martes, 18 de abril de 2017

Auctoritas




Se suele relatar la sorpresa de San Agustín cuando sorprendió a San Ambrosio leyendo a solas en su celda en silencio, sin pronunciar en voz alta ni siquiera murmurando, las palabras; y eso se cita como origen de la lectura moderna, pero el asunto no fue ni tan repentino ni tan sencillo, aunque es una bonita historia.

Extraigo estas reflexiones del Didascalicon de Hugo de San Victor, el primer libro (1138) que se escribió sobre el arte de la lectura en plena era monástica. Hoy por desgracia no tenemos una suerte de 'casas de lectura' al estilo de las shull judías, las madrazas o medersas islámicas y los monasterios cristianos. El ars legendi de Hugo era una disciplina ascética centrada en un objeto técnico, el libro. El lector, entonces, es alguien que se ha hecho a sí mismo dentro de un exilio para poder concentrar su atención, con aislamiento y silencio, en la sabiduría, su hogar anhelado. Justo lo opuesto a ese "leer", por llamarlo algo, superficial, fragmentado, masivo, bullicioso y belicoso que implican las pantallas y las redes sociales.

Auctoritas en latín escolástico es lo que los traductores profesionales llaman un ‘faux amis’, un falso amigo, pues no debe traducirse hoy por autoridad en ninguna de sus acepciones. Los manuscritos medievales no llevaban título y este era sustituido, al comienzo del texto, por el ‘incipit’, la primera frase, una vieja costumbre que aún se mantiene en las encíclicas papales, como en ‘Rerum novarum’ por ejemplo.

Esos incipit más que etiquetas, como los títulos de hoy, eran acordes en unos textos considerados como composiciones, que mediante la sutil variación de una oración repetida frecuentemente, pueden manifestar el propósito del texto aludido. Los lectores coetáneos reconocían inmediatamente esos incipit como una ‘auctoritas’, una oración digna de ser repetida. Dicha oración establece una verdad obvia precisamente porque ha sido desligada del discurso de este o aquel autor particular y se ha convertido en un enunciado independiente. Lo que hoy en día más se parece a eso es la cita, que puede ser bien o mal usada.

Cuando Cerimón, el señor de Éfeso en el Pericles de Shakespeare, “al volverse contra las autoridades” se ha “construido un renombre tal que nunca decaerá en el tiempo”, no quiere decir que haya subvertido el poder establecido ni que aluda a autores de peso, sino que poniendo en tela de juicio algunas máximas de autoridad, ha conseguido una reputación de gran sabio, siendo esas autoridades, en un sentido ya obsoleto, ese falso amigo al que aludía, las oraciones que crearon precedentes y definieron la realidad.

Hoy por hoy, la corporación de Podemos y similares, usa la auctoritas de modo similar ¿Habrán estudiado escolástica en sus facultades de políticas estos podemitas? 

Los que llenan sus discursos de citas buscan a veces teñirse superficialmente de la sabiduría, la autoridad, de otros más sabios. Es costumbre ligeramente mejor que la de los que plagan sus proclamas de frases hechas y tópicos extraidos del lenguaje común, como el presidente Rajoy. Claro que las consignas pueden conseguirse de muchas formas, pero gritarlas en público son siempre lo contrario a leer en aislamiento y en silencio. Gritamos tanto como leemos poco.

4 comentarios:

  1. Diría que en el Diccionario de autoridades se juega con el sentido moderno y clásico de "autoridad", ¿no? Porque proviene de una autoridad y explica el origen de varios dichos.

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    1. Lo bueno que tiene el Diccionario de autoridades es que recoge las acepciones antiguas aunque estén en desuso, pero yo no lo he consultado en este caso. Tampoco he localizado un ejemplar completo del Didascalicon de Hugo; en cambio, he contado con varios textos al respecto de Ivan Illich sobre este libro medieval

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  2. Auctoritas, efectivamente, no es exactamente lo mismo que el español “autoridad”, pero tampoco me parece que se pueda calificar de “falso amigo”. Ciertamente, en la época escolástica el término hacía referencia a citas de textos clásicos (no sólo a los íncipit), pero era justamente para empelarlas en la argumentación precisamente como “argumentos de autoridad”. Así que yo diría que algo tiene que ver el vocablo latino (incluso el escolástico) con el actual castellano.

    Pero, en todo caso, lo que me ha resultado interesante es que los libros no tuvieran título. De hecho, ya sabía lo de los íncipit (que como bien dices sigue siendo la costumbre de las encíclicas papales) pero no me había parado a pensar hasta tu post en los títulos. ¿En qué momento se empiezan a titular las obras literarias? Me ha picado la curiosidad.

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    1. He dicho que los lectores reconocían como autorictas estos incipit cuando se repetían y desglosaban del texto, no que todas las autorictas proviniesen de los incipit.

      Sí, es muy interesante el paso de los incipit a los títulos actuales; creo que el ameno y sin embargo erudito Alberto Manguel entre otros se ha ocupado de esto. Por mi parte 'supongo' que habrá sido un proceso gradual y no repentino relacionado con la tendencia en todos los idiomas a abreviar lo conocido al nombrarlo. Hoy nadie suele decir "¿has leido El ingenioso hidalgo ...etc", sino que dice "¿has leído El Quijote". De forma similar los incipit se fueron abreviando, antes de pasar a títulos creados ex profeso, y supongo que los bibliotecarios también influirían al elaborar sus catálogos y no tener que ocupar varias líneas de un incipit si podían abreviar en un título de una sola.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía