domingo, 2 de abril de 2017

Thomas Browne y la fascinación por el número cinco.





El mundo fue hecho por Dios para ser poblado por los animales, pero estudiado y contemplado por el hombre: es la deuda que nuestra razón tiene con Dios y el homenaje que le rendimos por no ser animales. THOMAS BROWNE


Antediluviano (harto de decir de antes del diluvio), folículo, médico (como adjetivo), expectoración, circunstancialmente, considerablemente, improbablemente, invariablemente, presumiblemente, tradicionalmente, horizontalmente y verticalmente; inactividad, indisputable, inculto, ajuntar, aguileño, bípedo, carnal, carnívoro, coexistencia, compensar, equitativo, exhausto, feroz, indígena, inseguridad, vigorizar, locomoción, migrante, prefijo, pubescente, temperamental, ulterior, veterinario, tipógrafo, criptografía, polaridad, electricidad, deletéreo, anfibio, ovíparo, vivíparo. Todas estas son palabras acuñadas por Browne, “uno de los orfebres del idioma más prolíficos y un estilista que mezcla el rigor científico con el estilo barroco” (Denny Hilton, editor del Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa)

Hoy es una figura casi olvidada, injustamente, diría yo; a mí me fascina. Thomas Browne fue admirado por ilustres de su tiempo y posteriores como Samuel Johnson o Coleridge, y después por Melville, Poe, Emerson y Dickinson, por Borges y Sebald y por Javier Marías que ha editado algunas de sus obras. Virginia Woolf dejó escrito: “Hay poca gente que adore los escritos de sir Thomas Browne, pero los que lo veneran son la sal de la tierra”. Vaya, yo he leído su maravilloso Pseudodoxia Epidémica (Sobre los errores vulgares) y también El jardín de Ciro y otros textos, ambos traducidos en 1994 y 2009, así que Virginia me tendría en ese grupo selecto, porque me encanta y comparto con Browne su fascinación por el número cinco. También comparto con él su interés por la historia natural y tiene escrito unos Apuntes sobre la historia natural de Norfolk a los que no he podido echar un vistazo, pero tengo entendido que son un catálogo de aves y mamíferos marinos del citado condado muy adelantado a su época (por ejemplo distingue entre la marsopa y el delfín común). Browne era literato, naturalista, físico y filósofo, pero fundamentalmente médico que atendía por igual a  católicos y protestantes, ricos y pobres. 

Su Pseudodoxia era un delicioso catálogo vastísimo e irónicamente razonado en siete volúmenes de estupideces y creencias comunes en su siglo, cada una de ellas puesta en solfa, incluso mediante experimentos (como la creencia de que el martin pescador servía de veleta: puso uno y no funcionaba colgado de varias formas, puso dos en un tejado y cada uno apuntaba en una dirección distinta), todas ellas y cada una desautorizadas con erudición, espíritu crítico y científico, ternura y el aludido sentido del humor. Fue su obra más ambiciosa, la que generó su reputación y le encumbró.

Los relatos del progreso científico son siempre demasiado lineales y por ello simplistas, pero en el siglo XVII, el siglo de Browne, en Inglaterra y en el resto del mundo, la ciencia (y soy consciente del anacronismo que cometo en más de un siglo al emplear tan término, pero es lo que era) inicial compartía el espacio con la superchería, los mitos y la superstición. Browne era, en cierto modo, un escéptico genial; vivía de la falta de certeza y empleaba su talento, que era mucho, en distinguir entre lo incierto y lo incognoscible. Quizás por eso siempre pretendió conciliar su fe cristiana con su moderno afán científico. Creía en las brujas (acudió como testigo a un juicio de dos de ellas, que fueron condenadas, y haciendo gala de su famosa ambigüedad afirmó que quizás aquellas dos pobres mujeres no lo eran, pero que los niños causantes del delito y enfermos, quizás sí estuvieran embrujados, al menos en parte eso explicaría su mal). Sí: creía en las brujas como sirvientes de diablo, en el que a su vez creía como cristiano devoto, pero, en cambio, dudaba del diluvio universal y para ello aducía la sorprendente fauna americana que en ese momento se estaba descubriendo y que la Biblia no mencionaba. Así que fue capaz de escribir una obra escéptica y humanista y, sin embargo, creer en las brujas. Un hombre de su tiempo en el fondo, aunque se adelantase a su época.

A partir de la observación de que los huertos de frutales y en especial de manzanos en East Anglia se plantaban siguiendo una tradición milenaria en quincunces entrelazados, es decir, en módulos de cinco árboles en aspa con uno en el centro, formando una X, como los cinco puntos de un dado, observó esa misma disposición quíntuple en los equinodermos, como la estrella de mar y sus cinco brazos o el erizo de mar y sus cinco alineaciones de poros y espinas, siguiendo la simetría pentámera. El ensayo, delicioso desde el mismo título: Las plantaciones quincunciales en losanges o red de los antiguos, artificialmente, naturalmente y místicamente consideradas, incluida en El jardín de Ciro, y que da cuenta no sólo de todos estos diseños que se dan en la naturaleza, sino de los tipos de cruces, el diseño de los jardines antiguos, la ornamentación en arquitectura y el arte lapidario. Hoy en día podríamos añadir más ejemplos que harían las delicias de Browne, como el buckminsterfullereno, una molécula de carbono que forma un diseño de hexágonos y pentágonos cosidos a modo de la superficie de un balón de fútbol. El veía los signos misteriosos en el orden de la naturaleza que siglos después D’Arcy Thompson explicaría en su maravilloso Sobre el crecimiento y la forma (ya traté de él en mi anterior blog hace unos años, siento no poder facilitar el enlace). En las piñas y en las cabezuelas de los cardos, en los amentos de los avellanos y los alisos. Igualmente, añado yo, en muchos tipos de virus, en la simetría pentagonal de flores y semillas y en los cinco agujeros de la mayoría de los tapacubos de los coches (vuelvo a añadir yo, los diseñadores no son tan ocurrentes como ellos creen, normalmente plagian a la naturaleza que es imitada por el arte más que a la inversa).

Con su ambigüedad a prueba de bombas, en mitad de revoluciones y restituciones monárquicas y de la guerra civil inglesa, irónico e imperturbable, presentando siempre razones a favor y en contra ante cualquier fenómeno dudoso, con una elocuencia deslumbrante, aunque casi nunca tome partido.

A Browne no se le aprecia hoy como científico, llevó a cabo sus investigaciones de forma marginal, jamás dentro de la famosa Royal Society y para mayor ahínco de su efigie literaria. En estos tiempos a la vez inciertos y llenos de afirmaciones tajantes y dogmas indemostrados (economía vs política), la lectura de Browne es una delicia al alcance de los mejores espíritus para paladearla. A las puertas de la ciencia moderna y aún así rindiendo culto al mundo antiguo y sus misterios, escribiendo con una paleta de colores intensos acerca de ambos, renovando la lengua inglesa, cambiando los usos del idioma, inventando palabras como el adjetivo médico, o precario, alucinación, inseguridad e incontrovertible, que anticipan y dan precisión al debate inminente que se iba a producir para distinguir entre lo real y lo imaginario, y lo que es cierto de lo que es dudoso. Su interés por liberar al crédulo de sus estúpidas creencias; decodificar el orden íntimo de la naturaleza; reconciliar ciencia y religión o como pensar la vida y la muerte; todas ellas son preocupaciones de este siglo XXI y es una tarea agradecida traer a Browne desde el suyo al nuestro. Un científico con un comportamiento a veces muy poco científico; un escritor admirable (bien traducido a nuestro idioma); un hombre de fe con palmarias dudas. Un paladín de la verdad, aunque confiesa que hay muchas verdades y añade: "No tengo antipatía alguna, o mejor dicho, idiosincrasia, en religión, en humor, en disposición, en ninguna cosa".
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Thomas Browne: Sobre errores vulgares o Pseudodoxia Epidémica; Siruela, 1994

Thomas Browne: El jardín de Ciro y otros textos; Siruela, 2009

Thomas Browne: La religión de un médico y el enterramiento en urnas (edición de Javier Marías), DeBolsillo, 2012

2 comentarios:

  1. Diría que, por desgracia, muchos pensadores de esa época son muy ignorados a no ser que se llamen Newton o Galileo. En el caso de Browne, quizás llegó demasiado pronto, aunque parece que tampoco importó mucho para que desarrollara su talento.

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    1. A eso alude el famoso refrán de "más vale llegar a tiempo que rondar un año"

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía