Está el caso del pelotón de hombres, aguerridos pero desinformados, que habían muerto en la guerra civil norteamericana seis meses después de que Lee se hubiera rendido en Appomatox. Parece que hay un monumento dedicado a ellos en Tucson. O el más conocido y hasta frecuente de esos soldados japoneses que se habían quedado aislados y supuestamente resistiendo mucho después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. El más reticente se llamó Hiro Onoda y se mantuvo en la ignorancia alerta treinta años en una isla de Filipinas. Pues bien, creo que eso mismo, ese patético retraso en las noticias sucede ahora mismo, sólo que afecta a la práctica mayoría de la humanidad. Estamos en guerra no con el planeta en sí —indiferente a muestra gilipollez— sino contra el planeta en cuanto hábitat habitable, valga la redundancia, para nuestras sociedades humanas. Y si la cosa sigue así, por muchas proclamas “verdes” que ahora se hagan —la política también sigue modas— vamos a perder, vamos, desde luego, perdiendo.
Un caso no tan nimio son las propuestas del gobierno de España para sustituir, con ventajas para los propietarios, los automóviles habituales de quema de combustibles fósiles por automóviles eléctricos. A eso lo llamo yo tomar el todo por sus partes, cogiendo, claro, sólo una parte. Porque el problema del desmesurado parque automovilístico no es sólo la contaminación derivada de sus combustiones, por mucho cambio climático que se dé por medio, sino el mero hecho de esos trastos usurpando el espacio de las ciudades, destrozándolo de hecho, y las enormes infraestructuras que requieren y a su vez destrozan el resto del territorio, y que ahora además reclamará las de la producción de energía eléctrica, fabricación de baterías, expolio de minerales raros estratégicos, puntos de recarga y, sobre todo y antes que nada, mantenimiento de una idea de la movilidad absolutamente autocrática y demencial. En Francia, siempre más al día, al menos han propuesto cambiar toda esa chatarra invasora por bicicletas. Me temo que en este país que seguimos contando las hordas de millones de turistas como si fueran una bendición, no tenemos remedio. Pero también pienso que en eso, como he señalado más arriba, no somos diferentes del resto suicida de la humanidad.
Claro que puede que, más bien, el soldado confederado o japonés
que no se ha rendido todavía sea yo y los pocos que lo vemos de esta forma,
porque esta guerra ya esté perdida. Cautivo y desarmado, es más, y convertido en mercancia de moda, el ejército verde.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía