Yo nací diez años después de que acabará la
Guerra Civil española. Y sin embargo la he vivido. Cuando comenzó, mi futura madre era una niña de siete
años. Aún hoy en día la asustan los ruidos de explosiones, truenos o petardos
como secuela del terror que sufrió durante los bombardeos de Madrid. Pero de
igual modo que las guerras civiles son algo distinto de las guerras sin más, también lo
son las posguerras, porque después de ellas no llega la paz, sino la victoria,
y las revanchas, la larga noche gris. Una guerra civil es una enfermedad; como
ella se lucha dentro de uno mismo, el enemigo es interior. Y además esta guerra
fue el prólogo, el ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. Ese enemigo
interior, el de unos y otros, rojos o nacionales, alimentando sus propagandas recíprocamente,
despojó a los oponentes de su condición humana y de su ciudadanía para convertirlos
en traidores. No fue, pese al dicho repetido una guerra fratricida, los antaño
hermanos se convirtieron en enemigos sin rostro a los que no había que dar
cuartel, las afinidades de grupo y de comunidad se diluyeron en las de clase
social.
También es engañoso el eje o divisoria de izquierdas y
derechas porque había, hubo, y como veremos aun hay, otros dos: centralismo
frente a independencia regional, y autoritarismos contra libertad. Los
nacionales, más desgraciadamente coherentes aglutinaron todos esos extremos:
eran de derechas, eran centralistas y eran autoritarios, en tanto que en las
izquierdas, la República, eran un crisol de incompatibilidades (como ahora) y
mutuas sospechas, con centralistas (jacobinos) enfrentados a nacionalistas o
regionales y autoritarios (comunistas) enfrentados a libertarios (anarquistas y
anarcosindicalistas). Esa mayor coherencia de los sublevados explica en parte
su éxito, además del apoyo de la Alemania Nazi y la Italia fascista, en tanto
que la URSS solo ayudaba a la entonces aún pequeña facción comunista y no sólo
contra los rebeldes sino contra socialistas, anarquistas y republicanos. Ya se sabe que el enemigo más enconado es el más próximo.
Yo podría limitarme a decir que sufrí durante mi infancia y
mi primera juventud la posguerra opresiva y vengativa, pero no fue sólo eso.
Tras la guerra no llego la paz sino la victoria, que era algo muy distinto, se
siguió persiguiendo y matando, se mantuvieron los dos bandos, aunque el vencido
en el exilio o temerosamente callado (en el exilio interior). La obsesiva sed
de venganza de Franco nunca cedió ante los republicanos vencidos.
Esos dos bandos, y consecuentemente la guerra civil entre
ambos, sigue existiendo hoy. Basta saber que el partido hegemónico de derechas
es heredero del franquismo, (aunque se llame con acierto franquismo sociológico) y fue fundado por
antiguos ministros de la dictadura. Incluso la extrema derecha hoy existente es
una soterrada escisión de ese partido. Hay que entender esto para entender
España. Las izquierdas, así en plural, siguen en tanto divididas, entre
autoritarias y libertarias y entre centralistas y regionales. Precisamente, una
de las incoherencias no resueltas de la izquierda española es su simpatía con
los independentistas regionales, lo que contradice la raíz internacionalista de
toda izquierda en otros pagos, y el absurdo de un partido independentista que se dice de
izquierdas (Ezquerra Republicana).
Claro que España ha cambiado y ha mejorado, pero ahi siguen
esos cálculos renales que la nación no ha conseguido expulsar del todo. Los
miedos al bolchevismo, tan anacrónicos hoy, y la influencia del pensamiento (por
llamarlo algo) del nacionalcatolicismo persisten. Llamar comunista a un rival
sigue siendo un insulto, cuando los peores compañeros de viaje siempre han sido
los anticomunistas y lo dice convencido alguien que nunca ha sido ni una cosa
ni la otra.
¿Enterrar a los fusilados de la posguerra es abrir viejas
heridas? Hombre no, sería más bien cerrarlas, y eso en caso de que alguna vez
se hubieran cerrado, cosa que no creo. ¿Exagero? Muchos no saben que hasta
nueve años después de la guerra civil, el 17 de abril de 1948, el general
Franco no dio por terminada la contienda, dando por fin fin al estado de guerra
en España. Por cierto, ¿sabéis quién inventó la expresión Estado Español para
referirse a España, ese término tan bobo y querido por algunos izquierdistas?
Franco, para evitar referirse a una forma de estado que ya no era un reino pero
menos aún una república. Y no lo iba a llamar dictadura, claro.
Mi madre sigue teniendo a sus noventa años pavor a las tormentas y yo aún sigo esperando, iluso de mí, a que acabe la guerra civil.
Mi madre sigue teniendo a sus noventa años pavor a las tormentas y yo aún sigo esperando, iluso de mí, a que acabe la guerra civil.
Se resume en una truculenta palabra: cainismo. Matar al hermano con una quijada de burro: ¡Qué apropiada manera de representar la violencia que ahoga el diálogo!
ResponderEliminarTambien, como ahora, fue una guerra de ricos contra pobres. Y ganaron los ricos
Eliminar