemia actual de nostalgia ha tomado el relevo de otra que fue la “exaltación del progreso”, que parece contrapuesta aunque no lo es tanto, porque nada, y el progreso menos, es gratis. Kafka en su cuento ‘La partida’ lo explica muy bien cuando el criado le pregunta al amo “¿Adónde va el señor?”, y este contesta “No lo sé, fuera de aquí, sólo fuera de aquí, nada más: es el único modo de que alcance mi objetivo”. Entonces el criado le pregunta “”¿Conoce usted su objetivo”, y el señor contesta: “Sí. Te lo acabo de decir. Fuera de aquí: ese es mi objetivo”

martes, 25 de abril de 2017

Internet no es malo ni bueno ni neutral, sino todo lo contrario



“Gobiernos del Mundo Industrializado, cansados gigantes de carne y acero, vengo del ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro os pido, a vosotros los del pasado, que nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna soberanía en el lugar donde nosotros nos reunimos” (*)
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra
. BLAS DE OTERO
Lutero saludó la extensión de la imprenta como “el más elevado y culminante acto de la gracia de Dios”. Cuatro siglos después, en 1881, la revista de divulgación Scientific American celebraba la influencia “moral” del telégrafo, y en 1990, ayer mismo, el experto en estrategia nuclear Albert Wohlstetter declaraba que “el fax os hará libres”. Se ve como una constante la tendencia a emitir juicios éticos y políticos exorbitantes sobre las nuevas tecnologías de comunicación. El último episodio es la avalancha de juicios exagerados sobre lo negativo o lo positivo de Internet. Para unos supondría el paraíso en la Tierra de la libre expresión y la liberación política; para otros, el infierno de la explotación y de la vigilancia totalitaria de los individuos por el Gran Hermano. El determinismo tecnológico siempre es falaz porque siempre exagera.

Por supuesto que el fax jamás liberó supuestas masas de oficinistas. Las personas son las que liberan a otras personas y sobre todo a sí mismas. El telégrafo y la prensa de papel sirvió para difundir la verdad y la mentira, igual que hoy, lo mismo que Internet. ¿Quiero decir con eso que las tecnología son neutrales, Internet, las nucleares, las centrales térmicas, la industria del plástico, etcétera? No: esa es la falacia opuesta. Las tecnologías nunca son neutrales, incluso propagan la idea entre los tecnócratas de que los problemas que genera la tecnología se solucionan ‘siempre’ con más tecnología y no aplicando el principio de cautela sobre ‘todos’ sus efectos. La tecnología abre nuevas oportunidades que dependen de las personas. Si a un primitivo se le da una rueda puede que la use para sentarse, pero lo lógico y eficaz es que la use para rodarla desplazando algo: trasladarse más rápido y más lejos y aún con más peso. Todos los idiotas que usan Internet para chorradas son esos primitivos que se sientan en la rueda.

Internet facilita hacer públicas más cosas, desde la última noticia mundial relevante hasta este humilde texto en este recóndito blog. Por tanto, hace más difícil mantener esas cosas en privado y la ciudadanía utiliza este efecto contra las tiranías tanto como contra las lógicamente imperfectas democracias. Libertad de expresión expandida, pero también imposibilidad de la privacidad y, por tanto, amenaza a la libertad de expresión. Nada nuevo. La imprenta permitió publicar El Quijote o El Capital, pero también el Mein Kampf de Hitler. Y no sólo se trata de lo que explícitamente decimos, sino también de nuestros historiales de búsqueda. Los Grandes Hermanos políticos y mercantiles compran esa valiosa información. Tanto Zara o Ikea como Kin Yong-un.

Las tecnologías son herederas de sus orígenes. Internet es más norteamericana que el pastel de manzana (que es alemán). Un producto de los Estados Unidos en la guerra fría. El ‘ménage a trois’ entre organismos gubernamentales, empresas privadas y técnicos informáticos, no sólo con sus diversas herramientas (sobre todo los informáticos), sino con su manera de ver las cosas, de estar en el mundo, bastante libertarios en el caso de éstos. Códigos que funcionan y se comparten, en los míticos garajes o en los subterráneos de secretas instalaciones militares.

Internet deriva de la palabra Internetworking que hacía referencia al trabajo en red entre a su vez tres redes informáticas financiadas por el Pentágono y configuradas de distinta manera; esto se ha contado numerosas veces, pero conviene insistir. Así que Internet no es ninguna realidad física, sino el conjunto de protocolos denominado TCP/IP, que ha permitido que millones de ordenadores, como este desde el que escribo, de todo el planeta se conectaran y enviaran lo que un científico británico calificó como “paquetes” de información; paquetes que llegan a sus destinos desde múltiples rutas, en una red distribuida, lo que aumenta las posibilidades de ese acceso global. La red en principio no discrimina contenidos ni procedencia o remitente ni programa utilizado: es neutral, yo distribuyo los tuyos, tú los míos, y eso, inicialmente, aumentaba las posibilidades de trasmitir una alarma después incluso de un ataque nuclear. La estructura profunda de internet estuvo determinada culturalmente.

Ciberespacio es una palabra acuñada por el escritor de Ciencia Ficción William Gibson (el creador del ciberpunk, una corriente literaria dentro de S.F.) en un cuento, Quemando cromo, publicado en 1982 y luego empleada en su famosa novela Neuromante. Copiando la Declaración de Independencia de 1792 el antiguo letrista de la banda Grateful Dead, John Perry Barlow, vehemente defensor de la libertad en internet publicó, a  través de internet naturalmente, una Declaración de Independencia del Ciberespacio (*) en 1996. Denunciaba las medidas hostiles y colonialistas como si el rey Jorge III siguiera enviando sus casacas rojas al ciberespacio. Una encendida prosa que confundía los deseos con la realidad tozuda. Internet nunca ha sido independiente de los gobiernos, las empresas y otras influencias como no lo fue la imprenta ni el telégrafo. Ha sido conformado por ellos y objeto de disputa entre ellos. Incluso se da la aparente paradoja de que la libertad de internet depende de un artículo, el 230, de la estadounidense Ley de Decencia en las Comunicaciones que establece que “ningún proveedor o usuario de un servicio informático interactivo será considerado responsable de publicar información escrita u oral que haya sido proporcionada por otro proveedor de contenidos informativos.”

Ahora vivimos tiempos en los que se intenta constreñir y embridar ese leviatán libertario de internet. Hay ya muchos códigos nacionales y no uno hegemónico; Estados Unidos ya no es el líder digital de la Guerra Fría. La comunicación global está en disputa. Como siempre a lo largo de la historia.

Addenda


En el último medio siglo, la innovación y la iniciativa humanas, desde el avión a reacción y los vuelos baratos a los teléfonos móviles e internet, han creado un mundo chico en el que todos somos vecinos, pero como dice Timothy Garton Ash, en ningún sitio está escrito, y mucho menos en el libro de la Historia, que vayamos a ser buenos vecinos. La razón y la imaginación deben esforzarse para tal empeño, donde la libertad de expresión que internet entre otras cosas, favorece, ocupa un lugar central. Sólo la libertad de expresión permite conocer al otro, al que no opina como tú. Sólo con libertad de expresión podemos controlar los poderes públicos y los no tan públicos. Sólo al expresar nuestras diferencias podemos aclararnos sobre ellas.

Parece probable suponer que nuestros remotos antepasados al adquirir el lenguaje articulado lo usaran de dos formas opuestas: para cooperar eficazmente en su lucha contra otros grupos humanos, consolidando sus propias camarillas, pero también para salvar las diferencias con otros grupos e individuos sin llegar a la violencia. Seguimos teniendo ambas opuestas oportunidades, aunque ampliadas inimaginablemente. No podemos abolir el conflicto, eso sería ingenuo y probablemente tampoco deseable, pues ese conflicto, si no es violento, es fuente de creatividad. Pero nuestros conflictos humanos, tan inevitables como indispensables, pueden manejarse de forma pacífica, charlando en lugar de guerreando. O como decía Blas de Otero, pidiendo la paz y la palabra. Un acuerdo pacífico para poder discrepar que para mí va mucho más allá de la libertaria y displicente Declaración del letrista de Grateful Dead, no muertos agradecidos, sino vivos dialogantes.