Sólo como tomates con sabor a tomate durante los dos meses de
verano que me proporciona mi vecino Sinfo cuando estoy en el pueblito.
No se pueden estudiar los agujeros negros o la expansión del
Universo a simple vista, se precisan incluso instrumentos más allá de los
telescopios comunes. Igualmente, no se puede analizar los problemas agrarios y
del campo español sin ampliar la panorámica y a la vez profundizar el punto
de vista.
Por supuesto que esta crisis está provocada por el
capitalismo, pero ver tan solo el proceso por el que los precios originales se
incrementan en la cadena hasta el consumidor por los intermediarios es, vuelvo a repetir, como indagar los límites
cósmicos con anteojos de teatro. El problema es más grave y global y se basa en
sustituir una cultura, la campesina en declive, por otra, el capitalismo
expoliador con los campesinos como rehenes de ese expolio.
Hace escasas décadas España era un país eminentemente rural y
campesino. Durante la dictadura franquista y superado el periodo autárquico de
la primera posguerra, ese dominio fue revirtiendo a favor de las ciudades,
reclutando mano de obra barata dentro de ese campesinado. Hoy, por supuesto, el
número de trabajadores agrarios es netamente inferior, por ejemplo, al de los
funcionarios de las diversas y múltiples administraciones. Además, como veremos
más adelante, se cambiaron las formas de producción agraria bajo el epígrafe
interesadamente confuso de la modernización del campo que supuso el abandono de
prácticas consuetudinarias, de razas ganaderas autóctonas y de variedades y
semillas igualmente propias, así como la mecanización de las tareas agrícolas,
con la consiguiente dependencia del petróleo, los fertilizantes no orgánicos y
lo plaguicidas. El paisaje cambió, los ganados extensivos y pastando a
diente pasaron a estabulados y dependientes de granos y forrajes importados, se
inició un camino de dependencia cuyos costes, que seguimos pagando, fueron
sobre todo a recaer en esos mismos campesinos. En España, además, no hubo, como
sí en la vecina Francia, una revolución agrícola y siempre fue un sector
menospreciado —villanos, paletos— por el influyente mundo burgués y urbano. Nuestros campesinos ya no fueron considerados productores sino clientes de una mega industria monopolística.
A escala menor aunque grave, los precios que recibe el campesino
por sus productos a veces ni cubren los costes y los intermediarios que cubren
el recorrido del producto hasta los consumidores consiguen multiplicar el
precio de venta final varias veces, hasta un 600 por ciento en las naranjas,
las patatas o los tomates. En muchos casos, además, las grandes superficies practican
el mafioso sistema del ‘dumping’, es decir, venden por debajo de precio de
coste para así incentivar la compra de otros productos con ganancia sobrada. La
gente del campo está recibiendo por sus productos precios de hace décadas en
tanto que sus costes, cada vez más crecientes, son los actuales. Eso les condena a una semipobreza que se
une a la falta de servicios del medio rural y explica en gran parte el fenómeno
de la España vacía o vaciada, como gustéis. Sin embargo, son esos campesinos
los que nos alimentan y no las grandes corporaciones ni multinacionales de la
alimentación, la agricultura, los abonos y fertilizantes o las semillas. Y
ahora voy a lo que considero substancial y más grave.
El campo español se ha visto inmerso en una ‘modernización’
obligada que incluía varios frentes: la sustitución de variedades cultivadas,
semillas y razas ganaderas tradicionales por las impuestas pos las grandes
corporaciones que no por casualidad son mucho más dependientes de los
agroquímicos, fertilizantes y pesticidas y que además, al ser infecundos,
exigen la compra de semillas supuestamente mejoradas en cada temporada de
siembra. Además se genera una dependencia insólita en la larga historia de la agricultura
desde el Neolítico por el petróleo a través de la mecanización y a menudo se
arrasan lindes y sotos con la exigida concentración parcelaria para que las
grandes máquinas, menos versátiles que mulas o bueyes, actúen.
Como la vivienda, la comida ha dejado de ser un derecho para
convertirse en un producto y un negocio. Eso también explica las revueltas
recientes e inestabilidad social de esos aumentos de precios de los alimentos,
como Túnez, Sudáfrica, Camerún, la India y treinta y tantos países más. El sistema
alimentario está muy huérfano en gran parte del mundo en aspectos tan mentados
como la sostenibilidad, la justicia y la paz.
Como señala Vandana Shiva el paradigma industrial dominante,
que no es el que realmente alimenta a la humanidad, ha conducido al desplome de
los sistemas tradicionales agrarios y alimentarios y no por accidente, sino
como parte del propio sistema. Es la ley de la explotación, que trata al
entorno de forma mecanicista, como si fuera una máquina y a la naturaleza como
una cosa, una cosa inerte. En el centro de este paradigma tecnoindustrial se
sitúa al ser humano como independiente de esa naturaleza de la que en realidad
siempre formó parte. Además los elementos de ese sistema se consideran
independientes entre sí, la semilla del suelo, el suelo del vegetal o el
ganado, el vegetal del alimento y el alimento…de nuestros cuerpos. El capital y
las corporaciones son el centro intocable de su modelo económico.
El paradigma de esta agresiva agricultura industrial, como no
podría ser de otra forma, es la guerra. De hecho, se emplean para destruir la
naturaleza los mismos agentes químicos que se utilizaron bélicamente en las
últimas guerras, lo que supuso la continuación productiva de esas fábricas una
vez se llego a la paz (Vietnam): pesticidas y herbicidas. Por su parte, las
plantas manipuladas genéticamente se ven absolutamente dependientes, como he
señalado, de ser repuestas cada siembra (tienen patente y no se producen en la
naturaleza) y altamente dependientes de insumos derivados del petróleo. Conocimientos
ecológicos sobre los ecosistemas y la diversidad se ignoran por completo. La salud
de la gente y del medio se ven gravemente perjudicadas (a la vez que gurús
variopintos nos venden dietas sanas y el mercado alimentos enriquecidos con
fármacos y vitaminas). La guerra mientras llega a nuestros platos, a nuestros cuerpos
y a nuestros campos con una nueva especie en grave peligro de extinción, el
campesino y toda su cultura milenaria. La ciencia podría aliarse con esa cultura
en retroceso, pero es una ciencia especializada, bélica la que la combate y
extingue.
En relación con la ganadería otro tanto. Se sustituyó el
modelo tradicional basado en rústicas razas autóctonas poco exigentes muy
sobrias, adaptadas al medio y extensivas, por razas supuestamente más
productivas, estabuladas y exigentes. Y lo que era fertilización semoviente por
medio de sus excrementos repartidos por los pastos se convirtió en…
contaminación orgánica en los establos y granjas industriales. ¡Qué bien! Donde
había una solución se creó un problema. Pasa mucho.
¿Hay solución? Sí. Hay otro paradigma nuevo, emergente,
ridiculizado a veces que respeta los tiempos, el entorno y su adecuación a los
ciclos naturales que se rige por una ley antagónica de la anterior, a Ley de la
Devolución, del cierre de los ciclos en la que los seres vivos toman y dan en
pie de igualdad de condiciones. Este paradigma se centra en la Tierra y en los
pequeños agricultores (sobre todo las mujeres que son las que alimentan al 70 por
ciento de la humanidad). Reconoce el potencial de las semillas fértiles, que el
campesino guardaba una parte para el siguiente ciclo, y de los suelos fértiles
y de la enorme variedad de plantas que nos sirven para alimentarnos.
En el paradigma explotador al mundo lo alimenta el petróleo,
los pesticidas, los fertilizantes químicos, los aditivos, las semillas
patentadas de las corporaciones, el agronegocio y la biotecnología. La realidad,
sin embargo, es que sólo un 30 % del alimento procede de este sistema. El 70%
restante a nivel mundial procede de pequeñas explotaciones y sin embargo, la
agricultura industrial es causante del 75% del daño ecológico que se infringe
al planeta. La agricultura industrial aún no alimenta al mundo, eso es un mito
difundido por sus propagandistas.
La agroindustria esta aniquilando a los polinizadores y la
entomofauna beneficiosa. “Cuando desaparezca la última abeja, desaparecerá la
raza humana”. ¿Sabéis de quién es esta frase?, de Einstein. Qué paradoja
aparente que los fertilizantes sintéticos acaben con la fertilidad del suelo
porque matan a la microfauna que la constituye. Además contamina el agua y
erosiona la superficie terrestre. Y por supuesto, representa el 40% de los
gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global. La
agrodiversidad puede que haya disminudo en un 90% por extinción de variedades
locales cultivables.
Mientras, el problema mundial del hambre sigue sin
solucionarse a pesar de venderse el modelo industrial como el milagro
alimentario. Mil millones de personas pasan hambre continuamente (¿cómo será
eso?, se pregunta este privilegiado del mundo desarrollado y despilfarrador), y
otros dos mil millones sufren enfermedades relacionadas con la mala
alimentación, como la obesidad, que suelen padecer las clases desfavorecidas de
ese mundo rico. Los que consumen esa comida basura procesada, los “macdonalizados”.
Esa agricultura industrial que contribuye en un 25% al sistema global
alimentario, pero consume el 75% de los recursos, tiene la desfachatez de
presentarse como ‘más eficiente’.
Sí, necesitamos más justicia para nuestros campesinos, para
todos los campesinos que nos alimentan. Pero eso no implica sólo unos precios
más justos para sus productos. Implica plantar cara a las grandes
multinacionales relacionadas e implica cambiar de paradigma, aprovechando los
saberes empíricos campesinos que aún se mantienen pese a todo y sinérgicamente con
una ciencia holística, una verdadera ecología o agroecología. Veo muchos
tractores en las manifestaciones, tractoradas es el nuevo término acuñado. Me
entristece porque esos tractores no son sino un símbolo de la enorme trampa en
la que han caído nuestros campesinos, son su condena.
Me quedo, de momento, con una de las frases finales: la trampa de los tractores. El campo español (posiblemente otros también) está "sobrecapitalizado", es decir, en términos estrictamente "capitalistas", sobran tractores y, por tanto, costes. Uno de los problemas del campo es que ni es capitalista (en términos de racionalidad capitalista) ni todo lo contrario, es una amalgama organizativa de dificil gestión. Todo va liado: el campo se descapitalizó en términos de fuerza laboral hace décadas y hoy se muere con una población activa rayando los 60 y sin recambio. Y lo grave es que las respuesta a las tractoras posiblemente esté en manos de indocumentados... Ideas! Por favor, ideas!
ResponderEliminarValeriano
De acuerdo. Envejecimiento y sistema caótico: ni capitalista (salvo la agroindustria monopolística) ni autárquico, sinomezcla confusa
EliminarHaces aquí un análisis muy completo y "global" del problema agrario. Y, como dices, la solución pasa por un cambio de paradigma. Pero, ¿no serían posibles soluciones concretas a problemas concretos? Lo que los agricultores reclaman es su parte del pastel. Que el precio que el consumidor paga en los supermercados sirva para que ellos, al menos, puedan vivir dignamente. Y no solamente para que se enriquezcan los intermediarios.
ResponderEliminarEn Valencia, como dices, ya apenas hay gente que pretenda dedicarse profesionalmente al campo. Los que quedan son mayores y, muchos, prefieren abandonar la tierra a trabajarla para, temporada tras temporada, apenas cubrir costes. ¿No sería posible regular el comercio de la fruta y la verdura para evitar esta situación?
Otra cuestión es la deslocalización. En la producción industrial, la deslocalización produce desempleo y explotación. En la agricultura, si un comerciante valenciano vende naranja marroquí como si fuera valenciana está desprotegiendo el producto autóctono y, a la larga, destruyendo la cultura agrícola de la zona. Y, al parecer, no existen mecanismos de control para evitar situaciones así.
Tienes razón y estoy de acuerdo contigo, pero a estas alturas se habrá notado que he tomado como pretexto las protestas de nuestros agricultores para hablar de una crisis alimentaria mucho más global. En cuanto a la que aludes, las soluciones supongo que pasan por controlar la cadena de distribución, pero me llama la atención que nunca se aluda a la responsabilidad de los consumidores. Mientras éstos prefieran los ‘chollos’ con los que les engatusan las grandes superficies al comerciante local y al productor de proximidad, serán compinches de esa trama mafiosa, al igual que lo son los ciudadanos en su calidad de votantes cuando votan por gentes impresentables
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarAhora que se asento el polvo. ¿Es cierto que la mayor parte de Europa era boscosa en el neolitico? Yo se lo escuche a Italo Calvino, quizas no sea la mas sólida fuente.
ResponderEliminar¿Y en España también? ¿Se podra pensar en convertir tierra de agricultura en bosque?
La mayoría de Europa era boscosa como demuestran los análisis polínicos y hasta documentos históricos. España es diferente, con un clima más seco la vegetación era esclerófila y más dispersa en forma de bosquetes; probablemente el nombre de La Mancha provenga de eso.
EliminarLa recuperación boscosa no es fácil si se pierde la fertilidad del suelo.