La ley fue
propiedad de los poderosos en la inmensa mayoría del pasado histórico de la
humanidad. Más recientemente, en esos mismos términos históricos, las leyes se
vieron afectadas por la reacción de los que las padecen, y eso es lo que muchos
llaman democracia. Finalmente los tumultos pueden alterar ambos términos, en el
sentido de ampliar esos derechos de los más o por el contrario de incrementar la
reacción del poder restringiendo esos derechos. Hay que dar paso al que
disiente sin menoscabar los derechos de los conformes ¿Es eso posible o es algo
inviable?, pero en eso debería basarse el tan invocado diálogo, ¿no? Difícil.
El precario
Estado de bienestar del que gozamos en Europa se consiguió con tumultos que obligaron
a concesiones desde el poder a los de abajo. Sin embargo, no entiendo que un
tumulto, independientemente de los resultados que se obtengan con él, reclame
cambios para unos pocos (¿la mitad menos uno de los ciudadanos de Cataluña?) y
olvide a esa otra mitad y de paso al resto del territorio no catalán. Hace
poco, en una transitada calle comercial de Madrid, me vi sorprendido por al
cachivache de gomaespuma de una televisión autonómica plantado ante mis narices.
La periodista me preguntó qué opinaba del llamado ‘proces’. Contesté que me
parecía una muestra de egoísmo. Y no sólo por la falta de solidaridad con el
resto de España, sino por pedir la república sólo para ellos.
El que vive
para la dominación sufrirá porque ya no se le obedece. Pero el que vende humo, el
que vive para la apariencia pierde toda apariencia. Claro que existe esa cuarta
dimensión, el tiempo. Y el tiempo es el tonel donde fermentan los mitos.
Las hojas caídas
son al otoño y al invierno lo que los tumultos a las divisiones políticas:
efectos y causas. No se puede detener al invierno cuando toca, sólo se pueden
retirar las hojas. Pero el invierno seguirá.
Está claro que los que venden humo hacen daño a sus compradores -conscientes o no- y pierden incluso lo que venden ambos ya que solo saben vender humo y con el humo se ve poco, no aporta nada, y agrede a los más débiles, a los que infringen graves daños.
ResponderEliminarGracias. No espero demasiadas adhesiones a esta entrada mía, una extraña mezcla poética/política/filosófica, pero es lo que me pedía honestamente el cuerpo. En los dos poderes enfrentados, catalán y español, ha habido y sigue habiendo terribles torpezas y en la ciudadanía, catalana y española, frustración que será utilizada por todos esos poderes. Una mezcla más explosiva que los cócteles molotov.
EliminarQuizás sea el escopetazo que dé comienzo a la radicalización efectiva de España. No éramos un país perfecto, poca duda me cabe, pero hasta las últimas elecciones nos hemos librado de los extremismos que han alterado otros países.
EliminarEs bastante notable cuán tentador es sentirse indignado. Seguirán siendo los mismos tarados de antes, pero el quemar unos cuantos tachos de basura los dignifica un montón.
ResponderEliminarFíjense que ayer nomas hacíamos lo mismo organizando persecuciones de herejes, judíos o chanchos burgueses, ahora rompemos el museo, que eso es Barcelona, no nos engañemos.
Harari describe que el terrorismo es una estrategia de combate que adoptan los que no tienen fuerza, y que su esperanza es que el poderoso haga errores no forzados. Creo que lo mismo pasa con los indignados en Cataluña, los chalecos amarillos, y tantos otros.
Chofer Fantasma
Gracias, Chófer. Creo que faltan matices al principio o regularidad de Hariri que invocas. Evidentemente hay una desigualdad de fuerzas entre el poder institucional y el terrorismo, pero no todos los que se oponen a esos poderes institucionales lo hacen por medio del terrorismo: ni los chalecos amarillos ni los independentistas; los que lo hacen -y habría que distinguir también terrorismo de vandalismo- parecen ser 'radicales' incrustados dentro de esos movimientos. Sería necesario añadir la vieja distinción entre los fines y los medios. Yo pertenezco al grupo que considera que no todos los medios (terrorismo) justifican los fines, incluso iría más allá en el sentido de que algunos medios (matar) deslegitiman los fines (independencia)por muy legítimos a priori que puedan ser.
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